La visita a Arabia Saudí del líder del movimiento sadrista, Muqtada Al-Sadr, en medio de la crisis del Golfo y casi dos meses después de la cumbre Islámico-estadounidense de Riad, ha provocado una serie de dudas respecto a la naturaleza de la misma. Esto se debe particularmente a que no estuvo en la estela de las visitas previas de oficiales iraquíes a Arabia Saudí u oficiales saudíes a Irak. Desde la visita del ministro de Exteriores saudí, Adel Al-Jubeir, a Bagdad hasta la visita del primer ministro iraquí, Haider Abadi, a Riad, seguida de la visita del ministro de Interiores, Qassim Araj, todas estas reuniones oficiales entre Bagdad y Riad fueron coronadas debido a la reunión de Muqtada Al-Sadr con el príncipe saudí, Mohammed Bin Salman, junto a la cálida bienvenida del “líder nacionalista árabe libre” antes y después de la visita.
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Aquellos que piensan que la política exterior de Arabia Saudí se basa exclusivamente en sus intereses nacionales están equivocados. De hecho, los que creen que el problema con Irak, así como el de Siria, podrían ser una parte de las tácticas de Arabia Saudí para fortalecer su estatus en la zona están aún más equivocados. No descarto el papel que haya podido jugar el reino, pero, por desgracia, esto es una crítica a ese papel, ya que, lamentablemente, Arabia Saudí apenas se benefició de sus capacidades y medios internos y externos. Esto habría contribuido a la capacidad de Arabia Saudí de trazar su propio mapa de la región a pesar de todas las intervenciones internacionales y regionales.
En 2003, tras la ocupación estadounidense de Irak, Arabia Saudí decidió no intervenir absoluto en los asuntos iraquíes, con la excepción de la conferencia de Meca, celebrada para las fuerzas nacionales iraquíes en 2006 y que sólo pretendía encubrir los hechos. Mientras Irán aumentaba su influencia militar, política y económica en Irak; Arabia Saudí tenía la tarea de calmar la situación para permitir que Irán fortaleciera aún más su posición, un hecho que Riad ignoraba.
Tras la ocupación estadounidense, se formó la resistencia iraquí, iniciada por las fuerzas sunníes musulmanas de Irak, en un momento en el que la referencia de Najaf emitió una fatwa que prohibía la lucha contra la potencia ocupante. A pesar de esto, Arabia Saudí no se benefició de la existencia de las fuerzas armadas sunníes de Irak, sino que jugaron en su contra, empezando por los medios. Los medios estaban representados por los periódicos Al-Arabiya y Ash-Sharq Al-Awsat, que demonizaban a la resistencia y abandonaron y condenaron a los líderes iraquíes sunníes involucrados en el inicio de la resistencia armada contra el ocupante americano.
Irán creó una resistencia iraquí chií, a pesar de que no existiese antes y de la prohibición de Nayaf. Arabia Saudí negó su apoyo a la resistencia sunní, no sólo para proteger los intereses de Irak, sino también los suyos propios. Esta es la diferencia entre un Estado con visión de futuro y proyectos y otro que permaneció en la órbita estadounidense, confiando en las promesas de Washington de no permitir que Irán expandiese su influencia en Irak.
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Hoy, Arabia Saudí regresa al panorama iraquí, 14 años después de la ocupación estadounidense y casi una década después de la influencia y control iraní. Esta influencia ya no está limitada a las zonas sur y centro de Irak, sino que se ha extendido también al norte y al oeste. Los Guardas Revolucionarios Iraníes patrullan Anbar y están instalando centros de mando en Mosul, después de que estas áreas estuvieran fuera de los límites de la ocupación de EEUU, cuyas tropas superaban los 250.000 soldados completamente equipados.
Arabia Saudí, o al menos parte de sus ciudadanos, creen que su influencia en Irak empieza por liberar a los chíies iraquíes del control de Irán. Este punto de vista sería aceptable si estuviésemos en los dos primeros años de la ocupación estadounidense, pero ahora Irak es el patio de Irán. Ya ningún pájaro sobrevuela Bagdad sin el permiso de Irán. Ahora la interferencia de Arabia Saudí sólo sería eso: una interferencia.
La apertura de Arabia Saudí a Irak se produce tras la cumbre islámica Riad-Estados Unidos, en la que los estadounidenses dejaron clara su intención de dirigir a los líderes de los países musulmanes, empezando por Arabia Saudí, para que apoyen al gobierno de Haider Al-Abadi. Washington le considera su mano derecha en Irak, y debe contar con el apoyo de los árabes.
También parece que Arabia Saudí pretende enviarle un mensaje a Irán; demostrar que es capaz de entrar en el panorama iraquí a pesar de la presencia iraní. También quiere demostrar que el artífice de esta entrada podría ser Muqtada Al-Sadr. Sin embargo, Arabia Saudí ha pasado por alto que, a pesar de que coinciden en varios aspectos, Al-Sadr permanece fiel a su doctrina y al país que la respalda: Irán. Esto se debe a que sabe perfectamente que intentar actuar a espaldas de Irán podría provocar que le exilien junto a su padre, es decir, mediante el asesinato atribuido a una organización sunní, como el Daesh. Esto justificaría una guerra sectaria de la que Arabia Saudí se retiraría rápidamente, dejando atrás a Irak y permitiendo que se hunda en el atolladero iraní.
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La estrategia saudí en Irak, aunque tardía, debe pasar primero por el consenso árabe y por una decisión colectiva respecto a la importancia de recuperar a Irak de las manos de Irán. Todo esto, precedido de la coordinación de posiciones y la comprensión de la inevitabilidad de un enfrentamiento con Irán. Se ha convertido en algo inevitable, dada la guerra económica y mediática de Saudí Arabia y Emiratos Árabes y Unidos con Qatar, la pequeña potencia económica y mediática que siempre ha resaltado la necesidad de apoyar a Irak mediante un proceso político y la necesidad de permitir a los sunníes recuperar su estatus después de que les abandonaran los árabes, empezando por Arabia Saudí.
Ester artículo se publicó originalmente en Al-Araby Al-Jadeed el 8 de agosto de 2017.