En un año, los palestinos conmemorarán el 70 aniversario de la Nakba, la catástrofe de 1948 que marca su expulsión de Palestina. Más de 750.000 palestinos, la mayor parte de la población de por aquel entonces, fueron expulsados a la fuerza por las milicias judías del movimiento sionista, las mismas fuerzas sectarias que terminarían conformando el núcleo duro del ejército israelí.
Al contrario de lo que dice la propaganda de Israel, que se impuso en occidente durante años, los palestinos no se fueron voluntariamente porque “los líderes árabes se lo dijeron”. Cómo ha sido documentado y confesado por historiadores sionistas de derechas como Ben Morris, los palestinos fueron expulsados a punta de pistola o por simple miedo, después de haber oído las historias de las numerosas masacres que las milicias judías habían llevado a cabo en las aldeas y poblaciones cercanas.
Todo ello fue un ejercicio de limpieza étnica a gran escala. Un intento –no del todo exitoso– de expulsar a la población indígena del país para poder crear un Estado étnicamente más “puro”: Israel.
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A diferencia de otras guerras en las que la condición de refugiado es temporal, los palestinos han sido sistemáticamente impedidos de su regreso a sus tierras por parte de Israel, y también sus descendientes. El “Estado Judío” no tiene espacio para niños árabes dentro de su visión colonial. El mito de que los palestinos marcharon “de manera voluntaria” durante la “guerra” distrae deliberadamente a los observadores de este hecho central, y brutal. La cantinela propagandística israelí, que sigue afirmando que el problema de los refugiados palestinos fue causado por los “ejércitos invasores árabes” es un sinsentido, una mentira. De los 750.000 refugiados palestinos que se originaron entre 1948 y 1949, al menos 300.000 –según escribe Morris en la página 262 de su libro The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited– habían sido ya expulsados por grupos sionistas antes de los ejércitos árabes intervinieran en un vano intento por parar las masacres.
Israel celebra el día de la Nakba como el “día de la independencia”, pero dicha “independencia” del Estado de Israel es un término totalmente inapropiado. El concepto de la autodeterminación no se puede aplicar a colonos intentando conquistar un territorio con una población indígena propia anterior. Esta era la realidad de Palestina.
De hecho, la propaganda israelí que afirma que el sionismo es “la expresión básica de la identidad nacional del pueblo judío” –como asegura el grupo pro-israelí Movimiento Obrero Judío– no es más que una invención moderna. El sionismo, desde su creación hasta nuestros días, ha sido siempre un movimiento colonial, que aspiraba a llamar la atención de las autoridades imperiales que dominaban Palestina, primero los otomanos y luego los británicos
En 1902,Theodor Herzl, el “padre” del sionismo político escribió al conocido imperialista británico Cecil Rhodes llamándole a unirse al “plan sionista para repoblar Palestina”. El plan no implicaba territorios africanos, sólo un pequeño rincón de Asia y “no a ingleses, sino a judíos”
Es curiosos que Herzl diferenciara, con cierto tono antisemita, a los ingleses de los judíos, algo en lo que la creciente extrema derecha europea de nuestros días estaría de acuerdo, pero lo cierto es que no se les debería transigir nada. El sionismo ha sido siempre un movimiento antisemita, dependiente del racismo contra los judíos para justificar la existencia del suyo propio.
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La Nakba no es una mera cuestión histórica. El hecho de que a los refugiados palestinos no se les haya permitido nunca volver a casa, y que los palestinos a lo largo de toda la región hayan sufrido una expulsión tras otra –muchas veces, pero no siempre, a manos de Israel– quiere decir que es un asunto de rabiosa actualidad.
La continua lucha de los refugiados palestinos y el lento pero imparable proceso de limpieza étnica al que Israel somete a los palestinos que aún viven en el histórico territorio son dos hechos íntimamente unidos, y que se encuentran en el centro de los conflictos aún latentes en el mundo árabe. Hasta que ambos asuntos no se resuelvan, muchos otros conflictos permanecerán activos.
No todos los refugiados palestinos registrados en la ONU querrán retornar a Palestina, muchos tiene su vida asentada en los países colindantes y en el resto del mundo. Sin embargo, muchos lo harán, y todos piden su derecho a volver. Es, al fin y al cabo, un derecho humano básico, avalado por numerosas resoluciones de la ONU a lo largo de muchas décadas. Además, es un derecho individual que no puede ser negociado colectivamente, como algunos líderes palestinos han pretendido hacer.
En mayo, durante el 69 aniversario de la Nakba, el proyecto “Visualizando Palestina” lanzó una nueva infografía, que ilustraba claramente la viabilidad del retorno de los refugiados a Palestina
La propaganda israelí acerca del retorno asegura que significaría la “destrucción” del Estado, pero lo cierto es que no hay razón para no proceder con ello de forma pacífica. Aunque Israel robó y destruyó muchos de los hogares de los palestinos a los que primero había expulsado de su tierra natal, las investigaciones muestran que muchas de sus tierras permanecen vacías y que, por lo tanto, podrían volver sin problema a las mismas.
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El asunto de las propiedades robadas y de los crímenes de guerra deberá ser resuelto de manera que las autoridades israelíes rindan cuenta de los crímenes que cometieron. Al fin y al cabo, la justicia debe prevalecer. No hay razón, sin embargo, para que el retorno no pueda ocurrir de una forma en la que se respeten los derechos humanos de todos los que viven en la Palestina histórica. Tanto árabes como judíos.
Por todo ello, y por la búsqueda fundamental de la justicia, el retorno de los refugiados a Palestina es indispensable.