Los argumentos a favor y en contra de la expulsión de los terribles dictadores de Oriente Medio se remontan a finales de los 70, cuando Paul Wolfowitz comenzó a pedir la expulsión de Saddam Hussein.
Wolfowitz era un típico neoconservador. Se les suele caracterizar erróneamente como de “derechas” o incluso de “extrema derecha”. Esto no podría estar más lejos de la realidad. Los conservadores decentes son tan rechazados por los “neoconservadores” como la izquierda. No hay nada de conservador en el estímulo de la anarquía. Los neoconservadores son radicales peligrosos con la ventaja sobre los trotskistas (el movimiento que engendró) de ser muy competentes en política. Esto les hace especialmente peligrosos.
Wolfowitz y compañía se salieron con la suya en Irak en primavera del 2003, cuando el presidente George W. Bush acabó por invadir. Los neoconservadores se habían acercado en 1991, pero no lograron convencer al presidente George Bush para que presionara desde Kuwait a Bagdad. Esta vez, no hubo vacilación. Los neoconservadores explotaron hábilmente el 11S a su favor. En medio de la confusión creada por Osama Bin Laden, los neoconservadores triunfaron. El resto es historia.
Los que se oponían a la Guerra de Irak lo hacían por motivos realistas. El realismo de la política exterior consiste en proteger los intereses de tu nación por encima de todo y no aceptar a los dictadores si tienes que lidiar con ellos – basándose en que aportan estabilidad.
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Los neoconservadores rechazaron esta tendencia – como demostró hace poco Michael Gove, ya que rechazan la alianza de Occidente con, entre otros, Arabia Saudí, o incluso Saddam Hussein. A esto se unen, de entre la izquierda británica, figuras públicas como Mehdi Hasan u Owen Jones.
Sin embargo, donde difieren los neoconservadores y sus críticos de izquierdas es en sus críticas hacia los dictadores seculares. Hasan, Jones y otras personalidades de izquierdas como George Galloway se oponen a Irak, basándose en que lo que vendría después del cambio de régimen liderado por Occidente sería peor que lo que había antes. Diez años después, Reino Unido se negó a intervenir para derrocar a Bashar Al-Assad. Muchos de los mismos argumentos resurgieron. Mantener el estatus quo, dijeron los izquierdistas y los conservadores tradicionales, mientras que los neoconservadores y los pertenecientes al “liberalismo muscular”, personas como Tony Blair o Hillary Clinton, argumentaron que hacerlo sería tan éticamente absurdo como seguir apoyando a Arabia Saudí.
Ahora nos enfrentamos a la curiosa situación en Libia, donde la vuelta al estatus quo previo a la intervención es posible y probable. Está surgiendo un nuevo Gadafi – el general Khalifa Haftar, que ha consguido el apoyo de Emiratos Árabes Unido, el francés Emmanuel Macron y el Secretario de Exteriores británico, Boris Johnson. Tras gastar tanta energía en derrocar a Gadafi en 2011, ahora apoyamos su reemplazo.
¿Cómo debería responder la izquierda que se opuso a las invasiones libia e iraquí ahora que ha surgido un nuevo Gadafi? Sin duda, dados sus argumentos previos, deben evitar la subida al poder de Hafter – porque, sin duda, volverá a estabilizar Libia. Sin embargo, están extrañamente callados.
Este es el dilema moral que surge de las consecuencias en Libia; lo que podríamos llamar la ‘paradoja de Haftar’. Si se ha hecho tanto por devolver a Libia a su estado interior – volver atrás hasta antes de 2011 - ¿quién hay mejor que el general Haftar? El gobierno reconocido por la ONU es un caos. Ningún grupo rebelde estaba preparado para el poder. Su parte del país es relativamente estable – en lo cual los oponentes a la intervención occidental han basado sus argumentos. Si surge un nuevo Hussein en Irak, ¿deberíamos apoyarle también?
Sin embargo, la idea de que alguien, y mucho menos la izquierda, apoye activamente a alguien como Haftar, es irritante. Como debería, ya que es un hombre horrible.
El lobby clave en Westminster para la rehabilitación de Haftar es el Consejo Conservador de Oriente Medio, respaldado por Emiratos, compuesto por realistas políticos extranjeros del partido Conservador. Hay algo especialmente objetable sobre un estado tan tórrido guiando la política exterior británica, pero al menos se aprecia que los realistas conservadores extranjeros sean coherentes. Querían que Gadafi se quedara, y ahora quieren que regrese un nuevo Gadafi. No les da vergüenza.
La postura de la izquierda es más ambigua y confusa. Cuando un nuevo Mubarak regresó a apoderarse de Egipto – el general Abdel Fattah Al-Sisi – Jones, el prominente columnista del Guardian, escribió: “Egipto está bajo el yugo de una tiranía violenta, respaldada por Occidente”. ¿Dirá lo mismo de Haftar, el nuevo Gadafi? Aún no ha dicho nada.
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George Galloway afirma que “debemos esperar que alguien como él” tome el poder y reconstruya el Estado libio. Al igual que a los conservadores, a Galloway se le debería elogiar por su coherencia. Se opuso a la guerra porque ésta crearía caos, y aquí está, apoyando el regreso a la estabilidad.
Otros no expresan esta coherencia. El renombrado periodista Ian Sinclair, por ejemplo, ha criticado la ayuda de Occidente a “un potencial criminal de guerra”, Haftar, diciendo que esta ayuda es “peligrosa”. Tiene razón, por supuesto, pero, ¿cómo compensamos eso con su oposición previa a la expulsión de Gadafi?
Quizá existe una diferencia cualitativa entre el apoyo a un dictador para que llegue al poder – como hace Occidente en Libia – e instar a que se mantenga en el poder que ya tiene – como siempre ha hecho y hará Occidente en Oriente Medio. El problema es que la izquierda anti guerra critica que se mantenga a los dictadores, mientras que también se opone a su expulsión.
No es decir que la izquierda tenga razón o no. Es sólo que no podemos saberlo, basándonos en sus varias declaraciones. Con los neoconservadores al menos aves que irán uniformemente por todo el mundo tratando instalar la democracia a la fuerza, de forma predecible y repetida.
Al menos con los realistas conservadores sabes que siempre respaldarán a los dictadores, como demuestra el apoyo de Boris Johnson, Secretario de Exteriores, a Haftar y al presidente Bashar Al-Assad. Al menos, con la verdadera izquierda radical como la de George Galloway, sabes que están dispuestos a ser explícitos con su apoyo para el nuevo Gadafi, Haftar.
Para todas las críticas que ha recibido y su profundo interés personal en ello, a excepción de ciertas murmuraciones en Yemen, el manifiesto de política exterior de Corbyn sigue sin declararse y sin conocerse. Quizá el problema sea su incapacidad de lidiar con estos dilemas.
Con suerte, los próximos movimientos de la izquierda socialista democrática frente al apoyo paradójico e histórico de Haftar ofrecerá más claridad.