“Somos arios, no rendimos culto a los árabes” y “Ni Gaza ni Líbano; doy mi vida por Irán” fueron dos de los eslóganes fanáticos y radicales expresados por el último movimiento de protesta iraní, que surgió repentinamente el jueves pasado. Subrayan el lado más feo de las protestas y disturbios que se han apoderado de las ciudades del país.
Las protestas comenzaron en la ciudad noreste de Mashhad la semana pasada, presuntamente para expresar su oposición a las políticas económicas del presidente Hassan Rouhani. Sin embargo, de acuerdo con el historial de la cultura iraní, los agravios concretos se multiplicaron rápidamente en demandas políticas cada vez más exigentes.
De hecho, a medida que las protestas se extienden por el país, los manifestantes (que, en algunos casos, también estaban amotinados) censuraron prácticamente todo lo relacionado con el poder ejecutivo, desde su mala gestión económica y corrupción a su política exterior; de ahí el eslogan de Gaza y Líbano.
Como era de esperar, ya se ha generado una montaña de análisis sobre las supuestas causas y el significado de las manifestaciones. La mayoría han utilizado las protestas previas (y mucho mayores) de 2009, que se desarrollaron tras una disputada elección presidencial, como un punto de partida comparativo. La conclusión universal parece ser que las últimas manifestaciones son diferentes, ya que, de momento, han sido desorganizadas, no tienen líderes y se están produciendo en las ciudades de provincias, en lugar de en la capital y otros grandes centros urbanos.
Considero las consecuencias a corto o medio plazo de las manifestaciones, que son perjudiciales para el prestigio de Irán y plantean la posibilidad de un largo período de inestabilidad. La repercusión a largo plazo es un mayor riesgo de guerra externa, ya que la República Islámica lucha por reconstruir la cohesión nacional.
¿Un bastión de estabilidad?
Primero y, ante todo, en su forma actual y limitada, estas protestas no suponen una amenaza existencial para la República Islámica. Retomando la comparación con 2009, las protestas de ese año supusieron un riesgo político serio, ya que representaban un conflicto interno con el potencial de producir una gran fragmentación.
En contraste, estas últimas manifestaciones no tienen nada que ver con la compleja escena política de Irán, y, hasta ese punto, hasta los reformistas las han descalificado por completo. Además, en términos ideológicos, las protestas se pueden describir como intrincadas. Los manifestantes parecen estar muy confusos, ya que con un aliento gritan “muerte al dictador” y con el siguiente glorifican a Reza Shah, fundador de la dictadura moderna de Irán.
Esta nostalgia fuera de lugar se ve exacerbada por el radicalismo y el extremismo de los manifestantes, como lo demuestra su incumplimiento de todas las líneas rojas que ha establecido el poder. En protestas y disturbios que varían en términos geográficos desde Bandar Abbas, al sur, hasta Shahin Shahr, en el centro, y Tuyserkan, al oeste, los indignados manifestantes – la mayoría, hombres jóvenes entre la adolescencia y principios de los 20 – gritaban lemas que pedían la expulsión del poder, mientras quemaban retratos del líder iraní, Ayatollah Seyed Ali Khamenei.
Este nivel de radicalismo y extremismo no tiene precedentes, y refleja el profundo descontento de las áreas provinciales de Irán tras años, en algunos casos, décadas, de mala gestión económica. Aunque se han producido manifestaciones y disturbios en los centros provinciales antes, en especial los de Mashhad en 1992 y Islamshahr en 1995, hasta donde sabemos, estas manifestaciones violentas (que ocurrieron antes de la era de las redes sociales) no desembocaron en levantamientos contra el poder.
Debido a su amplitud y a su radicalismo, los últimos incidentes suponen un gran problema para la República Islámica, ya que dañan la cultivada imagen de Irán como un país relativamente estable y seguro en una región notoriamente turbulenta. De hecho, proteger su imagen de seguridad y estabilidad es vital para el discurso de seguridad nacional de la República Islámica. Todo apunta a que este problema de reputación no se va a desvanecer, lo que es preocupante para la seguridad iraní. Aunque, de momento, parece que las protestas se han calmado, si tenemos en cuenta el profundo malestar económico del país, podrían resurgir en cualquier momento.
Repercusiones
Como hemos dicho antes, estas manifestaciones y disturbios no suponen una amenaza existencial para la República Islámica, aunque se produzcan a mayor escala. Con todos sus defectos, la República Islámica es un sistema fuertemente institucionalizado con múltiples centros de poder.
Dejando a un lado la densa complejidad institucional, los clérigos gobernantes pueden consolarse con el hecho de que les protegen tres anillos defensivos independientes, aunque interconectados. El primero y más importante es un organismo de seguridad muy especializado, bien preparado y motivado.
Además, la República Islámica puede contar con unos seguidores sustanciales y leales. Esto no es una referencia a la base social del sistema (que se basa en una lógica socioeconómica), sino a las personas que lo apoyan por razones ideológicas o emocionales. Por último, más allá de sus fronteras, la República Islámica tiene muchos centros de apoyo en la región, integrados tanto por comunidades enteras como por grupos organizados en lugares como Líbano, Siria, Irak, Bahréin, Yemen e incluso el este de Arabia Saudí.
En vista del perfil ideológico de Irán y su papel de oposición y equilibrio en la región, la caída de la República Islámica representaría el mayor acontecimiento geopolítico del siglo XXI. No es de extrañar que Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí deseen un cambio de régimen en Irán, pero no pueden lograr este resultado.
El peligro de la intervención extranjera en una futura inestabilidad política en Irán es que resultará en una polarización masiva y, potencialmente, en una guerra civil. Si los clérigos gobernantes detectan una amenaza existencial genuina o inminente, recurrirán al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y a su ejército de partidarios para reprimir a sus enemigos, vayan armados o no.
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Una situación más probable es la de un conflicto interno, mientras que un Irán asediado pretende recuperar la unidad nacional. A lo largo de 2017, Irán se mantuvo relativamente contenido frente a la constante provocación saudí e israelí. Sin embargo, esto podría cambiar, ya que el estrés interno puede tener un fuerte impacto en los cálculos estratégicos de Irán, resultando en una actitud y postura mucho más agresivas.
En cuanto a la presión para un cambio de régimen y haciendo referencia de Arabia Saudí, Israel y Estados Unidos, es, sin duda, un caso al que aplicar aquello de “cuidado con lo que deseas”.