Cachemira y Palestina son dos naciones con una historia demasiado larga pero una geografía demasiado pequeña. Un historial de vastos errores históricos; de ocupación y opresión; de resistencia y rebelión; de angustia y determinación; de esperanza y desesperación; de patria y nacionalidad; y de creencias y sentimiento de pertenencia. Una geografía cuyas murallas de sangre y horror son vistos como una exhibición por las personas de fuera, pero no tienen ventanas al mundo exterior; una extraña conjetura aún adecuada para Cachemira y Palestina. Lo que conecta en términos generales las dos naciones y aclara su existencia marginal es su expresión mutua de “Resistencia contra la Ocupación”. Con la lucha palestina reconocida en todo el mundo, Cachemira sigue indignada y al margen de las 18 Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, como una abyecta carta con dirección desconocida.
Aunque el estrépito de la muerte se oye constantemente en Cachemira, el pueblo ha seguido la lucha por la libertad de Palestina persistentemente, sobre todo porque ambos territorios han sido dañados por la ocupación. Además, Cachemira es una zona mayoritariamente musulmana, y gran parte de sus habitantes se siente vinculados con Palestina por la hermandad religiosa que encarna el islam. El antiguo gran muftí de Jerusalén, el jeque Amin Al-Husseini, fue un acérrimo crítico del reclamo de India sobre Cachemira, lo que refleja la reciprocidad de los palestinos. La poetisa cachemira Uzma Falak argumenta que los palestinos han viajado y luchado en Cachemira contra la ocupación india. A pesar de las realidades geopolíticas, el voraz e indiscriminado lazo de hermandad y solidaridad adorna los muros de Cachemira con graffitis como “Salvemos Gaza, libertad para Palestina”, “Libertad: de Al-Aqsa a Cachemira”, y viceversa. No importa lo bestial que sea el enemigo, la determinación a resistir confirma que los cachemiros y los palestinos siempre han desafiado a los ocupantes porque su fe en su lucha es mayor que el miedo que ha institucionalizado la ocupación.
Los analistas describen la relación entre los ocupantes, India e Israel, como un “romance en toda regla”, y ha dominado mucho más las noticias y la política internacionales que los territorios que ocupan ilegalmente. Las realciones extraoficiales y oficiales entre ambos están golpeando un nido de avispas con muchas ramificaciones, sobre todo para Oriente Medio y el sur de Asia. Su relación tiene en común los vínculos con Estados Unidos, y el eje lleva la huella de los intereses americanos en la región. Para hundir la creciente influencia económica de China, EE.UU. sigue meticulosamente su política de contención impulsando los intereses estadounidenses e israelíes en los mercados indios. Israel es el mayor beneficiario de la ayuda estadounidense, que llega con sus propios términos y condiciones. Generalmente, se gasta esta ayuda en tecnología, desarrollo de capacidades y de su complejo militar-industrial; después, sus frutos se venden al gobierno indio mediante acuerdos de defensa. Por supuesto, Pakistán es el elemento obvio pero invisible, y la aprehensión sobre esta energía nuclear es una preocupación de los tres. Sin embargo, en todos los ámbitos, Estados Unidos domina el tablero de ajedrez de las armas y las ayudas en esta parte del mundo.
Los atentados del 11S en tierra estadounidense causaron cambios inesperados y paradigmáticos en la política internacional, llevando a un examen extremo de la cooperación conjunta y promesas renovadas de lealtad a nuevas alianzas. En un gesto despectivo, Israel, EEUU e India se convirtieron en aliados naturales de la noche a la mañana; de repente, criticar o mostrar resentimiento hacia este eje suponía ser considerado hostil hacia las fuerzas seculares-progresisistas-democráticas del mundo. El cambio de la nomenclatura diplomática y la orientación de las actitudes entre Israel e India ha cambiado radicalmente en los últimos años.
Este extraño fárrago entre India e Israel revela conformidades históricas con una pizca de lobbying estatal profundo. En 1968, India empezó a simpatizar con Israel mediante su nueva agencia de inteligencia, llamada Research and Analysis Wing (RAW). El entonces director de la RAW, R. N. Kao, estableció conexiones con la agencia israelí de Mossad a instancias de la primera ministra, Indira Ghandi. Desde la independencia en 1947, India mantuvo frecuentes contactos con Estados árabes para cumplir con sus necesidades comerciales y energéticas; con una economía que tartamudeaba, Nueva Deli fomentó el poder blando y mantuvo vivo su interés económico con el mundo árabe. Hábilmente, India siguió evitando las relaciones diplomáticas con Israel a nivel oficial, pero permitió que el nexo RAW-Mossad creciera tanto que el general israelí Moshe Dayan solía reunirse con espías de RAW en Nepal. El gobierno indio apenas había abierto sus mercados y adoptado una política de liberación económica cuando abandonó su “enfoque condenado” y normalizó los lazos con Israel; la primera embajada israelí se inauguró en Deli en 1992.
