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Un sesgo anti-turco se impone en los medios árabes

Kiosco con periódicos egipcios en una imagen de archivo.

Al final del sagrado mes de Ramadán, el comienzo de la misericordia, de la salvación final, hemos alcanzado el día del Eid.

Como resultado de su naturaleza particular, puesto que era obligatorio para los que nos precedieron y porque forma parte de una serie de ritos que se llevan a cabo por todo el mundo, el ayuno tiene algo que permite unir e integrar a la humanidad entera, sin distinción de edad, raza, grupo, nación, tribu o clan.

A pesar de su función integradora, el estado del mundo islámico a día de hoy, en el mes de Ramadán, está muy lejos de ningún ideal. Si observamos lo que personas que comparten la misma fe hacen unos con otros en Siria, Irak, Libia, Yemen y Egipto, a pesar de que nos encontremos en el mes sagrado de Ramadán, a pesar del regalo divino que es el islam –que nos hace a todos hermanos y hermanas– la primera pregunta que nos viene a la cabeza es cómo hemos llegado hasta este punto.

Por supuesto no podemos pasar por alto que las fuerzas imperialistas –presentes en el mundo musulmán durante más de un siglo– han tomado todas las medidas a su alcance para impedir que se creara un “mundo islámico” como una fuerza política en sí misma. La Primavera Árabe representó ese momento en el cual el mundo avanzaba rápidamente hacia el cambio. Pero el proceso fue interrumpido con contrarrevoluciones.

Sin embargo, a pesar de estas medidas centenarias, a día de hoy el mundo islámico existe y en él se integran actores internacionales muy poderosos que necesitan tomar las riendas del mismo.El mundo actual no es el que era hace un siglo, ni hace cincuenta años, ni hace treinta. Las comunidades que conforman el mundo musulmán conocen muy bien el mundo en el que viven y quieren que los gobiernos cumplan con las condiciones de pertenecer al mismo. Los gobiernos no podrán negándose a cumplir las demandas de su pueblo de manera indefinida.

Hace un siglo, la propaganda imperialista de occidente hizo que árabes y turcos se odiaran entre sí más que a nadie, lo que dividió y destruyó el mundo islámico. Dado que la existencia de unidad entre árabes y turcos es una condición fundamental para la formación de un mundo islámico fuerte y estable, crear enemistad, odio o al menos desconfianza entre unos y otros se planteó como la opción más sencilla para asegurar el poder de occidente.

Desde que estallara la crisis del Golfo, Turquía ha tomado especiales precauciones para evitar que el asunto se convirtiera en un disputa contra Arabia Saudí, a la vez que considera el ataque hacia Qatar carente de fundamento. Así es como debería ser. Es un hecho que a día de hoy, Arabia Saudí choca con Turquía en muchos aspectos. No obstante, esta diferencia de carácter político no cambia el hecho que ambas naciones, como todas las que forman el mundo islámico, comparten una misma fe.

Así pues, las diferencias de opinión entre ellos no deberían llevar a su enemistad y a la pérdida de canales de comunicación. Por lo tanto, aunque Turquía apoya a Qatar en este conflicto, está evitando el uso de un discurso que pueda ofender a los saudíes. El tacto que está demostrando tener Turquía se ve reflejado en sus propios medios en los que, a pesar de la crisis, muy poco está siendo publicado en contra de Arabia Saudí. Todo ello debe ser tenido en cuenta por las autoridades de Riad. Los que salvaguardan el poder saudí también deben ser más cuidadosos con su discurso. Desafortunadamente, no es posible decir lo mismo de los medios saudíes. Desde que comenzó la trifulca regional, incluso los medios semioficiales han tratado la actitud turca está siendo tratada con valoraciones injustas e incluso calumniosas. La campaña contra Qatar se ha tornado de repente en una campaña también contra Turquía, llegándose a promover sentimientos turcófobos en las redes sociales y sacando fuera de contexto declaraciones del presidente Recep Tayyip Erdoğan para desencadenar reacciones negativas por todo el mundo árabe.

No se puede afirmar que esta campaña haya surgido de manera espontánea entre los árabes. Los discursos y las noticias fueron combinados de manera sistemática para incitar el odio árabe contra los turcos. Sin embargo, desde que empezara este proceso, Turquía ha dejado bien claro que si la víctima del bloqueo fuera Arabia Saudí su actitud sería la misma que con Qatar.

Turquía se arriesgó a enfrentarse a EE.UU. por Arabia Saudí a raíz del 11 de septiembre y así lo hará cuando la ocasión lo requiera, cuando sea Arabia Saudí la que esté siendo tratada de manera injusta y Washington el equivocado. En el transcurso de los acontecimientos, los círculos políticos más prudentes del mundo árabe reconocieron este gesto de los turcos como una gran oportunidad para el mundo árabe e islámico.

Uno de los argumentos propagandísticos usados contra Turquía, y especialmente contra Erdoğan, son sus declaraciones en una televisión francesa en las que afirmaba que “es algo extraño para nosotros”, refiréndose al wahabismo. Las redes sociales saudíes se plagaron de comentarios al respecto, haciendo parecer que Erdoğan está en contra de la forma saudí de entender el mundo.

A pesar de ello, la verdad es que Erdoğan se refería no sólo al wahabismo, sino también al chiísmo y al sunismo en lo que al sectarismo se refiere, y el presidente turco lleva a cabo esta aclaración frecuentemente. En respuesta a la sedición sectaria, en su visita al santuario chií de Najaf, dijo: “Yo no soy ni suní ni chií. Yo soy musulmán”. Con ello quería decir que no estaba en contra de suníes o de chiíes, sino en contra de un fanatismo y una sedición que hay que superar.

Nada podría ser tan natural como que Erdoğan, en su período como presidente de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), expresara estas ideas. De hecho, si países como Irán, Arabia Saudí y otros países árabes adoptaran una actitud semejante, la resolución de sus disputas sería mucho más fácil.

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Yasín Aktay es diputado del AKP turco y jefe de la delegación turca en la Comisión Interparlamentaria.

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