Este mes se celebra el centenario de la firma de la Declaración Balfour, y en estos 100 años hemos seguido curvando nuestra interpretación de lo que es “normal”. Se han “normalizado” muchas cosas, incluida la ocupación militar israelí de Palestina, los encarcelamientos casi sistemáticos de niños, la segregación racial y religiosa, o los dantescos tratados de “ayuda”, demoliciones y desalojos.
Todo esto y más lo celebra ahora “con orgullo” el gobierno británico en honor a la infame carta de Balfour y la subsecuente “normalidad” de estos actos por parte del Estado de Israel. Es una celebración que, en sí misma, continúa normalizando los actos a su vez más anormales; Reino Unido no tenía ningún derecho ni autoridad a prometer el territorio de un pueblo a otro.
Autoservicio
Este empuje para normalizar lo anormal, poco ético e ilegal – incluso para los estándares de la época – no es nada nuevo dentro del enfoque británico en la cuestión de Palestina. Aunque fue impulsada por los líderes sionistas que querían un Estado judío, la Declaración Balfour acabó sirviendo como una excusa conveniente para Reino Unido reforzara su influencia en Oriente Medio. En parte, se escribió para equilibrar la presencia de los rivales históricos de Reino Unido, los franceses. Un proyecto estatal en Palestina ayudaba a asegurar el control de Reino Unido sobre el Canal de Suez, una gran ruta comercial, y a limitar la influencia de Francia en sus mandatos en África del Norte, Líbano y Siria.
Este oportunismo se vio interrumpido por la insurgencia judía que creció a fines de los años 30 y culminó en el atentado terrorista de 1946 en el Hotel King David, en Jerusalén, en el que murieron 91 personas. Aún es algo celebrado en Israel, y sus responsables son considerados héroes.
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En los años previos a la insurgencia, el papel de Reino Unido en el mandato de Palestina incluía intentos de limitar la inmigración judía, mientras que los controles de territorio fracasaron ante las crecientes peticiones por un Estado del movimiento palestino de resistencia.
El escaso control que el proyecto colonial británico consiguió en Oriente Medio se deshizo por completo en 1956, cuando Egipto nacionalizó el Canal de Suez. Junto a Francia e Israel, Reino Unido invadió la Península de Sinaí en la llamada “Crisis de Suez”. La invasión recibió duras críticas de la comunidad internacional, sobre todo de Estados Unidos, y se vio obligada a retroceder. Una vez más, el propio interés oportunista de Reino Unido había fracasado.
Más allá del interés propio
En el centenario de la Declaración Balfour, existe un sano debate sobre lo que realmente pretendía y significaba. El consenso es que la breve carta de Balfour no era una autorización oficial para la creación del Estado judío en Palestina. Esto lo reflejó el gobierno británico en el Libro Blanco de 1922 y 1939, que rechazaba todo plan de división y subrayaba la necesidad de un hogar judío dentro de un Estado palestino independiente. Otro aspecto pertinente es que la declaración se refiere inequívocamente a “Palestina”, lo que disipa los argumentos sionistas que afirman que ese lugar nunca existió.
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Es más, el actual debate destaca la cláusula en la que Balfour que califica el apoyo de Reino Unido a “un hogar nacional para el pueblo judío, entendiéndose que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías ya existentes en Palestina.” Esto se ha ignorado constantemente desde el día que se escribió.
Oportunismo revisitado
Independientemente de que, históricamente, Reino Unido no parecía tener la intención de crear el desastre que hoy vive Palestina, el gobierno de Westminster sigue empeñado en apegarse a su trayectoria de oportunismo egoísta. En el mundo de hoy en día, con la incertidumbre del Brexit, el oportunismo se presenta a través de la existencia de un socio comercial estable en el Estado de Israel.
Para aprovechar a este socio, el gobierno británico tiene que hacer piruetas verbales, legales y políticas para encubrir sus incompetencias actuales y pasadas, esperando que no nos demos cuenta de su hipocresía y doble criterio.
Por supuesto, no pasan desapercibidas, pero Israel y sus violaciones del derecho internacional siguen siendo normalizadas por Reino Unido y otros países. Hay una ofuscación deliberada de nuestra historia de complicidad en tales violaciones, y los críticos son rechazados con una retórica suave sobre la “complejidad” de la situación.
Sin embargo, esta supuesta complejidad no ha impedido que Estados Unidos envíe grandes cantidades de ayuda externa a un país condenado por el derecho internacional como una potencia ocupante. No se hacen preguntas sobre esto o sobre por qué un país tan próspero como Israel necesita ayuda.
Esta “complejidad” también ha sido un obstáculo para las sanciones de la UE contra Israel por la constante destrucción de proyectos financiados por la UE donados a los palestinos de los territorios ocupados. Esta es la complejidad del enredo en el que se ha metido Reino Unido en este tema; no le queda más que celebrar “con orgullo” un documento que ha causado mucho sufrimiento a millones de palestinos.
No hace falta decir que la situación se ha vuelto tan “compleja” que ninguno de los principales involucrados reconoce o acepta el inalienable derecho a la autodeterminación palestina y a la satisfacción de sus derechos humanos más básicos.
Vuelta a la normalidad
Está claro que el gobierno británico no se disculpará ante los palestinos por la Declaración Balfour; se ha ignorado, al igual que tantas cosas durante las décadas de ocupación israelí. El oportunismo sigue siendo lo principal, y esto deja poca esperanza para la justicia y la restitución del pueblo palestino por parte de la comunidad internacional y del gobierno israelí, que pretende una mayor normalización.
Desde prometer a un pueblo que se le ayudará a crear un “hogar nacional” en territorio ajeno hasta la actual ocupación, ¿qué hay de lo que enorgullecerse? ¿Qué queda por venir? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a mover los límites de lo que se considera normal?
Por último, ¿qué es lo complejo de un conflicto que está claro tanta legal como moralmente? Es hora de que vayamos allá de esta retórica sobre la complejidad y el orgullo y reconsideremos nuestro enfoque sobre los asuntos exteriores respecto a Palestina. Al fin y al cabo, hemos tenido 100 años para pensar en ello.