En comparación con la importancia que se ha dado a la decisión y a sus posibles ramificaciones, se ha hablado relativamente poco del por qué el gobierno de Donald Trump ha decidido reconocer Jerusalén como la capital de Israel y expresar su intención de recolocar la embajada estadounidense, que hasta ahora se encuentra en Tel Aviv.
Por ejemplo, un análisis muy compartido no responde realmente la pregunta de su título, llamado “¿Por qué Trump deshace décadas de política estadounidense en Jerusalén?”
Creo que hay tres razones principales, ninguna de las cuales se excluye mutuamente.
Primero; la política interior de Estados Unidos. El anuncio de hoy hace juego con la base de votantes de Trump de cristianos evangelistas de derechas, así como con los gustos de personas influyentes como Sheldon Adelson. “¡Aleluya!”, proclamaba hoy la portada del sitio web de Breitbart, recibiendo la noticia.
El hecho de que tales grupos sociales ya estén comprometidos con Trump no impide la realidad de que los pasos políticos pueden tomarse como un regalo para los conversos; el apoyo a Trump nunca se ha basado en la construcción de grandes coaliciones o el alcance a varios sectores, sino en conmover y movilizar a una determinada base social.
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Por supuesto, no hay que olvidar que la promesa de desplazar la embajada estadounidense a Jerusalén formaba parte de la campaña electoral de Trump; para un presidente al que le ha costado cumplir sus promesas, una victoria es una victoria.
Segundo; Benjamin Netanyahu, junto a otros altos cargos israelíes, ha hecho lo posible por persuadir a la administración de Trump para que tomara esta decisión - algo a lo que Jared Kushner, Jason Greenblatt y el enviado estadounidense a Israel, David Friedman, ya estaban dispuestos a cualquier precio.
Para Netanyahu – y esto ya se ha hecho evidente por sus declaraciones de esta mañana – este cambio en la política americana encaja con su narrativa de un Israel confiado y nacionalista que expande sus lazos diplomáticos, demostrando que las advertencias de aislamiento internacional de sus enemigos políticos son sólo amenazas vacías.
Que la decisión de Trump sobre Jerusalén sea lo mejor para los intereses de Netanyahu o de su coalición es un tema aparte, pero, equivocado o no, parece que Netanyahu ha instado al gobierno de Trump a dar este paso.
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Tercero – y quizá es aquí donde muchos periodistas olvidan algo – el gobierno de Trump bien podría prever y justificar el cambio en Jerusalén en el contexto de sus tan anunciados esfuerzos por asegurar el “acuerdo del siglo”.
A primera vista, esto podría parecer contradictorio ya que todo el mundo, desde Jordania hasta la Unión Europea, ha criticado las noticias sobre Jerusalén, considerándolas como perjudiciales para la llamada “paz” israelí-palestina y la “solución de dos Estados”.
De hecho, es más probable que el gobierno de Trump considere y presente la decisión como un gesto a Israel que creará expectación o presión para un “gesto” a cambio, como medidas centradas en la economía de la Cisjordania ocupada.
Si este cálculo suma o no es otra cuestión – aunque, durante años, Mahmoud Abbas y su equipo han demostrado una notable capacidad para dar a los esfuerzos estadounidenses “otra oportunidad”.
Dicho de otra forma, en lugar de ser una pieza inexplicable en el rompecabezas del gobierno de Trump para crear el “acuerdo definitivo”, la Casa Blanca – y, quizá, también el príncipe heredero saudí, Mohammad Bin Salman – podrían considerar esta medida como una parte integrante del proyecto (de ahí la débil respuesta de Riad, por el momento).
Mientras tanto, sobre el terreno, la realidad de los palestinos en una ciudad de apartheid sigue igual: demoliciones, discriminación municipal, brutales redadas y desalojos. Esta es la dura realidad de Jerusalén, la cual, debido a la falta de acciones concretas, facilitan los aliados de Israel. Trump se une así a los cómplices del sufrimiento del pueblo palestino.