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'Beit al-Karama', un centro de las mujeres y para las mujeres palestinas

Beit al-Karama ("la Casa de la Dignidad") es el primer centro administrado enteramente por mujeres en el corazón de la ciudad de Nablús. [Terra Madre Salone del Gusto/Facebook]

“Hoy en día, vivimos la vida en períodos de tiempo”, me dice Beatrice Catanzaro. “Incluso una madre que quiere tener un bebé piensa en ello como un proyecto. Vivimos de proyecto en proyecto; nos desconectamos de la realidad”.

La artista es una de las fundadoras – la otra es Fatima Kadumy – de Bait Al Karama ("La Casa de la Dignidad"), el primer Centro para Mujeres en el centro de la ciudad antigua de Nablus, que combina una empresa social culinaria con actividades artísticas culturales. Este espacio se estableció para ayudar a las necesidades sociales y económicas de las mujeres de la ciudad antigua, que sufren de las consecuencias de la ocupación, y para atraer la atención internacional a Nablus como un lugar lleno de arte y cultura.

Al explicar cómo surgió Bait Al Karama, Beatrice Catanzaro insiste en diferenciar entre simplemente empezar un proyecto y convertirlo en trabajo. Proviniendo de una práctica artística socialmente activa, a Beatrice le frustraba trabajar en proyectos que no irían a ningún lado, sin una exposición o incluso obligados a interrumpirse abruptamente debido a la falta de financiación.

Durante una residencia artística en Palestina, Beatrice visitó Nablus y vio que era una de las capitales económicas del país, un puesto comercial famoso por su jabón de aceite de oliva. También descubrió que existía un gran frente de resistencia contra la ocupación israelí; es donde se produjeron los acontecimientos más importantes de la segunda intifada.

En uno de sus viajes, Catanzaro conoció a Fatima Kadumy, directora del Comité de Mujeres de la Sociedad Caritativa de la Ciudad Antigua de Nablus, y comenzaron a hablar sobre la situación de las mujeres locales. “Es una mujer activa que ayudó con primeros auxilios durante la segunda intifada”, explica. “Se ha convertido en una hermana para mí y, básicamente, me mudé a su casa, donde vive con sus dos hijos y su marido”.

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Las dos decidieron crear una empresa social, un centro para que las mujeres aprendieran a ser independientes y desarrollaran una conciencia y una cultura alrededor de la cocina. Lo que era un simple proyecto financiado durante 3 meses por Fare, la asociación italiana de arte, se convirtió en una estancia de cinco años en Palestina para Beatrice. El proyecto se convirtió en trabajo.

Las dos mujeres tenían enfoques diferentes. Mientras Beatrice trabajaba con el ordenador, Fatima iba al mercado y hablaba directamente con las mujeres. “Era una forma completamente distinta de conectar. Realmente experimentabas el barrio. Al fin, encontramos el lugar: un palacio otomano que necesitaba una renovación total”.

Desde allí, las dos mujeres se plantearon recaudar fondos, eligiendo financiaciones con muy pocas condiciones para mantener su independencia. “El problema con lugares como Palestina es que la mayoría de la economía se basa en la ayuda”, se lamenta la artista. “Muchas veces, los fondos provienen de organizaciones internacionales, y sólo se garantizan bajo ciertas condiciones.”

Un importante paso del proceso fue involucrar a Cristiana Botticelli, antigua directora del departamento educativo de la fundación de arte Fondazione Pistoletto que se convirtió en su mánager cultural. “En un par de años, entre cenas y subvenciones, recaudamos unos 45.000€. Usamos el dinero para reformar el espacio y organizar actividades.”

Como artista trabajadora en el ámbito social, Beatrice es muy consciente de su enfoque; “Para mí, fue un ejercicio personal de no apropiarse de la historia de otros. Consistía en evitar todo lo que llevara a aprovecharse personalmente de una situación contextual al incluir mi nombre”.

