El 6 de marzo de 2014, Mahmoud Wahba y su amigo Khaled Askar conducían para encontrarse con la madre de Khaled y romper el ayuno juntos. Era jueves, uno de los dos días de la semana en los que el Sunnah recomienda el ayuno musulmán.
Mientras conducían hacia la casa de Khaled, las fuerzas de seguridad detuvieron a los dos jóvenes en Mansura, una de las mayores ciudades de Egipto, situada en la orilla oriental del río Nilo.
Las familias no tuvieron noticias de ellos hasta esa tarde, cuando la madre de Mahmoud, Fatima Al-Issawi, recibió una llamada de la comisaría.
“Doctora, su hijo, Mahmoud, está aquí, en comisaría”, dijo una voz al otro lado de la línea. “Debería llamar a alguien que le ayude”.
En cuanto escuchó la voz de la llamada, Fatima supo que su hijo había sido detenido y que estaba siendo torturado.
Efectivamente, poco después circuló un vídeo en YouTube y en varios canales por satélite en los que Mahmoud, Khaled y Ahmed Al-Walid confesaban haber asesinado al sargento de la policía Abdulla Al-Motweli el mes anterior.
Al-Motweli formaba parte del equipo de seguridad que protegía al juez del caso contra el expulsado presidente Mohamed Morsi. Además de su asesinato, fueron acusados de posesión de armas y de formar una célula terrorista que pensaba atacar a las fuerzas de seguridad.
Cuando aparecen delante de la cámara, parece que están leyendo un papel. El rostro de Mahmoud estaba hinchado, recuerda su madre, y eran visibles las señales de tortura en su piel.
El hecho de que el vídeo se publicara está en contra del código penal egipcio, ya que ni siquiera había empezado el juicio. De hecho, todo el proceso judicial ha sido una farsa; sus familiares no han tenido permitido el acceso a las audiencias y sus abogados han sido amenazados. Muchos se rindieron bajo la presión y abandonaron el caso.
Cuando se produjo el juicio en 2015, el veredicto fue una conclusión inevitable. Mahmoud, Khaled, Ahmed y otros tres jóvenes – Ibrahim Azab, Bassim Mohsin y Abdulrahman Attia – fueron condenados a muerte por el tribunal criminal supremo de Egipto en lo que ahora se conoce como el caso de ‘Los seis de Mansura’.
Unos 21 días después de la detención de Mahmoud, Fatima visitó a su hijo en la infame prisión de Al-Aqrab, conocida como el Escorpión. Fatima cuenta que su hijo pasó allí un año y medio, hasta que fue trasladado al bloque de ejecución de la cárcel de Wadi Natrun.
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Las condiciones en el interior son terribles: Mahmoud sólo sale de su celda durante una hora al día para hacer ejercicio e ir al servicio. El resto del tiempo, cuando necesita aliviarse, utiliza una bolsa de plástico.
Su familia le visita una vez al mes; están prohibidos los libros y la mayoría de medicamentos. Mahmoud ha pedido un examen ocular, ya que necesita gafas, pero su petición ha sido rechazada.
“Dado el gran número de condenados a muerte”, dice Fatima, “comparte su celda con otros tres prisioneros”. Su celda sólo tiene capacidad para uno.
No es de extrañar que no haya hueco en los calabozos de Egipto, ya que, durante su gobierno, se cree que Al-Sisi ha encerrado a unos 60.000 prisioneros políticos, sentenciado a muerte a 1.700 y ejecutado a 900. En 2013 – cuando Al-Sisi llegó al poder – no había ejecuciones registradas en Egipto, sin embargo, ha habido un fuerte aumento desde entonces, llegando a los 44 casos en 2016.
A medida que crecen las cifras, es importante que las personas que las suman no sean olvidadas. Mahmoud es estudiante de energía, un joven con los mismos intereses que muchos otros de su edad: “Le gusta el fútbol, juega en el equipo de su colegio”, cuenta Fatima. “Tiene una voz bonita y canta en las celebraciones y asambleas escolares. Le gustaba leer.”
