Cuando el sudanés Ismail Azhari asumió el cargo en 1954 como el primer Primer Ministro de la nación, condujo a su país a la independencia dos años después, haciendo frente a varios retos. Antes de finalizar 1956, fue destituido de su cargo por su incapacidad de reconciliar las diferencias políticas o de resolver los problemas constitucionales.
Hoy, cuando comienza 2018, Sudán se enfrenta a obstáculos similares para el desarrollo y el progreso. Si el octavo jefe de Estado del país, el presidente Omar Al-Bashir, puede resolver estos problemas a lo largo de los próximos 12 meses, y si no ocurren otros problemas insuperables, entonces, Sudán podría llegar a un periodo de prosperidad económica y estabilidad política. Sin embargo, a menos que sea capaz de encontrar soluciones viables a corto y largo plazo, sigue siendo una posibilidad que el país se deteriore más, tanto económica como políticamente.
En 1956, el gobierno de Azhari se enfrentaba a tres problemas principales; el primero, la relación de Sudán con Egipto, que causó inquietud e incomodidad a gran parte de la élite política de Jartum. Azhari era un firme defensor de la unidad sudanesa con Egipto, pero se vio obligado a cambiar su postura y a apoyar las aspiraciones de independencia de Sudán, una decisión que debilitó su gobierno y su credibilidad política.
Hoy en día, el gobierno de Al-Bashir entra en 2018 mientras lucha por reconciliar dos grandes problemas con Egipto: la actual disputa en la frontera de Halayeb y la presa etíope del Renacimiento. Sudán y Egipto están enzarzados en una batalla por la soberanía del Triángulo de Halayed y algunos sectores presionan a Al-Bashir para que “haga más” que simplemente dar memorandos a la ONU objetando la posición egipcia. Dentro de algunos rangos de las fuerzas armadas, ese “más” se traduce en la voluntad de iniciar una guerra. Aunque Sudán ha prestado su apoyo al proyecto de la presa, ha resultado en una disputa diplomática sobre el efecto que tendrá en el suministro de agua de Egipto desde el río Nilo; la región se ve amenazada por la confusión sobre este tema.
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Azhari también se enfrentó a disputas dentro de su propio partido respecto al marco del gobierno. Él prefería un estilo de primer ministro, mientras que otros querían un sistema presidencial. Las diferencias llevaron a la salida de algunos miembros del sector khatmiyah, descontentos con la dirección que decidió seguir. Hoy en día, el problema con el primer ministro ha vuelto al escenario central. Bajo el proceso de Diálogo Nacional, los participantes de los grupos de la oposición insisten en que el país regrese a un sistema de gobierno de un primer ministro. Sin embargo, a pesar de nombrar a Hassan Bakri Saleh – un antiguo compañero y amigo del presidente – para el nuevo cargo creado por la constitución, y a pesar de ceder el 30% de la asamblea y gabinete legislativos a la oposición, el presidente sigue teniendo las riendas del poder.
En 2018, la gran cuestión es si el presidente Al-Bashir debería presentarse para un tercer mandato cuando se celebren las elecciones, dentro de dos años. Ya existen desacuerdos al respecto entre las filas del partido gobernante, el Partido del Congreso Nacional, y del Movimiento Islámico. Al-Bashir aún parece gozar de aprobación, y varias organizaciones de sociedad civil, grandes secciones del movimiento islámico y ciertos grupos religiosos ya han respaldado su candidatura.
Tres grandes figuras del Movimiento Islámico han restado importancia a los informes de diferencias respecto a este tema. Son Abdul Qadeer Mohammed Zain, secretario del Movimiento Islámico del Estado de Jartum y de la Conferencia Nacional; el doctor Hamdan Hamdan, diputado jefe del Departamento de Estadísticas y Análisis de la Secretaría de Información y de Apoyo a la Conferencia Nacional General; y el profesor Mahmoud Abdeen, asesor del Centro Internacional de Estudios Áfricanos y miembro del Consejo Nacional. Todos me han dicho que “el PCN no tendrá otro candidato que no sea Al-Bashir, a pesar de los conflictos al respecto en el panorama político”. De hecho, también han declarado que los desacuerdos entre el Movimiento Islámico y el Congreso Nacional son diferencias personales que no llegan a una disputa de poder. “No es una disputa ideológica, doctrinal o sistemática”, insisten, “y nadie quiere descarrilar al Frente Islámico Nacional, respaldado por el ejército, que llevó a cabo la Revolución de la Salvación”.
Sin embargo, figuras importantes como Amin Hassan Omer, al cargo del proceso de paz de Darfur, han declarado públicamente que el presidente no se presentará al tercer mandato. Otros miembros del gobierno, como el ministro de Información, Ahmed Bilal Osman, contradijeron esta visión: “La constitución, a diferencia del Corán, puede enmendarse en cualquier momento [para permitir que el presidente pueda volver a presentarse].”
Cuando Azhari se enfrentó al problema “del sur”, el enfoque de su gobierno para resolver las diferencias expresadas por el pueblo de Sudán del Sur se ha descrito como “insensible”. La historia registra que intentó controlar Sudán del Sur mediante, por una parte, la intervención del ejército y de la policía y, por otra, con negociaciones y discusiones tentativas. El problema de la unidad entre norte y sur atormentó los sucesivos gobierno post-independencia, pero sólo se resolvió parcialmente en 2011, cuando el sur escogió la autodeterminación y se separó del norte.
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A día de hoy, el presidente Al-Bashir necesita resolver los conflictos armados que, en gran parte, se deben a la cuestión sin resolver de la división entre norte a sur. Los combates comenzaron justo antes de la firma del acuerdo de paz, y los conflictos de las regiones del Nilo Azul, de Abeyi y de la montaña Nubia sucedieron inmediatamente después. El gobierno tiene que encontrar la manera de retomar las negociaciones con los rebeldes armados. Al-Bashir ha permitido que el líder del Partido del Congreso Popular, Ali Al-Hajj, comience una nueva iniciativa de paz que parece dar resultados. Uno de los grupos armados, respaldado originalmente por Al-Hajj, accedió la semana pasada a las conversaciones de paz, pero aún queda mucho camino por recorrer para persuadir a los grupos seculares y poner fin a las hostilidades.
Sin embargo, es en el frente económico en el que Sudán se enfrentará al mayor desafío de 2018. Con la devaluación de su moneda, la escasez de inversión infraestructural y el alto índice de deuda nacional, el anuncio del Borrador de Presupuesto de este año ya ha recibido duras críticas. Sin embargo, se sigue teniendo la esperanza de que el presupuesto – que otorga exenciones para las importaciones de productos industriales, ha levantado un impuesto a la producción de alimentos y tiene como objetivo unificar el precio del intercambio extranjero – dé un impulso a la economía. El despliegue de oficiales de aduanas adicionales en las fronteras debería servir de ayuda para que Jartum reduzca el contrabando.
Algunos comentaristas han expresado su optimismo en que 2018 suponga la retirada de la etiqueta de “patrocinador del terrorismo”, la cooperación con los bancos internacionales y un nivel sin precedentes de inversión extranjera en Sudán. La verdad es que puede que el éxito económico del país en 2018 sea la única forma de evitar el descontento social y el fracaso político. Este año podría arreglar o destrozar Sudán.