Parece que los golpes de Estado tienen cierta memoria. Aprenden uno del otro. En los primeros momentos del golpe chileno de 1973, el presidente Salvador Allende fue asesinado, lo que dio lugar al régimen terrorista del general Augusto Pinochet durante 17 años. En Egipto, la situación es diferente, a pesar de las similitudes entre los golpes de Estado egipcio y chileno.
En el caso de Egipto, la revolución estuvo y sigue viva, e intentar matarla hizo que aumentara la tensión. Egipto es un país diferente a Chile en muchos sentidos (incluida la localización geográfica, el peso geopolítico y la población). Debe permanecer estable y contener los cambios del país con métodos más calmados. Quizás la decisión de dar el golpe de Estado (me refiero a quienes planearon el golpe, no al ejército egipcio, que lo ejecutó) y mantener con vida al presidente Morsi se debe, en parte, a su incapacidad de predecir la reacción de los movimientos islamistas en el caso de que el presidente que emergió de estos movimientos sufriera un intento de asesinato.
Tal vez estas consideraciones, junto a otras cuantas, son la razón por las que el golpe se llevó a cabo bajo la apariencia de una protesta popular, y luego siguió el camino de un enjuiciamiento racional e irracional, todo esto mientras se seguía con la campaña de demonización mediática contra el presidente, incluso después de haberle hecho prisionero. Acusaron a muchos de todo lo posible. La primera aparición del presidente tras ser arrestado después del golpe de Estado demostró que tenían razón. El hombre apenas tuvo que aparecer y hablar para impresionar a su oposición. Recuerdo algunas de las críticas más duras del presidente Morsi cuando escribía artículos alabándole por su perseverancia en cuanto a lo militar. Otros fueron incapaces de controlarse y lloraron al ver al presidente.
El problema de Morsi con el ejército es que se convirtió en un icono. Se colgó su foto en el patio de la mezquita de Al-Aqsa y se convirtió en un símbolo para los movimientos islámicos de Egipto y de todo el mundo. Las palabras que pronunció en varias ocasiones permanecían en los corazones de quienes le votaron.
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Incluso si medimos el desempeño del presidente durante el año previo al golpe de Estado basándonos en los estándares de éxito y fracaso en los países del mundo, descubriríamos que, sin duda, Morsi tuvo éxito, a pesar de que sus enemigos midieran sus logros respecto a los estándares de Occidente, sin compararlo con sus gobernantes anteriores. A ojos del ejército, su mayor defecto, o eso considero yo, era su éxito comparado con el del actual líder del golpe de Estado militar.
Por lo tanto, era necesario esconder al presidente Morsi en un lugar oscuro, reducir sus apariciones y silenciarle. Sin duda, desearían librarse de él, pero les dan miedo las consecuencias. Así que no descartaría la posibilidad de que se ocupen de él con venenos de acción lenta, para que parezca que su salud ha sufrido un deterioro natural.
Hace dos años y medio, escribí un artículo sobre un posible escenario en el que el pueblo era reprimido psicológicamente y aceptaba a cualquier rostro tras sufrir olas violentas de una opresión brutal. Ahora, Safiq se ha alzado y ha anunciado su candidatura para las elecciones militares de 2018, días después de que el presidente Morsi se quejara por el deterioro de su salud.
En aquel momento, dije que no tenía pruebas de este futuro panorama, pero, ahora, parece que el escenario potencial que imaginé es una de las dos opciones que hay sobre la mesa. Con todos estos sucesos tan rápidos, es lógico que el golpe de Estado militar quiera acabar con el problema del presidente Morsi. Creo que todo el mundo debería hacerse responsable de que no tengamos que llorar a otro Salvador Allende en Egipto.