Hace 35 años, cuando Israel invadió Beirut occidental, milicianos cristianos libaneses entraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila al oeste de Beirut. Durante tres días, las fuerzas israelíes sellaron el campo y les permitieron matar a varios miles de refugiados.
Yo era entonces una joven aprendiz de ortopedia que había renunciado al Hospital St. Thomas de Londres para unirse a un equipo médico de la asociación Christian Aid, ayudando a los heridos durante la invasión de Israel en Líbano unos meses antes. Beirut estaba sitiada. El agua, la comida, la electricidad y los medicamentos fueron bloqueados. La invasión dejó miles de muertos y heridos, e hizo que unas 100.000 personas se quedaran sin hogar.
Me uní a la organización de la Media Luna Roja palestina para encargarme del departamento ortopédico del hospital de Gaza en el campamento de Sabra y Shatila, en Beirut Occidental. Conocí a refugiados palestinos en sus hogares bombardeados y aprendí cómo se convirtieron en refugiados en uno de los 12 campos palestinos de Líbano. Hasta entonces no sabía que existían palestinos.
Me contaron cómo fueron expulsados de sus hogares en Palestina en 1948, a menudo a punta de pistola. Tuvieron que huir con todas las posesiones que pudieron llevarse, hasta Líbano, Jordania y Siria.
Naciones Unidas instaló para estos refugiados tiendas de campaña mientras el mundo les prometía que volverían sus casas pronto. Esa expectativa nunca se materializó. Ahora cumplen 69 años viviendo como refugiados. Palestina fue borrada del mapa del mundo. Los 750.000 refugiados, que eran la mitad de la población palestina en 1948, han crecido a 5 millones.
Poco después de mi llegada a Beirut, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat abandonó la ciudad. Era el precio exigido por Israel para detener el bombardeo de Líbano y para levantar el bloqueo militar de 10 semanas. A los catorce mil hombres y mujeres que abandonaron Líbano las potencias occidentales les garantizaron que sus familias, que quedaron atrás, estarían protegidas.
Los que salían eran combatientes, funcionarios, médicos, enfermeras, profesores, sindicalistas, periodistas, ingenieros y técnicos. La OLP era el gobierno de los palestinos en el exilio. Miles de familias palestinas, muchas de las cuales habían perdido miembros durante la invasión, ahora estaban sin el pilar principal de la familia, a menudo el padre o el hermano mayor de la familia.
El cese del fuego duró solo tres semanas. Las fuerzas internacionales del mantenimiento de la paz, encargadas por el acuerdo de cese del fuego para proteger a los civiles, se retiraron repentinamente. Poco después, el nuevo presidente cristiano de Líbano, Bashir Gemayel, fue asesinado.
El 15 de septiembre, varios cientos de tanques israelíes entraron al oeste de Beirut. Algunos de ellos rodearon y sellaron Sabra y Chatila, impidiendo que los habitantes huyeran. Un grupo de milicianos cristianos, entrenados y armados por Israel, entraron en el campamento. Cuando los tanques se retiraron del perímetro del campamento el 18 de septiembre, varios miles de civiles fueron encontrados muertos dentro del campamento, mientras que otros habían sido secuestrados y otros muchos desaparecidos.
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Nuestro equipo del hospital, que había trabajado sin parar durante 72 horas, recibió la orden de dejar a nuestros pacientes a punto de ametralladora, obligado a salir del campamento el 18 de septiembre. Cuando salí del quirófano del sótano, comprendí la dolorosa verdad. Mientras luchábamos por salvar unas pocas vidas, miles eran asesinados.
Algunos de los cuerpos ya comenzaban a pudrirse bajo el cálido sol de Beirut. Las imágenes de la masacre se quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Entre ellas había cuerpos muertos y mutilados que cubrían las callejuelas de los campamentos. Solo unos días antes estos seres humanos, que estaban llenos de vida y esperanza, creían que la OLP los sacaría de allí.
Estas fueron las personas que me acogieron en sus hogares rotos. Me sirvieron café árabe y cualquier alimento que encontraban. Sencillez, cálida y generosa. Compartieron conmigo sus vidas rotas. Me mostraron fotografías descoloridas de sus hogares y familias en Palestina antes de 1948 y las grandes llaves de la casa que todavía guardaban con ellos. Las mujeres compartieron conmigo sus hermosos bordados, cada uno con motivos de los pueblos que dejaron atrás. Muchas de estas aldeas fueron destruidas tras su partida.
Durante la masacre, algunas de estas personas se convirtieron en pacientes que no pudimos salvar. Otros murieron a su llegada. Dejaron huérfanos y viudas. Una madre herida nos rogó que cogiéramos sangre del hospital para dársela a su hijo. Ella murió poco después. Los niños que tuvieron que presenciar las violaciones de sus madres y hermanas sufrirían el trauma de por vida.
Caras aterrorizadas de familias reunidas por hombres armados mientras esperaban la muerte, una joven madre desesperada que trató de darme a su bebé para que lo pusiera a salvo, el hedor de los cuerpos en descomposición como fosas comunes al aire libre, los gritos penetrantes de mujeres que descubrían los restos de sus seres queridos por pedazos de ropa y tarjetas de identidad - todo ellos recuerdos que siempre vivirán conmigo.
Los supervivientes volvieron a vivir en las mismas casas donde sus familias y vecinos fueron masacrados. Fueron personas valientes. No tenían otro lugar al que huir.
Hoy en día, los refugiados palestinos en Líbano están excluidos de 30 profesiones, y solo el 2% de los palestinos en trabajos no profesionales tienen permisos de trabajo adecuados. No tienen pasaportes. Se les prohíbe poseer y heredar propiedades. Si se les niega el derecho a regresar a sus hogares en Palestina, no solo nacen refugiados, sino que crecerán como refugiados y morirán como tales.
En cuanto a mí, todavía tengo preguntas dolorosas que necesitan ser contestadas. ¿Por qué fueron masacrados? ¿Ha olvidado el mundo a los supervivientes?¿Cómo podemos permitir una situación en la que la única reclamación de una persona sea recibir una tarjeta de identidad de refugiado? Estas preguntas me han perseguido desde que conocí a los refugiados palestinos de Sabra y Shatila. Todavía hoy siento la necesidad de recibir una respuesta.
Este artículo fue publicado por Refugees Deeply.