A medida que se calma la situación tras una semana relevante en la ONU, en la que la comunidad internacional ha rechazado rotundamente el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como la capital de Israel, los palestinos se han comprometido a no involucrar a EE.UU. en ningún futuro proceso de paz. Entonces, ¿a quién puede recurrir ahora el presidente palestino? ¿Qué opciones le quedan a Mahmoud Abbas?
Un mundo árabe dividido y, a veces, apático, ha experimentado una fuerte confusión política desde que este año surgiera el enfrentamiento entre, por una parte, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Arabia Saudí y Egipto y, por la otra, Qatar. Mientras los jóvenes sucesores al trono de su país experimentan con la guerra y con la política, Estados Unidos e Israel pueden pasar a un segundo plano, esperando que los Estados árabes se debiliten el uno al otro sin intervenir.
Para algunos países árabes, Palestina ya no es una prioridad, excepto cuando pueden ejercer presión sobre el débil gobierno de Ramala para complacer a Washington y, a su vez, a Israel. Como pavos que votan a favor de la Navidad, creen que recibirán protección contra Irán si pueden lograr la completa sumisión de los palestinos ante los deseos de Israel.
La Unión Europea, que rechazó la decisión de Trump sobre Jerusalén, vio como algunos de sus propios miembros se abstenían en la votación de la Asamblea General de la ONU. Rusia y China, miembros importantes del Consejo de Seguridad, también tienen una influencia limitada, si es que tienen alguna, sobre Israel o Palestina, comparada con la de los estadounidenses. Las opciones del presidente palestino para un ‘intermediario honesto’ que Israel pueda aceptar son, por tanto, inexistentes.
A Mahmoud Abbas le ha llevado más de dos décadas admitir que Estados Unidos está tan a favor de Israel que no puede jugar un papel imparcial en la búsqueda de una paz justa. Es un misterio el por qué le ha llevado tanto tiempo darse cuenta de algo tan obvio. Las sucesivas administraciones estadounidenses han tomado la iniciativa de Israel en este tema. Siempre que se hiciera una ‘oferta’ a los palestinos, Israel la recibía primero, y sólo después de que la hubieran pasado por su test de “seguridad” y le hubiesen dado luz verde, la recibían los palestinos.
Esto formó el núcleo de un intercambio de cartas entre el ex primer ministro israelí, Ariel Sharon, y George W. Bush en 2004. “A la luz de la nueva realidad en el terreno”, escribió el entonces presidente de EEUU, “incluidos los principales centros de población israelí ya existentes, es poco realista esperar que el resultado de las negociaciones finales sea una restauración total y completa de las líneas de armisticio de 1949”. Añadió que “Estados Unidos reitera su firme compromiso con la seguridad de Israel, incluyendo fronteras seguras y defendibles, y con la preservación y el fortalecimiento de la capacidad de Israel de defenderse por sí mismo ante cualquier amenaza”.
Mientras que, en su carta, Bush se refirió a las Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU como las bases de las negociaciones, los israelíes hicieron lo posible por asegurar que las negociaciones siguientes no tuvieran relación con estas decisiones internacionales.
Los palestinos cayeron en la trampa; no insistieron en que las bases de toda negociación fueran el derecho internacional y las Resoluciones del Consejo de Seguridad. Esto incluyó al último intento “serio” de lograr la paz, llevado a cabo en 2013 por John Kerry, el secretario de Estado del gobierno de Barack Obama, que no sólo no logró la paz, sino que a esto le siguió la guerra israelí de 2014 en Gaza. Kerry persuadió a los palestinos para que volvieran a unas negociaciones que carecían de referencias al derecho internacional.Antes de abandonar el puesto, Kerry culpó en gran parte a los israelíes del fracaso de las negociaciones que él inició, después de, por supuesto, recordar a todo el mundo el “profundo compromiso con Israel y su seguridad” de Obama. Su explicación sobre la abstención del gobierno de Obama respecto a la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, que trata la ilegalidad de los asentamientos israelíes – en lugar de vetar cualquier cosa que sea crítica con Israel, como suele hacer – consistió en que el voto se refería a “preservar” la solución de dos Estados. “Eso es lo que defendemos: el futuro de Israel como un Estado judío y democrático, conviviendo en paz y seguridad con sus vecinos”.
El gobierno sucesor de Trump se desasoció de la Resolución 2334. El presidente electo prometió que “las cosas serán diferentes” una vez hubiese entrado en la Casa Blanca. Sin duda, ha sido fiel a su palabra. Mientras le pedía a Netanyahu que “frenara los asentamientos”, Trump cambió la postura de Estados Unidos sobre los dos Estados: “Así que estoy contemplando dos Estados y un Estado, y me gusta el que le guste a las dos partes”.
Los asesores pro-Israel de Trump han pasado meses reuniéndose con ambas partes del conflicto. Aunque prometieron poner pronto un acuerdo sobre la mesa, esa opción se borró del mapa el 7 de diciembre, cuando Trump anunció su reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel y su intención de desplazar la embajada estadounidense de Tel Aviv.