Cuando detuvieron el coche ese día de principios de marzo, las fuerzas de seguridad en realidad buscaban a Khaled Askar. Pero, una vez que la policía identificó a Khaled, empezaron a investigar la historia de Mahmoud y encontraron lo que más se temían: que Mahmoud era miembro de los Hermanos Musulmanes, se oponía al golpe de Estado y que era activo en política en su universidad.
El mejor amigo de Khaled, Abdullah Adel, ha creado una página de Facebook, ‘los Seis Oprimidos’, para intentar llamar la atención sobre los seis de Mansura y sus casos. Está repleta de fotos de los jóvenes en uniformes de prisión y esposados. Abdullah ha hecho varios vídeos cortos – tributos a los seis hombres y campañas para pedir su libertad – y los ha publicado en su muro.
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Abdullah cuenta que, aunque Khaled era químico, también se forma para ser actor y era un estudioso entusiasta del Islam. Todos ellos estudiaban y tenían éxito, añade; por ejemplo, Ibrahim Azab era uno de los mejores profesores que había.
Abdulrahman Attia, estudiante de cuarto año de Medicina en la escuela de Al-Azhar, soñaba con estudiar cardiología. Parecía estar en la dirección correcta – superó el tercer año de sus estudios con honores y dedicaba la mayoría de su tiempo y energía a cumplir su sueño.
Pero el principio del fin de este sueño llegó cuando fue detenido en el metro de El Cairo el 8 de marzo de 2014.
Su madre, Amal Nazih Soliman, cuenta que Abdulrahman estuvo días desaparecido tras su detención. Durante ese tiempo le ataron, le electrocutaron y le obligaron a confesar haber formado parte del asesinato de Abdulla Al-Motweli. Resistió, defendiendo su inocencia frente una acusación con más motivaciones políticas que con auténticas pruebas y hechos.
Cuando las autoridades amenazaron con violar a su madre y a su hermana, confesó haber matado al policía.
Abdulrahman también está detenido en las instalaciones de máxima seguridad de Wadi Al-Natrun, compartiendo su pequeña celda con otras dos personas. “No puede sentarse o estar de pie en condiciones”, dice Amal, “no hay ventilación. Sólo se le permite media hora al día e, incluso si necesita atención médica, no le va a ver ningún médico. Ha perdido mucho peso y sufre de dolores estomacales y de colon”.
“Es muy educado, todo el que le conoce le adora”, continúa. “Nunca abandonaría a alguien que le pidiese ayuda”.
Abdulrahman es el más mayor de sus hermanos – sus hermanos han sido amenazados con ser detenidos por un sistema cada vez más opresor que fortalece su control sobre una nación mediante el castigo por asociación.
Como Fatima, Amal está convencida de que su hijo es inocente:
“Era fácil para el abogado demostrar la inocencia de Abdulrahman, así como de los otros, pero la sentencia estaba claramente politizada.”
En la esquina izquierda del vídeo de confesión encontramos a Ahmed Al-Walid, detenido en Wadi Al-Natrun junto a Mahmoud, Khaled y Abdulrahman. Ante la cámara, Ahmed asume la responsabilidad de apretar el gatillo contra el policía.
El caso de Ahmed ha atraído mucha atención, ya que, con el arresto de Ahmed, su madre perdió al último de sus tres hijos. Uno de los hermanos de Ahmed fue asesinado durante la masacre de Rabaa en agosto de 2013, y el otro desapareció después de que cuestionara la muerte de su hermano.
“Somos familias normales”, dice Amal, resumiendo lo que ha sido un trágico suceso para las seis familias. “No somos violentas. Nos han tratado injustamente con la detención de estos jóvenes, por la simple razón de su oposición al gobierno”.
“Todo lo que pedimos es la libertad de Abdulrahman y sus amigos”, añade. “Que todos reciban el derecho más básico: el derecho a la vida.”
Marwa Assem contribuyó a este reportaje