La decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel supone un cambio decisivo para el conflicto israelí-palestino, así como para el conflicto árabe-israelí en general. La decisión de Trump ha destruido al fin uno de los mayores fraudes de la política internacional, es decir, la percepción de que Estados Unidos es un “intermediario imparcial” en el conflicto entre Israel y Palestina.
El consenso global en contra del giro unilateral de EE.UU. respecto al estatus de Jerusalén, que ha quedado demostrado en la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas, indica que hay suficiente capital político y diplomático como resistir ante los proyectos estadounidenses e israelíes.
Este consenso global contrasta con la oposición silenciada de grandes Estados árabes, especialmente Egipto y Arabia Saudí. El silencio de estos Estados representa la erosión de la causa palestina como el problema principal del mundo árabe.
Si bien la perspectiva de una oposición efectiva a nivel panislámico es algo más optimista, como demuestra la declaración de Jerusalén Oriental como capital de Palestina por parte de la Organización para la Cooperación Islámica, a corto plazo, esto hace poco para detener el impulso israelí.
Huelga decir que la entidad más afectada por la decisión de Trump es la Autoridad Palestina (AP), que ahora tiene que asumir por completo la desaparición de la solución de “dos Estados” como vía para un Estado palestino.Leer: ¿Qué opciones le quedan a Abbás tras la votación de la Asamblea General de la ONU?
Sin un replanteamiento radical de su papel y su estatus, la AP corre el riesgo, en el mejor de los casos, de hacerse irrelevante y, en el peor, de convertirse en una rama administrativa del Estado israelí al estilo colonial.
¿Crisis existencial?
La importancia del cambio de postura estadounidense respecto a Jerusalén ha llevado a muchos grandes pensadores musulmanes a cuestionarse la misma existencia de la Autoridad Palestina. De hecho, uno de los principales pensadores ha pedido la disolución de la AP para que el conflicto pueda volver “a su expresión básica y clara: el pueblo contra la ocupación”.
Este es un argumento audaz que parece atender las suficientes cuestiones fundamentales, en particular las profundas contradicciones que aquejan a la AP, sobre todo su dependencia de la ayuda financiera de Estados Unidos.
Además, el argumento también es sensato en términos estratégicos, en la medida en que la AP ha ignorado los Acuerdos de Oslo de 1993, que ahora están muertos y enterrados. Al disolverse, la AP extiende con efectividad la carga de la ocupación hasta Israel, y la presenta con una difícil elección: u otorgar a los palestinos derechos totales como ciudadanos, o convertirse en un Estado de “apartheid”.
Cabe mencionar que incluso algunos analistas israelíes consideran la desaparición de la solución de dos Estados como un triunfo “pírrico”, ya que corre el riesgo de socavar el carácter judío del Estado israelí y lo encamina a convertirse en un Estado de “mayoría musulmana”.
Pero, si la disolución es sólida desde el punto de vista fundacional y estratégico, es menos atractiva en términos de política prevaleciente, así como respecto a temas socioeconómicos más amplios. Para empezar, las dos principales fuerzas de la política palestina, es decir, Fatah y Hamás, firmaron en octubre un acuerdo de reconciliación, poniendo así fin a una disputa de una década.
Se espera que este acuerdo pueda, a su debido tiempo, producir un gobierno mejor, así como un liderazgo más efectivo. La disolución de la AP acaba con esta oportunidad, ya que el gobierno y el liderazgo se basan necesariamente en estructuras formalizadas y bien establecidas.
En términos socioeconómicos más generales, desde su fundación en 1994, la AP ha introducido una medida de estabilidad en la vida de los palestinos de Cisjordania. Este periodo ha presenciado el ascenso tentativo de una clase media palestina en Cisjordania que, al igual que el resto de las clases medias, anhela la estabilidad y prosperidad perpetuas.
Aunque la economía fomentada por la AP es esencialmente “cautiva” de Israel, no obstante, su continuación es esencial para la vida de muchos palestinos corrientes. La disolución de la AP llevaría al caos a un número incontable de vidas y haría a los palestinos pasar por un sufrimiento aún mayor.
El camino a seguir
Huelga decir que la Autoridad Palestina no se va a disolver por sí misma. Dejando a un lado el tema de la corrupción, que afecta a todos los niveles de la AP, la autoridad se ha arraigado profundamente en Cisjordania, lo que haría que la disolución fuera intolerable para ciertas comunidades clave. Además, la mayoría de los líderes y activistas palestinos considerarían la disolución como un paso atrás en cuanto al objetivo de convertirse en un Estado.
A falta de disolución, la AP y, en general, la comunidad política de Palestina, pueden tomar medidas radicales para responder tanto a Estados Unidos como a un Israel cada vez más confiado y beligerante. El mayor problema es el déficit de liderazgo en la AP y la urgente necesidad de facilitar el surgimiento de un liderazgo más joven y dinámico.
El poder compartido es otro gran problema que debe abordarse con urgencia. El acuerdo de reconciliación de octubre, mediado por Egipto, permitió que la AP restaurara su autoridad en la Franja de Gaza. A esto debe seguir el compromiso de diversificar las estructuras gobernantes de la AP en Cisjordania, con la intención de reflejar plenamente el equilibrio de poder en la política palestina.
Básicamente, esto supone involucrar a Hamas en estructuras clave, incluyendo las negociaciones con potencias extranjeras. Por supuesto, esto provocará una fuerte oposición de Israel y EEUU, con este último amenazando con frenar toda la ayuda a los palestinos.
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Una actitud más enfrentada con Estados Unidos – y que reconozca totalmente el papel estadounidense como aliado indispensable de Israel – es, probablemente, la mejor forma con la que la AP puede recuperar la legitimidad moral e ideológica.
Este enfoque supone el riesgo de empeorar el conflicto, pero, al menos, el conflicto no se desarrollará sólo bajo los términos de Israel, como sucede ahora. Una resistencia palestina unida – simbolizada por una mejor cohesión entre la AP y las calles – tiene el potencial de obligar a la sociedad israelí – o incluso al Estado de Israel – a, al fin, abrir un debate honesto sobre las extremas decisiones estratégicas de Israel.