La resistencia palestina contra la brutal ocupación de Israel está llena de reveses. Sin embargo, la última confrontación con respecto al estatus quo de la mezquita de Al-Aqsa fue un raro ejemplo de éxito. Los 50 años de intentos israelíes para cambiar el estatus quo del Noble Santuario, la semana pasada recibieron un duro golpe que supuso una importante lección tanto para el ocupante como para el ocupado.
En esta ocasión, los israelíes sobrepasaron los límites de su desprecio por los sentimientos religiosos del pueblo palestino y de los musulmanes del mundo. La decisión del gobierno de Netanyahu de prohibir la entrada a Al-Aqsa a todos los fieles musulmanes tras meses de incursiones diarias por parte de extremistas judíos activó todas las alarmas augurando malos presagios.
La reacción en todos los territorios palestinos ocupados fue decisiva e intransigente: la mezquita de Al-Aqsa no se dividirá ni se compartirá. El tema de su propiedad nunca estuvo en duda; pertenece a los musulmanes y, en lo que concierne a los palestinos, nunca iban a faltar a su responsabilidad como custodios.
Los líderes israelíes se arriesgaron en sus propuestas obviando una realidad evidente . Pasando por alto el potencial unificador de Al-Aqsa. En el seno del pueblo palestino hay divergencias en muchos asuntos pero en el papel del Jerusalén y la mezquita de Al-Aqsa en sus vidas y en el mundo no es uno de ellos.
De hecho, podríamos decir lo mismo sobre los musulmanes de todo el mundo. Sus diferencias políticas, sectarias y demás siempre serán insignificantes cuando esté en juego su herencia religiosa y sus derechos. De ahí las protestas y el descontento que recorrió el mundo desde ciudades en Asia sudoriental a África pasando por Europa. Involuntariamente, Netanyahu y su gobierno han unido a los musulmanes en torno a una causa.
El resultado de todo esto es que Israel nunca se saldrá con la suya cuando se unan palestinos y musulmanes. Dicho de otra forma, Israel sólo parece fuerte ante la debilidad de los musulmanes del mundo y el pueblo palestino. De ahí los esfuerzos del sionismo y sus aliados en dividir a los musulmanes por motivos sectarios y nacionalistas.
Otra lección crucial extraída de esta última experiencia en torno a la mezquita de Al-Aqsa es la total insignificancia de los líderes árabes oficiales. A pesar de la gravedad de la situación, la respuesta de la Liga Árabe fue lamentable e incluso irrelevante. Curiosamente, las dos reuniones planificadas fueron aplazadas. Este fracaso recuerda a una farsa similar en 2009, tras la ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza, que produjo una destrucción generalizada de bienes y a la muerte de más de 1.000 civiles. En aquel momento, ocho de los veintidós miembros de la Organización rechazaron la convocatoria de una cumbre especial por parte del entonces presidente de la Liga Árabe, Qatar.
Las masas palestinas han aprendido de la amarga experiencia que es una pérdida de tiempo apelar a estos líderes regionales y pedir su apoyo. Ocho años después de la cumbre en Doha sobre Gaza, los auto proclamados Estados “moderados” han mostrado más apoyo a Israel. Cualquiera que esperara una declaración simbólica sobre Al-Aqsa estaba totalmente engañado.
Además, lo que ocurrió en Jerusalén la semana pasada recuerda la frase popularizada por el ex presidente estadounidense John F. Kennedy: “La victoria tiene mil padres, pero la derrota es huérfana.”
Sin duda, si los palestinos pueden unirse para proteger su herencia religiosa en Jerusalén, pueden hacerlo para acabar con el dominio político, la ocupación militar y la explotación económica de Israel.
De hecho, existen otras indignidades y anormalidades en la realidad palestinas que piden un cambio. Destaca el inhumano asedio de la Franja de Gaza. De la misma manera que la unidad nacional convergió con la solidaridad internacional para poner fin al enfrentamiento en Al-Aqsa, ahora deben combinarse para acabar con la denigrante situación del pueblo palestino en Gaza.Por último, no debe haber duda sobre la dirección que ha tomado el conflicto en Palestina. Los reclamos coloniales de Israel sobre los sitios islámicos, sobre todo Al-Aqsa, no son nada nuevo. El hecho de que el gobierno de Netanyahu haya retrocedido de momento no significa que vaya a quedar así el asunto. Tarde o temprano, los israelíes más intransigentes intentarán de nuevo cambiar el estatus quo del sitio sagrado. Las amenazas contra Al Aqsa continuarán siempre que exista la ocupación. Por lo tanto, la lección general es que, para que Al-Aqsa sea protegida a largo plazo, la brutal ocupación militar de Israel debe acabar.