En los últimos años, varios estudiosos se han centrado en la tesis del fin del llamado “orden de Sykes-Picot”, aludiendo al acuerdo secreto entre el diplomático británico Mark Sykes y su homólogo francés, François Georges-Picot, en 1915-16.
En realidad, al final de la I Guerra Mundial, el Acuerdo de Sykes-Picot ya estaba acabado y, virtualmente, todas las cuestiones discutidas en 1915-16 (incluida la internacionalización de Jerusalén) no se habían implementado o ya no eran relevantes.
Sin embargo, aún hay algo relevante: la mentalidad mediante la cual las autoridades británicas y francesas se acercaron a la región, especialmente en el periodo histórico en el que se firmó el acuerdo. Londres y París definieron las realidades locales y las disensiones como expresiones de conflictos religiosos primitivos, y colocaron sus nuevas instituciones (como el Consejo Supremo Musulmán en Palestino, pero también, de paso, el sistema de Mandato) como sistemas modernos superiores a lo que consideraban un “modelo medieval”.
Las estructuras comunales y judiciales implementadas en la segunda década del último siglo lograron consagrar legalmente las diferencias religiosas: un resultado a largo plazo del Zeitgeist de Sykes-Picot.
Hoy en día se está desarrollando una nueva era Sykes-Picot en Oriente Medio. En comparación con hace un siglo, tendrá más repercusiones globales complejas. Sin embargo, también podemos percibir ciertas similitudes: el “nuevo Sykes-Picot”, como su versión antigua, fomentará las condiciones para la fractura entre los Estados árabes y hará que la región dependa cada vez más de factores externos.
Dos agendas, un orden
La fase actual pasa por dos agendas regionales y regionales en competencia, ambas apoyadas por ideologías intransigentes. La primera pretende mantener y fortalecer una línea geopolítica intrarregional a lo largo de Teherán, Bagdad, Damasco y Beirut. La segunda, imponer un nuevo orden en la región, en gran parte dirigido por Occidente.
En la actualidad, esta segunda “agenda” parece tener más posibilidades de éxito, como confirman tres acciones estratégicas recientes:
- La decisión de algunos Estados del Golfo y Egipto de cortar su relación con Qatar.
- El repentino ascenso de Mohammed Bin Salman a la posición de príncipe heredero saudí.
- El acuerdo para transferir las islas Tiran y Sanafir de El Cairo a Riad.
La crisis de Qatar pretende ser una clara señal para las naciones de la región; demostrarles las consecuencias a las que se enfrentarán aquellos – empezando por Turquía – que no quieran aliarse con el frente anti-Irán y el acuerdo tácito que une a Israel con Arabia Saudí y sus aliados.
La segunda estrategia, mediante la cual Mohammed Bin Salman llegó a su posición a expensas de su primo, Mohammed Bin Nayef, fue aprovechada por Washington a condición de cumplir con los objetivos de EEUU e Israel en la región. Esto incluye el intento de desmantelar Hamás y el reasentamiento de la mayoría de los habitantes de Gaza en el norte del Sinaí, una operación en la que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos proporcionarán las instalaciones y los fondos necesarios.
Pero último, aunque no menos importante, la transferencia de Tiran y Sanafir desde Egipto (cuya soberanía sobre las islas se remonta a un tratado de 1906) a Arabia Saudí. El acuerdo, ratificado por el presidente Abdel Fattah Al-Sisi a pesar de la fuerte oposición expresada por gran parte de la opinión pública egipcia, permite que Riad tenga el control total del acceso al Golfo de Aqaba.
Varias fuentes saudíes confirman que “las relaciones Arabia Saudí-Israel son el aspecto principal para entender el conflicto de las islas Tiran y Sanafir, las transformaciones en la región y las deliberaciones sobre la causa palestina.”
Riad, que en 2015 firmó un memorándum para que sus fuerzas entrenaran en Israel, controla el acceso de Israel y Jordania al Mar Rojo y está en posición de aislar a Teherán de gran parte de los intercambios comerciales de la zona.
Preservando la tiranía: ¿a interés de quién?
Hace un siglo, el sistema de Sykes-Picot impidió o pospuso el surgimiento de un nuevo orden formado dentro de la región. En algunos aspectos, lo que hemos presenciado en los últimos años es la fase final de un impasse histórico que ha durado cerca de un siglo. Sin embargo, una vez más, el resultado final probablemente no sea el esperado por la mayoría de los pueblos de la región.
La actual fase de transición fue abordada inicialmente con un enfoque ambiguo, pero prudente, por parte del gobierno de Obama. Por el contrario, a pesar de lo que pueda parecer, el presidente Trump tiene las ideas más claras. Una vez más, los regímenes opresores se consideran parte de la solución y no del problema. Como dijo un ex general israelí en 2015 a Michael Oren, ex embajador de su país en Washington:
“¿Por qué los americanos no aceptan la verdad? Para defender la libertad occidental, deben preservar la tiranía en Oriente Medio.”
Por su parte, las “tiranías” locales están dispuestas a pagar un alto precio para garantizar su supervivencia. Esto también explica por qué, en los últimos seis años, Riad ha invertido una enorme cantidad de recursos en oponerse a cualquier gobierno o partido que pudiese haber representado una alternativa creíble al “modelo saudí” en el mundo árabe. También explica la decisión de Riad de apoyar al ejército egipcio en el golpe de Estado contra su ex presidente islamista, Mohamed Morsi.
Leer: La democracia y el eje de las tiranías árabes
A corto plazo, las familias y regímenes gobernantes ganarán mucho con estas estrategias y este nuevo orden. Sin embargo, a largo plazo, la situación es menos prometedora. La región ha cambiado mucho desde las décadas previas y, especialmente, desde 2011: las “soluciones” y las ideologías usadas en el pasado para desviar la atención de la gente de la región (pan-arabismo, pan-islamismo, reivindicaciones anti-Israel, etc.) no funcionarán en el futuro próximo. Esto confirma que el nuevo orden occidental, fomentado por Riad, podría volverse en su contra. De hecho, conducirá a un Oriente Medio mucho más dependiente del exterior, pero también al debilitamiento del Reino saudí y la creciente “balcanización” de gran parte de la región.