Con el destino del acuerdo nuclear de Irán en juego, Donald Trump tiene hasta el 15 de octubre para informar al Congreso de si cree que Teherán está cumpliendo con el acuerdo de siete naciones. Muchos esperan que el presidente de Estados Unidos desautorice el cumplimiento iraní del acuerdo – devolviendo la relación entre EEUU e Irán a un estado de hostilidad.
No todos los miembros de la administración parecen coincidir en el enfoque radical de Trump sobre Irán. James Mattis, Secretario de Defensa, ha declarado públicamente que Trump “debería considerar permanecer” en el acuerdo, mientras que Rex Tillerson, Secretario de Estado, supuestamente se ha pronunciado contra la descertificación. Tras su primera reunión con el Ministro de Exteriores iraní, Javad Zarif, Tillerson también parecía querer adoptar una visión a más largo plazo, ya que declaró a los medios que la relación Washington-Teherán “nunca ha tenido ni un momento estable”. “¿Así va a ser el resto de nuestra vida, y la de nuestros hijos y nietos?”, preguntó.
Las declaraciones de Tillerson evocaron un encuentro que me relató Mohsen Rafiqdoost, ex Comandante de la Guardia Revolucionaria Iraní, cuando en 1982 se reunió con Ayatollah Khomeini, el fundador de la República Islámica. Rafiqdoost recordaba sugerir que las instalaciones de la embajada estadounidense en Teherán se convirtieran en una base de la Guardia Revolucionaria. Ayatollah Khomeini rechazó la idea, diciendo “¿por qué? ¿es que no vamos a tener relación con Estados Unidos en mil años?”.
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Está claro que varias dejas de alejamiento han llevado a un malentendido general sobre Irán en Washington. A pesar de las negociaciones nucleares del gobierno de Obama, ninguna administración estadounidense desde la revolución iraní de 1979 ha logrado su objetivo declarado de contener a Irán.
Si Trump quiere librar a las futuras generaciones de la ansiedad respecto a la tensión entre EEUU e Irán, debería prestar atención a cinco factores a la hora de formular su política iraní.
Primero; los oficiales estadounidenses deben dejar de hablar de Irán en tono amenazante e insultante. El pueblo iraní está orgulloso de sus miles de años de historia, y valoran más que nada el respeto mutuo como parte integral de sus relaciones exteriores. Sin embargo, el Ministro de Exteriores Zarif me contó que el discurso de Trump en la Asamblea General de las Naciones Unidas del mes pasado fue “el discurso más insultante hacia Irán que ha dado ningún presidente estadounidense desde la revolución”, y que “hizo imposible cualquier diálogo potencial con Estados Unidos”.
Segundo; las políticas de cambio de EEUU han sido autodestructivas. La principal razón de la desconfianza de Estados Unidos hacia Irán desde la revolución han sido las políticas cuyo objetivo es desprestigiar al sistema político iraní. En junio, Tillerson declaró abiertamente que la política iraní en Estados Unidas incluía el cambio de régimen – una declaración que ningún oficial estadounidense ha pronunciado en años y que marcó una fuerte ruptura con la retórica convencional de EEUU de pedir un cambio en el “comportamiento” iraní. En contraste, Barack Obama dijo en la ONU que “no pretendemos cambiar el régimen, y respetamos el derecho del pueblo iraní a acceder a una energía nuclear pacífica”. Así pues, consiguió involucrar diplomática a Irán en su programa nuclear y llegar al acuerdo nuclear de julio de 2015. Las respetuosas cartas intercambiadas entre Obama y Ayatollah Khamenei, líder supremo de Irán, pusieron el proceso en marcha. Esto no podría ocurrir hoy en día con Trump, ya que la clave para una negociación de éxito con Irán es abandonar toda política que quiera cambiar el régimen.
Tercero; desde el golpe de Estado de 1953 – dirigido por Estados Unidos – que expulsó Mohammad Mosaddeq, Primer Ministro elegido democráticamente, los iraníes han rechazado la interferencia estadounidense en Irán. El panorama político de conservadores, moderados y reformistas en Irán es, en muchos aspectos, similar a la competición entre demócratas y republicanos en EEUU. Por lo tanto, todo acuerdo entre Washington y Teherán debe negociarse de modo que trascienda la división partidista de ambos países – o si no sería inherentemente frágil. Los desafíos de los que ha sido sujeto el trato nuclear en Washington por parte del Partido Republicano demuestran esta necesidad. Con respeto a Irán, las negociaciones deben llevarse a cabo de modo que respeten la jerarquía y el sistema político iraní.
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Cuarto; el gobierno de Trump tiene que aceptar que Irán, como gran país con enormes recursos naturales y una población educada, tiene problemas de seguridad legítimos e intereses en su región. Washington debe reconocer que las políticas estadounidenses que pretenden aislar a Teherán y negarse a aceptar un legítimo papel de Irán en la región sólo han visto cómo la influencia iraní ha crecido en países como Siria, Irak, Yemen y Líbano; mientras que la influencia de EEUU disminuye en Afganistán, Irak, Siria, Yemen y demás. Desde el punto de vista iraní, es la política exterior posterior a 1979 la que ha estado motivada por el objetivo de disuadir a la agresión extranjera y asegurar las fronteras del país, en lugar de buscar una hegemonía regional. Tras la revolución, Irán fue invadido por el Irak de Saddam Hussein y, durante gran parte de la pasada década, ha vivido un caos en sus miles de millas de fronteras con Irak, Afganistán y Pakistán – factores que le han obligado a desempeñar un papel regional. Si Estados Unidos quiere evitar situaciones en la que los Estados regionales compiten agresivamente por el poder, debe respaldar la creación de un sistema de seguridad regional que involucre a los seis países del Consejo de Cooperación de Golfo junto a Irak e Irán.
Por último, el historial de las negociaciones de EEUU e Irán demuestra que las políticas de “doble vía” de presión y diplomacia están destinadas al fracaso. Aunque Trump parezca estar intentando poner a Irán frente a la mesa para negociar en una posición de debilidad, los políticos iraníes suelen responder a la presión mediante represalias. En un reciente artículo de opinión del Washington Post, el ex Secretario de Estado John Kerry destacó que, en el momento que entabló negociaciones con Irán, tras años de sanciones, Irán “ya dominaba el ciclo del combustible nuclear” y había construido una reserva de uranio como para hacer entre 10 y 12 bombas. “Dicho de otro modo, Irán ya era un Estado nuclear", escribe Kerry.
La lección que debe aprender Washington es que Teherán desarrollará sus propias técnicas de negociación – no retrocederá ante cualquier amenaza que haga Trump cuando pronuncie su próximo discurso sobre su política en Irán.