El terrorismo es un fenómeno aparentemente ineludible que nos afecta a todos. A pesar del gran sufrimiento y las pérdidas humanas, el mundo parece ser menos cohesivo para hacer frente a esta auténtica amenaza que pone en riesgo a las futuras generaciones. Nuestros enormes ejércitos y su gran poder, respaldados por las redes de inteligencia al minuto, parecen ser incapaces de detener a los terroristas. Esto se debe a la ausencia de una sola estrategia combinada con la lucha de las potencias mundiales por la hegemonía y el control de los recursos naturales.
Aunque el terrorismo debe ser abominable para todos, es evidente que cierto terrorismo se ha tolerado durante décadas; a menudo se disfraza de Estados actuando en “defensa propia” o tiene una capa de respetabilidad como negocio legítimo. El gobierno británico de Margaret Thatcher, por ejemplo, suministraba en secreto armas letales a Saddam Hussein, y después le empujó a un conflicto con Kuwait para beneficiarse de la resultante “oportunidad sin precedentes” para la venta de armas.
El galardonado documental del periodista John Pilger, “Flying the Flag: Arming the World” reveló que Reino Unido ha armado a muchos gobiernos brutales, corruptos e irresponsables del mundo. Sólo hay que pensar en Suharto e Indonesia, donde “Reino Unido colaboró en una de las peores masacres del siglo”.
Las estimaciones sitúan a Reino Unido en el top 10 mundial de exportadores de armas; Estados Unidos está en primer lugar. Si no hay conflictos en el mundo, el complejo militar-industrial y todas sus manifestaciones se derrumban, creando un gran agujero financiero en las economías nacionales. Regiones enteras son destruidas en conflictos políticos para proteger las economías armamentísticas de ciertos países. Alguien, en alguna parte, ha sacado mucho dinero de los genocidios de Ruanda y Bosnia, y aún lo hace hoy en día en Myanmar. Sabemos que algunos de los grandes exportadores de armas no tienen reparos en vender armas y munición a ambas partes de un conflicto; hay pruebas que sugieren que Israel es experto en esto.
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Junto a las consideraciones morales sobre la venta de armas está la respuesta del mundo a los grandes atentados terroristas. Cuando los criminales de Tehreek-e Talibán Pakistán dispararon a Malala Yousafzai por atreverse a escribir sobre su derecho a la educación, se convirtió directamente en titular de las noticias mundiales. Una brutalidad similar la sufren los niños de Gaza, Cachemira, Siria, Afganistán e Irak (y la lista sigue), pero esta no aparece en las noticias, porque es frecuente. Parece que toleramos el terrorismo estatal o el que cometen nuestros aliados nacionales; el llamado “Juego de Naciones” tiene mucho que declarar.
Ni siquiera sabemos el nombre de la chica iraquí anónima que escribió un blog [Arde Bagdad] usando el apodo de Riverbend, ya que no quería la atención de los medios, aunque también hacía campaña por su derecho a la educación. En su caso, no se resistía a los Talibanes, sino a una coalición dirigida por el país más poderoso del mundo. El terrorismo estatal ha sido expuesto en documentales como La Guerra Que No Ves, Muerte en Gaza y Sufrir en Silencio. Hombres, mujeres y niños sufren en Oriente Próximo, Asia y Latinoamérica, pero, aparentemente, es el precio que hay que pagar para proteger a las grandes empresas.
Además, los Estados poderosos – o Estados con amigos poderosos – pueden actuar con impunidad. De hecho, algunos también financian, apoyan y arman en secreto a grupos radicales y yihadistas para lograr sus ambiciones políticas y económicas. No debería sorprendernos que Estados Unidos y Reino Unido hayan tolerado a los rebeldes de Libia y Siria que provocaron el ascenso del Daesh. Varios grupos de extrema derecha de Europa y otras partes del mundo han sido tolerados e ignorados en la lucha contra el terrorismo global. El gobierno talibán de Afganistán recibió una subvención de un millón de dólares de George W. Bush tan sólo unos meses antes del 11S y el comienzo de su “guerra contra el terrorismo” contra, en efecto, el gobierno talibán de Afganistán”.
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El ex vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, dijo que “el talibán en sí no es nuestro enemigo”. Una de las acusaciones de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos contra Qatar es su “apoyo al terrorismo” al albergar a representantes talibanes en Doha, aunque esto se hizo a petición expresa del gobierno estadounidense con fines de mediación. Durante la guerra no declarada de Occidente contra la URSS en Afganistán, los precursores del movimiento talibán fueron financiados y entrenados por la CIA. Ahora, varias secciones de los medios de EE.UU. afirman que Rusia está financiando a los talibanes; CNN afirma que, de hecho, Moscú está armando al grupo.
Sin embargo, si te resistes a la ocupación extranjera en Cachemira, Palestina u otro lugar, no te arman las grandes potencias, sino que te declaran un terrorista. En 1998, el académico pakistaní-estadounidense Eqbal Ahmad escribió Terrorismo: Suyo y Nuestro, lo cual se ajusta a la perfección al panorama actual.
El terrorismo bueno contra el terrorismo malo; el terrorismo tolerable contra el terrorismo intolerable; su terrorismo contra nuestro terrorismo. Este es el dilema al que nos enfrentamos hoy en día, y los dobles estándares que aplican Occidente y Rusia son el núcleo de la cuestión. La paz mundial sólo se conseguirá si adoptamos una política de tolerancia cero frente a todo el terrorismo, independientemente de quién lo perpetre.