Mohammad Bin Salman está cargo de Arabia Saudí desde que su padre ascendió al trono en enero de 2015, empezando por la política militar que ha dirigido a través del Ministerio de Defensa. Todavía controla ese ministerio, y, posiblemente, seguirá controlándolo hasta que logre su objetivo de suceder a su padre en el trono.
Desde el principio, el joven príncipe saudí denotó una tendencia aventurada radicalmente diferente al cuidadoso conservadurismo que caracterizaba la política del Reino hasta el reinado de su padre. El principal campo en el que ha demostrado este lado aventurado es en la política de defensa, naturalmente, en el tema del conflicto con Irán. Irán lleva siendo la obsesión del Reino desde la caída del Sha, que fue reemplazado por la República Islámica, la cual declaró una guerra a ideológica al “gran diablo”; Estados Unidos y sus aliados. Con gran preocupación, Arabia Saudí fue testigo de la capacidad de Irán para influir sobre Irak gracias a la ocupación estadounidense en 2003, y después sobre Siria, con la intensificación de la guerra civil. Finalmente, Arabia Saudí – al igual que Irán -impuso su influencia en Yemen después de que los huzíes dieran comienzo a su movimiento, en alianza con el ex dictador Ali Abdullah Saleh.
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En cuanto Mohammed Bin Salman llegó a su puesto de defensa, cuando aún no contaba ni 30 años, se esforzó en establecer una coalición de intervención militar en Yemen. La coalición produjo sus primeras incursiones menos de dos meses después de que el joven príncipe recibiera su función en defensa. A esta rápida acción no le faltaron las prisas, que rozaban la imprudencia, lo que enfadó a los enlaces del Reino en Washington, respecto a lo que consideraban un gran riesgo: la ejecución de una operación sin la suficiente cooperación con Estados Unidos. Se ejecutó incluso sin una coordinación adecuada entre las varias agencias armadas del propio Reino. La guerra de Arabia Saudí y sus aliados en Yemen pasó de ser lo que consideraban una guerra rápida y decisiva a un conflicto que lleva durando ya más de dos años y medio y que ha causado un terrible desastre humanitario en Yemen, amenazando con duras consecuencias si sigue empeorando.
En lugar de actuar con cautela y reducir la velocidad tras los errores de cálculo de Mohammad Bin Salman en su primera aventura en el extranjero, Riad complicó todavía más la situación hace unos meses, con la ayuda del nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, su antiguo estratega jefe, Stephen Bannon, y Mohammed Bin Zayed, el homólogo emiratí del ambicioso hijo del rey Salmán Bin Abdulaziz. Durante el primer año de reinado de Salmán, Arabia Saudí adoptó una nueva política para unir a las filas sunníes contra Irán, lo que supuso el fortalecimiento de los lazos con Qatar y una postura más positiva respecto a los Hermanos Musulmanes, alineándose así con la inclusión de Qatar en la coalición que lucha en Yemen y respaldando un gobierno yemení con los Hermanos Musulmanes como uno de los componentes, a través del partido Al-Islah ("La Reforma"). El gobierno de Barack Obama dio el visto bueno a esta política. Sin embargo, después de la visita de Trump a Riad, la política de Arabia Saudí cambió por completo y, junto a Emiratos Árabes Unidos, dio pie a una dura campaña contra Qatar, adoptando una postura contraria a los Hermanos Musulmanes, similar a la de Emiratos y a la del Egipto de Al-Sisi.
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Tras las maniobras en Irak, bajo órdenes americanas, para intentar seducir a Haider Al-Abadi y jugar el as kurdo; maniobras consideradas infantiles, Arabia Saudí decidió poner fin a la cooperación establecida en Líbano entre sus aliados y los de Irán el año pasado, es decir, antes de finalizar el gobierno de Obama. El distanciamiento libanés se llevó a cabo de la peor manera, en línea con la irresponsabilidad que se ha convertido en característica común de la política de Washington y Riad. Esto se representó con la dimisión del primer ministro libanés, Saad Hariri, que pareció espontánea, por lo que causó confusión entre sus partidarios y ridículo en todo el mundo, ya que se anunció en Riad, perdiendo así cualquier amago de seriedad u honestidad.
El desastre crónico del Líbano es el hecho de que las decisiones de guerra y paz, así como la formación y desmantelamiento de los organismos gobernantes, se realizan en capitales que no son la suya. Sin duda, este último episodio en la política libanesa es lo último que necesita un país que ya ha pagado un alto precio, convirtiéndose en el escenario de varios conflictos regionales.
Todo Oriente Medio contiene la respiración mientras espera la próxima decisión del eje Washington/Riad. Este eje está dirigido por dos novatos políticos, uno viejo y uno joven, respaldados por un retrógrado líder israelí, y se enfrenta a un liderazgo en Teherán que es mucho más estratégico y astuto que los tres juntos.
Este artículo se publicó originalmente en Al-Quds Al-Arabi el 8 de noviembre de 2017