Uno de los cambios que Donald Trump ha intentado llevar a cabo desde su llegada a la presidencia de Estados Unidos tiene que ver con las leyes sobre la ayuda alimentaria humanitaria para el mundo, incluida la entrega directa que proporciona el Programa Alimenticio Mundial de la ONU, y la forma indirecta que suponen las organizaciones locales afiliadas con asociaciones de ayuda estadounidenses y grupos de la sociedad civil.
Los programas de ayuda de la ONU se basan en proporcionar alimentos a millones de personas en forma de ayuda física o financiera, como la ayuda de emergencia en el caso de desastres, guerras o pobreza. La ayuda estadounidense compone el 40% de esta ayuda. Estados Unidos proporciona ayuda principalmente en forma de alimentos que se etiquetan como un “regalo del pueblo americano”. ¿Realmente pretende este regalo alimentar a los pobres y rehabilitar sus países, o es parte de una agenda política y económica que, más que ayudar, dificulta la situación?
Trump ordenó cancelar dos grandes programas de ayuda alimentaria: Food for Peace, establecido por el presidente Eisenhower en 1954 para donar excedentes del cultivo de cereales a países pobres; y el Programa Internacional de McGovern-Dole de Food For Education y Nutrición Infantil, afiliado con el departamento estadounidense de Agricultura. Jordania es uno de los países que se beneficia de este programa.
La decisión de cancelar estos programas se enfrentó a la oposición de uniones de agricultores, usuarios de productos agrícolas y trabajadores del transporte marítimo y de embalaje, es decir, los beneficiarios estadounidenses del programa y, por lo tanto, Trump se echó atrás.
La Casa Blanca emitió una orden ejecutiva exigiendo la transferencia de ayuda alimentaria de EE.UU. a bordo de buques con la bandera estadounidense, aunque la ley actual estipula que sólo la mitad de los buques deben ondear la bandera. Además, estos cambios afectan a los millones de personas desplazadas en muchos países, incluidos Siria, Irak, Yemen y Sudán. El jefe del Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas, David Beasley, declaró al respecto de la guerra de Irak: “Somos la primera línea de defensa y ofensiva contra el extremismo y el terrorismo”. Beasley vinculó la ayuda humanitaria con la política de seguridad nacional y la “guerra contra el terrorismo”.
A pesar de que todo el mundo sabe que esta ayuda humanitaria nunca fue gratis ni estuvo libre de interese políticos y ventajas económicas, las últimas medidas de la administración americana plantearon preguntas sobre en qué consiste realmente esta ayuda y sobre su efectividad a corto y largo plazo, así como la forma en la que se vinculan a los intereses imperiales. ¿Qué falla en el actual programa de ayuda alimentaria y como afecta a todos los programas de ayuda, incluido el de la ONU?
El informe de Oxfam América, al igual que varios informes económicos, incluido un estudio de Katarina Wahlberg, asesora del Coordinador del Programa de Política Social y Económica en el Foro Mundial de Política, resumió la situación como:
Primero; el 85% de la ayuda proporcionada por los programas alimentarios no es un regalo incondicional. Estados Unidos elige a qué países ayudar basándose en nociones políticas y no en la necesidad de sus gentes.
Segundo; la ayuda alimentaria se compra en Estados Unidos, es decir, a agricultores y proveedores estadounidenses, no en zonas cercanas a los países necesitados, y se transportan en naves americanas. Esto supone un “comercio provechoso” y un proceso con un aspecto de desarrollo económico en EEUU. Tercero; los artículos necesitan entre cuatro y seis meses para llegar a su destino, debido al tiempo que se usa para comprar y transportar los alimentos. Esto supone que la ayuda sea inútil en casos de emergencias repentinas. Cuarto; el coste de transporte y envío de la ayuda hace que la ayuda americana sea más cara que la de zonas cercanas a las áreas que la necesitan.
Actualmente, aquellos en situación de necesidad sólo reciben 40 céntimos de cada dólar invertido en grano para ayuda alimentaria, y la mayor parte del dinero acaba en los bolsillos de los intermediarios. Estas regulaciones protegen los intereses privados a expensas de personas pasando hambre, según afirma Oxfam América.
Quinto; la ayuda alimentaria suele socavar la producción agrícola local en los países beneficiaros, y amenaza a largo plazo la seguridad alimentaria. La realidad es que algunos países donantes han establecido programas de ayuda que promueven principalmente sus propios intereses más que ayudar a combatir el hambre. Por ejemplo, los legisladores establecieron programas de ayuda alimentaria en EEUU para expandir los mercados de exportación estadounidenses y librarse de los excedentes agrícolas resultantes de los subsidios agrícolas locales.
Sexto; a veces, la ayuda alimentaria cambia los patrones de consumo en los países receptores. Por ejemplo, la inundación de los mercados surcoreanos con trigo estadounidense ha afectado el cultivo local que, como resultado, se ha vuelto más caro que el trigo.
Séptimo; Estados Unidos proporciona cultivos genéticamente modificados de grandes compañías agrícolas, como Monanto, como ayuda alimentaria, a pesar de las dudas que rodean la consumición de estos cultivos y la negativa de varios países a recibir esta ayuda. Sin embargo, sus necesidades, particularmente tras un desastre, y la presión americana les obligan a aceptar. Aun así, Monsanto consiguió en 2013 aprobar la Ley de Protección de Monsanto, que garantiza su inmunidad legal y, por lo tanto, dificulta la que la empresa sea procesada, incluso aunque se demuestre que sus productos causan daños a la salud y al medio ambiente.
Hasta ahora, los programas de ayuda han demostrado su fracaso a la hora de paliar el hambre y no han conseguido proporcionar ayuda urgente en muchas guerras y desastres natural. En general, suelen estar más sujetos a agendas económicas y políticas que a la resolución del problema. El daño que causan estas agendas seguirá aumentando si sus actuales objetivos, estructura e implementación siguen iguales. Oxgam sugiere que una solución sería liberar fondos para comprar más alimentos locales en emergencias extremas, acabando con la venta de ayuda alimentaria estadounidense en países en desarrollo y en situaciones que no sean de emergencia ya que, como demuestran docenas de ejemplos, esto resulta en el deterioro de la producción local y aumenta el desempleo y la pobreza, así como su dependencia de ayuda extranjera.
La cuestión más importante que no mencionan las organizaciones de ayuda internacionales, incluidas la ONU y Oxfam, es el papel que juegan los grandes países que proporcionan ayuda “humanitaria” a la hora de provocar guerras y conflictos, así como su responsabilidad en lo que se conoce como la “industria de la pobreza”. Esta industria de la pobreza se traduce en la creación de guerras y la venta de armas. ¿Para qué darle comida a un niño iraquí o sirio en la escuela, si su escuela va a ser bombardeada minutos después por un avión estadounidense?
Este artículo se publicó por primera vez en Al-Quds Al-Arabi el 15 Agosto de 2017.