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La realidad posterior a la Guerra Fría redujo los dilemas y las complejidades políticas en ambos países, y los contactos entre ellos se desarrollaron en tiempo real, reivindicando el papel fundamental de la diplomática entre sombras en el establecimiento de lazos formales. Inicialmente, India descartó cualquier acuerdo de defensa o seguridad con Israel, como la compra de “vehículos a control remoto” en 1994 por parte de la organización de investigación y desarrollo de defensa. Pero, en su libro: “La relación indo-rusa: problemas, prospectos y la Rusia de hoy en día”, el escritor V. D. Chopra afirma explícitamente que “las primeras cincuenta reuniones [entre indios e israelíes] trataban de cooperación defensiva, y India mantuvo el tema deliberadamente en secreto”. En los sectores de defensa, inteligencia y seguridad, la cooperación entre ambos reinaba. La defensa de seguridad israelí Soltam proporcionó a India su sistema de radares Green Pine, que supervisa e intercepta misiles, así como sus sistemas de visión nocturna, que tuvieron un papel vital en la Guerra de Kargil con Pakistán en 1999.
En un intento por desarrollar sus capacidades militares, India ha comprado equipo y servicios defensivos a Israel por un valor de más de 10.000 millones de dólares, y se ha convertido en el mayor importador de armas israelíes. Ha comprado más drones israelíes que cualquier otro país en la última década, y los utiliza en Cachemira. Rechazando una oferta estadounidense de misiles Javelin, India eligió cerrar un acuerdo de 525 millones de dólares con los Sistemas Avanzados de Defensa Radael para comprar misiles guiados Spike. Israel también ha proporcionado sistemas mejorados de seguridad cibernética a la India, que están en pleno funcionamiento en Cachemira y en sus estados noroeste.
Con la tendencia populista creciendo en varias grandes naciones democráticas, la propia democracia parece estar de rodillas, y revela una debilidad inherente cuando los valores que afirma defender se abandonan tan a menudo en la práctica. Al tiempo que muestran una perspectiva democrática, India e Israel no tienen reparos en penalizar simultáneamente la disidencia legítima en los territorios que ocupan. Informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch confirman que, “en Cachemira, India da rienda suelta a su poderío militar y reprime la disidencia recurriendo a leyes draconianas como la AFSPA (Armed Forces Special Powers Act) y la PSA (Public Safety Act)”. Mientras tanto, en Palestina, Israel invoca su brutal “orden militar 101”. Tanto India como Israel se subieron rápidamente al carro mundial de la lucha contra el terrorismo y lo aprovecharon para relacionar la resistencia en los territorios ocupados con “terrorismo” y “fundamentalismo islámico”; entretanto, ninguno cesa de cometer sus crímenes de guerra e infracciones de los derechos humanos.
India es una cosa y muchas a la vez. Reconoce y apoya a la causa palestina, pero sigue siendo cómplice de los asentamientos israelíes y se abstiene en las vocaciones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que pretenden iniciar una investigación respecto a los crímenes de Israel, por lo cual el embajador israelí en Nueva Deli, Daniel Cameron, agradeció a India por no involucrarse en los ataques internacionales a Israel. El informe de The Economist de “Netanyahu gira hacia Asia” admite que los diplomáticos indios les preguntaron a sus homólogos israelíes, “¿por qué le iban a importar a Israel las votaciones de la ONU cuando India les compra 7.000 millones de dólares de armas israelíes?” En los foros internacionales, India acepta que Cachemira tiene una disputa con Pakistán que debe conciliarse mutuamente confiando en los líderes cachemiros a favor de la libertad. Sin embargo, con falso orgullo y esnobismo nacionalista, Nueva Deli evita el problema de Cachemira en todos los foros bilaterales con Pakistán, refiriéndose a ello como un problema doméstico y un simple asunto de ley y orden. Para los ciudadanos indios, Cachemira se proyecta como una parte integral del Estado, y después se barre bajo la alfombra como un asunto de seguridad nacional. Además de las aventuras románticas teñidas de tosa, Cachemira suele quedarse fuera de la mesa de negociaciones.
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Desde que el BJP llegó al poder en India como partido nacionalista de derechas con probadas tenencias fascistas, el clima político y el tejido social han recibido una serie de golpes. El partido ha institucionalizado la fuerza y ha generalizado el miedo, dando resultado a un aumento sin precedentes de incidentes islamófobos en todo el país. Las políticas del BJP dependen de una narrativa nacionalista hindú, y usa la islamofobia como herramienta de subyugación política. Los prejuicios anti musulmanes, anti minorías y anti intelectuales impregnan la vida política, desde la política antiterrorista del Estado hasta la aprobación tácita que ha dado a ciertos individuos que han cometido crímenes en los últimos tres años. En estilo y carácter, la estructura poder y la subsecuente consolidación es bastante similar a la que sigue Israel con los palestinos. Este total desprecio por la fraternidad, la dignidad, la igualdad y la libertad refleja como ambos países se burlan del gobierno abierto y de cómo los defensores globales de la democracia mantienen un silencio criminal para proteger sus propios intereses económicos y nacionales.