Tras el veto estadounidense de una resolución del Consejo de Seguridad que rechazaba su reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel, y después de que una amplia mayoría votara para aprobar esta misma resolución en la Asamblea General, Abbas anunció la semana pasada que cortará sus lazos con Estados Unidos respecto al proceso de paz. Declaró que los palestinos “no aceptarán ningún proyecto estadounidense” debido al apoyo “parcial” de EEUU a Israel y su política de asentamientos. También dijo que el proyecto de Estados Unidos – el tan nombrado “acuerdo del siglo” de Trump – “no se basará en la solución de dos Estados con las fronteras de 1967, ni se basará en el derecho internacional o las resoluciones de la ONU”.
En respuesta, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró rápidamente que “Abbas ha declarado que va a abandonar el proceso de paz, y no le interesa lo que vaya a proponer Estados Unidos”. Dando un giro incomprensible para el resto del mundo, Netanyahu dijo en su reunión semanal del gabinete; “una vez más, creo que algo queda claro y simple: los palestinos son los que no quieren resolver el conflicto”. Hará y dirá cualquier cosa para distraernos de la obvia realidad de que el gobierno derechista de Netanyahu tiene la culpa de la ausencia de paz.
En cuanto a Mahmoud Abbas, tiene que elegir entre reconocer su fracaso de los últimos 23 años de ayudar a la causa palestina, o volver a la mesa de personal, evaluar los puntos fuertes del pueblo palestino y buscar formas de aumentar el coste de la ocupación militar israelí de Palestina. Cuanto más alto sea, más rápido abordará Israel los agravios de los palestinos, mientras estos intentan lograr sus derechos.
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El punto de partida del presidente de la Autoridad Palestina debería ser el desarrollo de una estrategia de liberación que excluya la dependencia en los no palestinos para lograrla, y que, a su vez, sea compatible con otros, tanto gobiernos como ciudadanos.
Los elementos de esta estrategia deberían incluir lo siguiente:
- El desarrollo de opciones que aumenten el coste de la ocupación israelí.
- Una declaración de los Acuerdos de Oslo como nulos. Israel los ha ignorado, pero no en la teoría.
- Exigir al Consejo de Seguridad de la ONU la protección para el pueblo palestino.
- Acabar con la cooperación de seguridad de la AP con la ocupación, que es tanto inmoral como un servicio gratis a Israel que no beneficia en absoluto al pueblo palestino.
- Pedir a la ONU que organice un mecanismo de coordinación para la interacción necesaria con Israel en temas humanitarios.
- Pedir a la Liga Árabe que retire de inmediato la Iniciativa de Paz Árabe.
- Reafirmar que el legítimo derecho a regresar de los refugiados palestinos no es negociable.
- Exigir que toda futura negociación con Israel se base en los derechos igualitarios de todos los que habitan entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo, y reconocer que esta es la única manera de conseguir una paz real.
- Pedir al Secretario General de la ONU que adopte el informe de la CESPAO – “Las Prácticas Israelíes contra el Pueblo Palestino y la Cuestión del Apartheid – que ha retirado.
- Llevar de inmediato casos ante la Corte Penal Internacional contra Israel y oficiales israelíes, empezando por los asentamientos ilegales.
- Ofrecer un apoyo incondicional al movimiento pacífico de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS).
- El levantamiento inmediato de todas las sanciones impuestas por la AP de Ramala sobre los palestinos de la Franja de Gaza.
- La implementación del acuerdo de reconciliación con Hamas.
- El crecimiento del movimiento de resistencia pacífica y popular de Palestina.
- Una nueva Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reformada e inclusiva.
- Un compromiso serio con los palestinos de la diáspora y un avance hacia las elecciones al Consejo Palestino Nacional.
Muchos de los factores nombrados deberían haber sido principios básicos en el pasado, pero fueron pasados por alto durante la persecución de la AP de una política de “primera y última negociación” inútil que ha fracasado estrepitosamente.
Esta estrategia tendrá un precio. Aislará a los palestinos y tendrá un impacto que dificultará aún más sus vidas. Sin embargo, la alternativa es que sigan oprimidos indefinidamente si siguen en pie las políticas actuales. En muchas ocasiones, los palestinos han demostrado que están dispuestos a pagar el precio necesario por la liberación, pero deben decirles cómo lograrlo, y debe decírselo un gobierno que hayan tenido la opción de elegir.
Cualquier evaluación objetiva concluirá que el actual gobierno es incapaz de lograr lo que merecen y a lo que aspiran los palestinos. Por lo tanto, debe dejar paso a una generación más joven y habilidosa de palestinos que pase a primer plano y guíe a su pueblo. No debemos permitir que el nuevo año sea más de lo mismo, en manos de Abbas y de su equipo. Tiene otras opciones; debe llevarlas a cabo.
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