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Escritor invitado: Elecciones en Kenia. Lecciones de democracia para los países de la Primavera Árabe

Un niño joven de Kenia frente a los carteles de la campaña del primer ministro Raila Odinga durante las elecciones de 2013, en la pared cerca de una mesa de votación en el barrio pobre de Kibera, Nairobi, Kenia. 4 de marzo de 2013 [EPA / Dai Kurokawa]

Kenia acudirá a las urnas el 8 de agosto en unas elecciones muy disputadas que podrían definir al país como una democracia consolidada o dar lugar a un caos político. La historia de Kenia y la de otros estados del África Subsahariana tienen mucho que aportar a las perspectivas de las nuevas democracias en todo el mundo.

Durante la Primavera Árabe en África del Norte, varios periodistas me contactaron a menudo con la misma pregunta: ¿Cuándo van a vivir su propia “primavera” los países del África Subsahariana? Esta pregunta no tenía mucho sentido para los que estudiamos la política del continente. Países como Kenia o Nigeria no iban a inspirarse en los sucesos del norte para provocar su propia “primavera”, ya que pasaron por este proceso hace muchos años.

Como intenté explicar en aquel momento, muchas veces sin éxito, el África Subsahariana ya se había revelado contra las estructuras políticas autoritarias que dominaban el continente desde la independencia. Los años clave fueron los de principios de los 90. A finales de los años 80, la mayoría de los Estados africanos eran regímenes militares o sistemas con un partido único. A principios de la década de los 2000, casi todos los países subsaharianos celebraron elecciones multipartidistas de una forma u otra.

Teniendo esto en cuenta, sostuve que no tenía mucho sentido buscar un impacto de la política del Norte de África en el sur del continente. Una pregunta mucho mejor era cuestionarse qué lecciones podría enseñarle el África Subsahariana a estados como Túnez, Egipto y Libia. Creo que la lección más importante tiene que ver con lo difícil y prolongadas que pueden llegar a ser las transiciones políticas. Aunque la mayoría de los países africanos cambiaron sus sistemas políticos durante los 90, tan sólo unos pocos cambiaron de gobierno, y muchos menos vivieron una revolución en la lógica subyacente de la política.

Por supuesto, existen excepciones. Kenneth Kaunda, quien había gobernado Zambia desde el fin del colonialismo, perdió el poder en 1991. En Benín, Mathieu Kerekou vivió algo similar, y fue expulsado tras una ola de fervor reformista popular. Jerry Rawlings, quien ejercía el poder en Gana, fue expulsado cuando alcanzó el límite del mandato presidencial. Sudáfrica impresionó al mundo al construir una democracia estable a partir de un Estado autoritario y Senegal siguió liberalizándose. En conjunto, estas experiencias demuestran la notable capacidad de los Estados africanos de democratizarse frente a los obstáculos.

Sin embargo, aunque estos ejemplos son importantes, son sólo los destacados. Por cada Benín, hubo un Chad; por cada Sudáfrica, una Eritrea. La historia de estos países más turbulenta nos enseñan una lección muy diferente. A pesar de haberse convertido oficialmente en democracias, las antiguas redes autoritarias continúan ejerciendo un gran poder en varios países, mediante una combinación de mecenazgo y coerción combinados para subvertir las reformas. Nigeria es más competitivo políticamente, pero sigue siendo un país muy corrupto. Uganda comenzó a celebrar elecciones multipartidistas, pero la oposición no tiene permitido ganar. Además, varios líderes han tratado de convertirse en “presidentes para toda la vida”, entre ellos Paul Kagame, de Ruanda, y Robert Mugabe en Zimbabue, que han abusado de su control sobre las fuerzas de seguridad para reestablecer las estructuras autoritarias.

La lección que aprendemos de estos casos es que la democratización suele ser un proceso lento y desigual en el que las viejas élites suelen tener varias oportunidades para retomar el poder. En los últimos diez años, las vacilantes transiciones en el Norte África han demostrado varios elementos de esta tortuosa experiencia. Tras una ola inicial de optimismo, a menudo ha sido un paso adelante y dos hacia atrás.

 

Kenia: ¿atrapada en la transición?

En este contexto, Kenia representa un caso particularmente interesante. A pesar de haber comenzado su historia hacia la democracia con el pie izquierdo, el país ha realizado una serie de avances democráticos. Por un lado, las elecciones de 1992, 1997 y 2007 estuvieron caracterizadas por la violencia y la inestabilidad, y el partido gobernante volvió a ganar todas las elecciones celebradas en 2002. Por otra parte, todos los presidentes han respetado los límites de su mandato y una nueva Constitución aprobada en 2010 alejó el poder del gobierno central.

Dadas estas inconsistencias, las elecciones del 8 de agosto adquieren un cariz más serio y trascendente donde se disputarán la victoria e líder de la oposición, Raila Odinga, y el actual presidente Uhuru Kenyatta. La campaña se ha vuelto especialmente tensa, ya que muchos se muerden las uñas; mientras que la mayoría de las encuestas le dan la victoria a Kenyata, algunas le dan a una estrecha ventaja a Odinga. Ambas partes han declarado que están seguras de su victoria, aumentando aún más la tensión en el panorama político. A raíz de las encuestas de 2007, cuando un resultado controvertido llevó a enfrentamientos étnicos generalizados, muchos keniatas están comprensiblemente nerviosos acerca de lo que les espera el 8 de agosto.

El desarrollo de las elecciones tendrá importantes consecuencias para la democracia en Kenia y en África más allá de este año. Al igual que otros países, sus instituciones democráticas están bien diseñadas, pero, de momento, los líderes políticos no han permitido su funcionamiento. Si el proceso es creíble y todos los bandos aceptan el resultado, el país habrá dado un paso importante hacia la consolidación democrática. Sin embargo, si partes clave del sistema – como la nueva tecnología electoral – fracasan, y si el resultado es disputado y cuestionado, existe el riesgo de que el malestar político erosione algunas de las mejoras de la Constitución de 2010.

En este aspecto, Kenia se encuentra en una encrucijada. El camino que tome nos dirá mucho acerca de la voluntad de las élites políticas de África para priorizar el interés nacional por encima de sus propias necesidades para así hacer avanzar los procesos incompletos de transición política.

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Nic Cheeseman es profesor de Estudios sobre la Democracia en la Universidad de Birmingham y anteriormente fue Director del Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Oxford. Ha sido galardonado con el premio GIGA por el mejor artículo en Estudios de Área Comparativa (2013) y el Premio Frank Cass al mejor artículo por Democratización (2015). Es también el autor de Democracy in Africa: Successes, failures and the struggle for political reform (Cambridge University Press, 2015), el editor fundador de la Oxford Encyclopaedia of African Politics, ex editor de la revista African Affairs.

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