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El desapego de la idea de “el proyecto” también consistió en dejar de lado la frustración de tener que presentar resultados de este trabajo que el mundo del arte pudiese reconocer. “Al presentar Bait Al Karama al panorama artístico europeo, me hubiese enfrentado al problema de representar a ‘los otros’. Esto supone narrar una historia que, inevitablemente, parecería muy étnica a los ojos de Occidente”. Viviendo en Palestina, Beatrice ha experimentado esa dimensión y esas normas culturales de forma espontánea y natural. “Sin embargo, sé que todas esas estructuras visuales, empezando por el velo de las mujeres, representan un tipo concreto de impresión para el mundo occidental. Otros pueden utilizarlas para crear opiniones que no se basan en la realidad”. Al llevar a cabo Bait Al Karama, se liberó de la responsabilidad ante el mundo del arte.

Con esa perspectiva en mente, Beatrice y Fatima decidieron que Bait Al Karama consistiera en la cocina, en lugar de que fuese un espacio para actividades culturales sofisticadas. “Normalmente, la cultura en Palestina está dirigida a la clase alta, recibe fondos internacionales y no suele ser muy inclusiva”, señala. “Di clase tres años en la Academia de Bellas Artes de Ramala. A algunas chicas, sobre todo las que llevaban velo, les incomodaba el arte contemporáneo. Se sentían excluidas.”

El centro abrió oficialmente en 2012. Ahora cuenta con más de 50 voluntarios que ayudan con todas las actividades, y con unas 20 mujeres que acuden a Karama para cocinar o dar clases. “En la ciudad antigua de Nablus, hay un 80% de paro. En este contexto, proporcionar a las mujeres trabajo y microcréditos no sólo ayuda a las familias, sino a toda la sociedad.”

Entre sus actividades se incluyen tours culinarios en la ciudad antigua, un salón de belleza, deportes, cursos de idiomas y cuidados para niños. Sin embargo, el núcleo de Bait Al Karama es la escuela de cocina, que atiende especialmente a una audiencia internacional. “Es interesante ver a hombres solteros acudir al centro y que las mujeres les enseñen a cocinar”, señala Beatrice. “Ha sido un salto enorme, algo impensable. Fue mágico ver como todo se normalizaba”.

En 2012, la escuela de cocina se unió al movimiento de “comida lenta”, que pretende combatir las tendencias de la comida rápida en la sociedad y preservas las comidas y las tradiciones locales. La comida lenta opera bajo la premisa de que, a través de ciertas elecciones de estilo de vida, conseguimos influir en el cultivo, la producción y distribución de los alimentos y, por lo tanto, afectar a la vida cultural, ambiental y política de las personas. “Enseñamos a comprar productos cultivados en Palestina. También intentamos hacer consciencia sobre ciertos parámetros nutricionales.”

A través de la cocina, Bait Al Karama quiere presentar una imagen diferente de Palestina, que sigue eclipsada por una visión política prevaleciente. La artista explica que su objetivo es rastrear y preservar las tradiciones de la cocina palestina. “Investigamos sobre los orígenes de los alimentos y de las especias al entrevistar a las mujeres locales y creando un espacio para el intercambio de información, historias y recetas”.

Es más, Bait Al Karama invita a las mujeres de pueblos cercanos a Nablus y las lleva a la ciudad para cocinar y conocerse. Es algo importante en un territorio fragmentado, donde no es fácil desplazarse debido a las restricciones de la ocupación.

“Para nosotras”, dice Beatrice, “era importante crear un activo para la comunidad a partir de las capacidades reales. A las mujeres les gusta ir a Bait Al Karama porque es algo hermoso. Pueden reunirse en un espacio amigable, de forma natural. En Bait Al Karama hemos empezado construyendo desde abajo, por lo que se siente como una casa”.

Esto, señaló, es muy diferente al enfoque planteado desde arriba de las personas que tienen en mente una postura preestablecida. “Aunque la idea es buena, a veces no se aplica a la realidad. En Bait Al Karama hemos tratado adaptarnos a lo que es necesario, y, por lo tanto, tener la capacidad de dirigir los eventos cuando sea necesario”.

En sus propias palabras, para Beatrice Catanzaro se trata de resiliencia. “Esto es lo que nos ha permitido sobrevivir y no convertirnos en otro proyecto, sino en un trabajo para toda la vida. Es, simplemente, una labor de amor.”

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