Tras los primeros signos de la victoria del movimiento popular en Túnez y la huida del tirano Zine El Abidine Ben Ali, surgió una controversia dentro de los círculos políticos respecto a la naturaleza de lo ocurrido. A algunos, este acontecimiento les parecía demasiado grande para comprenderlo o para responder a él de acuerdo con las teorías usuales que rodean el significado y la naturaleza de las revoluciones. A quienes les preocupaba la literatura teorética y el infructuoso debate intelectual no eran los verdaderos instigadores en los acontecimientos, y se vieron en los márgenes del movimiento popular, a pesar de beneficiarse de los resultados de la revolución.
Se le puso todo tipo de nombres, desde "levantamiento", lo cual es una descripción suavizada de lo que pasó (dada la ausencia de un partido revolucionario líder), hasta conspiración ideada por las figuras imperiales que querían cambiar el panorama político en la región basándose en la teoría del caos creativo. Los políticos de las revoluciones teóricas siguieron lanzando al aire sus grandes términos y densas comparaciones. Insistían en que una revolución debe llevarse a cabo igual que la bolchevique, la iraní o, al menos, las francesas. Todo lo que se aleje de estos modelos sagrados no se puede considerar una revolución, o así dice la teoría.
Es irónico que muchos de quienes se criaron para llamar revoluciones grandes e inigualables a los golpes de Estado militares occidentales fueran testigos, sin saberlo, de los acontecimientos en Túnez. Túnez no contaba con ninguna de las características de los golpes de Estado árabes, y los sucesos tampoco estuvieron acompañados de guillotinas, grandes discursos y propaganda y lemas descarados. Empezaron con la pequeña revolución de un pobre joven que se prendió fuego para protestar por su falta de derechos y por la intrusión de la policía estatal; sin eslóganes revolucionarios. A esto le siguió la inundación de masas en las calles con un movimiento abrumadoramente juvenil que pedía la lucha contra la corrupción y el derecho al empleo y a una vida digna.
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También es irónico que todos quienes menospreciaron la Revolución Tunecina, su nombre y sus acciones, y que llamaron al movimiento popular “conspiración” o “levantamiento”, disfrutaran de la gran transformación política que se produjo. Algunos cosecharon los beneficios de la autoridad en los ministerios y el parlamento, mientras que otros restauraron derechos con los que ni soñaban durante el gobierno del régimen de Ben Ali y de un único partido. Entre estos derechos se incluye el derecho de libre expresión, crítica y opinión sin castigo.
A pesar de las grandes transformaciones políticas que ha vivido Túnez, que ningún analista objetivo debe ignorar ni negar, la naturaleza y el impacto de la tiranía todavía afectan a ciertas personas. Su idea de una revolución teórica no era más que una visión imaginada sobre la mejor manera de hacerse con el control del Estado mediante un partido ideológico específico que, después, nacionalizaría los asuntos públicos para su propio beneficio. También eliminaría a todos sus oponentes usando los medios, junto a decisiones firmes y sangrientas. Algunas de las fuerzas políticas que sufrieron la prohibición de la tiranía de Ben Ali alabaron el golpe de Estado egipcio y lo consideraron un movimiento popular que volvió a situar a la revolución egipcia en su vía natural.
Mientras tanto, otros partidos se aliaron con el régimen sirio y consideraron todas las acciones en su contra como conspiraciones. Mientras maldecían a su propio presidente, criticaban al gobierno y protestaban en las calles, consideraban inaceptable que los sirios pidieran meramente unas elecciones que el gobernante hereditario no podía ganar. A otros les parecía inaceptable que se hicieran alianzas con gobiernos retrógrados contrarios a toda transformación política en la región, y fueron lo suficientemente audaces como para defender sus decisiones, que perjudican al público genera, como impedir que las mujeres tunecinas puedan viajar al Golfo.
Lo más extraño de todo es la aparición de patrones inesperados de similitudes entre las posturas de las fuerzas que monopolizan la interpretación revolucionaria y las fuerzas que respaldan al régimen opresor en Túnez. Ambas critican las revoluciones árabes, ambas las llaman conspiraciones, y ambas rechazan el resultado de la situación democrática en Túnez, considerándola una crisis. Las personas cuerdas no encuentran otra explicación para estas similitudes más que un estado de convicción radical de que su nación y todas las naciones árabes no se merecen la libertad, y que deben seguir gobernadas por sus regímenes cerrados y autoritarios, independientemente de sus falsas repúblicas y falsos lemas de resistencia.
El caso tunecino sigue siendo un momento revolucionario que no encaja en el perfil habitual y que, de hecho, sigue rompiendo los esquemas. El curso del acto revolucionario iniciado por las nuevas generaciones que ha sorprendido al mundo se aleja de las ideologías de la derrota y de la justificación del fracaso. A día de hoy, sigue supervisando el panorama político y puede cambiar la situación cuando le conviene.
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Esto podría explicar la reticencia de la juventud a unirse a partidos políticos, incluso de los 350.000 estudiantes de las universidades tunecinas. Si los profesionales políticos y portavoces de ideologías no son conscientes de la naturaleza de la mentalidad de las nuevas generaciones, permanecerán como manifestaciones vocales y burbujas mediáticas que acabarán por desaparecer pronto, dados los cambios que vive hoy la sociedad tunecina.Las comunidades no actúan basándose en agendas predeterminadas o en predicciones ideológicas defectuosas, sino que responden a las necesidades que imponen las circunstancias y actúan dentro de las opciones que se les proporcionan. Al igual que las masas se revelaron el 17 de diciembre para expulsar al gobierno del partido único, esta generación, y todos los que se ganaron el derecho a votar gracias a la revolución, pueden crear de nuevo la misma situación; sin embargo, esta vez no será mediante la acción en las calles, sino mediante las urnas.
Este artículo se publicó originalmente en árabe el 11 de enero de 2018 en Al-Araby Al-Jadeed