Tras el referéndum kurdo para separarse de Irak, las ambiciones de Israel en el país se han completado. Durante años, los estrategas y políticos israelíes no han ocultado su ambición de disolver a los Estados árabes; por desgracia, Irak ha sido uno de sus objetivos principales. En febrero de 1982, Ze’ev Schiff, ex corresponsal militar para el periódico Haaretz, escribió que “lo mejor” que podría pasarles a los intereses israelíes en el país es la “disolución de Irak en un Estado chií, un Estado sunní y la separación de la parte kurda”.
Ese mismo mes hace 35 años, el plan de Israel de dividir la región en pequeños Estados fue descrito con más detalle en un documento escrito por Oded Yinon, titulado “Una Estrategia para Israel en los años 80”, publicado en hebreo en Kivunim, el Departamento de Información de la Organización Sionista Mundial. “Irak, rico en petróleo e internamente dividido, es un candidato para ser un objetivo de Israel. Su disolución es incluso más importante para nosotros que la de Siria. Irak es más fuerte que Siria. A corto plazo, es el poder iraquí el que constituye la mayor amenaza para Israel.”
Hay un proverbio árabe que dice que la calamidad de un pueblo es el beneficio de otro. Puede que sea así, pero, en este caso, la ruptura de Irak no es necesariamente buena para los nacionalistas kurdos. Aunque la independencia kurda puede significar éxitos inmediatos y a corto plazo, hay muchos factores amenazadores.
La oposición al gobierno de Bagdad, así como de Turquía e Irán, ya ha provocado ejercicios militares en la frontera con el Kurdistán autónomo de Irak. Cualquier error de cálculo o provocación de cualquiera de las partes podría iniciar un conflicto regional. Si eso sucede, ¿quién es el mayor beneficiario? No hay duda de que el complejo industrial de Israel se beneficiaría enormemente de la venta de armas a los kurdos y a todo aquel que quiera comprar sus productos letales.
Podemos evaluar lo que podría pasar observando al Estado más joven del mundo, la República de Sudán del Sur. Los mismos factores que provocaron su ruptura de Sudán están presentes en el norte de Irak: un pueblo rechazado y marginalizado por su gobierno central; la presencia de reservas de petróleo en la región; y apoyo extranjero a su secesión.
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La promesa de igualdad, justicia y prosperidad que acompañó el nacimiento de Sudán del Sur se ha convertido en una verdadera pesadilla. Tan pronto como el nuevo Estado apareció, descendió en un torbellino de derramamiento de sangre. Enfermedades, hambruna y caos están a la orden del día.
Incluso tras reconocer al naciente Sudán del Sur y establecer lazos diplomáticos en julio de 2011, Israel ha vendido armas a ambas partes enfrentadas; no tiene compunción moral alguna. Este comercio impulsa la venta continua de armas israelíes al régimen genocida de Myanmar.
En Irak, la amenaza de conflicto parece casi permanente, y no sólo debido a la oposición de los Estados vecinos al proyecto kurdo. Dentro del mismo norte de Irak, el referéndum ha tenido poco apoyo de las comunidades cristianas, turcomanas y yazidíes. Un informe publicado por el periódico francés La Croix señaló que estas comunidades minoritarias temen que acaben por ser dominadas por los kurdos en el Estado kurdo propuesto. En efecto, les gustaría evitar la situación que sufrieron los Nuer, los Shilluk y otras tribus pequeñas de la República de Sudán del Sur, dominada por los dinka.
Además, la lucha por el control de los campos petrolíferos y sus ingresos será tan explosiva en el norte de Irak como lo es en Sudán del Sur. El llamado oro negro ha sido una bendición y una maldición para muchos Estados de Oriente Medio. El mal uso de este recurso natural por parte de regímenes sin escrúpulos ha fomentado el descontento y la agitación en la región. De nuevo, esto tiene un paralelo con el conflicto de Sudán del Sur. Una vez que los ingresos comenzaron a fluir, los secesionistas de Juba no quisieron compartirlo con Jartum; por desgracia, cuando, finalmente, consiguieron su Estado, una tribu, los dinka, se lo llevó todo. Las minorías del norte de Irak realmente temen que se repita esta situación en un Estado dominado por los kurdos.Todavía hay otras cuestiones que requieren respuestas urgentes. Si los israelíes se comprometen con el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación, ¿por qué aún se lo niegan al pueblo de Palestina, 100 años después de la Declaración de Balfour? Es extraño que hayan aceptado parte de ese malogrado documento y hayan rechazado la parte en la que se apoya el apoyo británico a un “hogar nacional para el pueblo judío”; “Dejando claro que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político que gozan los judíos en cualquier otro país”.
El apoyo incondicional de Israel a la independencia kurda es coherente con los objetivos esbozados por Ze’ev Schiff y Oded Yinon en los 80. La desintegración de Siria, Libia, Yemen y, ahora, Irak, ha creado valiosas oportunidades para la hegemonía israelí. El Estado sionista nunca lo ha tenido tan fácil, gracias a la generación de líderes de Oriente Medio que carecen de previsión, se niegan a aprender de los errores del pasado y parecen incapaces de distinguir entre aliados y enemigos. La independencia kurda hará que Irak se desintegre; es el sueño de Israel.