No pasa un día sin que un importante político o intelectual israelí haga una declaración escandalosa contra los palestinos. Muchas de estas declaraciones tienden a atraer poca atención o a evocar una merecida indignación.
Hace poco, el ministro israelí de Agricultura, Uri Ariel, pidió más muertes y heridos contra los palestinos de Gaza.
“¿Qué clase de arma especial nuestra dispara y genera pilares de humo y fuego, pero no daña a nadie? Es hora de también produzca heridas y muertes”, declaró.
El llamamiento de Ariel a asesinar a más palestinos se produjo después de otras declaraciones repugnantes respecto a la adolescente de 16 años Ahed Tamimi. Ahed fue detenida en una violenta redada militar israelí en su casa, en el pueblo cisjordano de Nabi Saleh.
Un vídeo la muestra abofeteando a un soldado israelí un día después de que el ejército disparara a su primo en el cráneo, dejándole en coma.
El ministro de Educación israelí, Naftali Bennet, conocido por su visión política extremista, afirmó que Ahed y otras jóvenes palestinas deberían “pasar el resto de sus días en la cárcel”.
Ben Caspit, un prominente periodista israelí, pedía un castigo peor. Sugirió que Ahed y las demás chicas como ellas deberían ser violadas en prisión.
“En el caso de las chicas, deberían pagar el precio en la oscuridad, sin testigos ni cámaras”, escribió en hebreo.
Pero esta mentalidad violenta y repugnante no es nueva. Es una extensión de un sistema antiguo y arraigado de creencia que se basa en un largo historial de violencia.
Innegablemente, las opiniones de Ariel, Bennett y Caspit no son declaraciones escupidas en un momento de enfado. Son reflejos de las verdaderas políticas que llevan más de 70 años llevándose a cabo. De hecho, el asesinato, la violación y el encarcelamiento perpetuo son características que han acompañado al Estado de Israel desde el principio.
Leer: “La repetición de la Nakba es insufrible”
Este legado violento sigue definiendo a Israel a día de hoy, mediante el uso de lo que el historiador israelí Ilan Pappe describe como ‘genocidio incremental’.
A lo largo de este legado, poco ha cambiado, excepto los nombres y los títulos. Las milicias sionistas que orquestaron el genocidio palestino previo al establecimiento de Israel en 1948 se combinaron, formando el ejército israelí; y los líderes de estos grupos se convirtieron en los líderes de Israel.
El violento nacimiento de Israel en 1947-48 fue la culminación del discurso violento que lo precedió durante muchos años. Fue el momento en el que las enseñanzas sionistas de los años anteriores se pusieron en práctica, y el resultado fue totalmente terrorífico.
“La táctica de aislar y atacar a un pueblo o ciudad en concreto y ejecutar a su población en una masacre horrible e indiscriminada fue una estrategia utilizada una y otra vez por las bandas sionistas para obligar a los ciudadanos de los pueblos y ciudades de alrededor a huir”, me contó Ahmad Al-Haaj cuando le pedí que reflexionara sobre el pasado y el presente de Israel.
Al-Haaj es un historiador palestino y un experto en la Nakba, la ‘Catástrofe’ que sufrieron los palestinos en 1948.
Leer: La Nakba explicada
El dominio del intelectual de 85 años sobre este tema empezó hace 70 años, cuando, a los 15 años, fue testigo de la masacre de Beit Daras a manos de la milicia judía Haganah.
La destrucción del pueblo palestino y el asesinato de docenas de sus habitantes resultó en la despoblación de muchas aldeas adyacentes, entre ellos al-Sawafir, el pueblo natal de Al-Haaj.
“La notoria masacre de Deir Yasin fue el primer ejemplo de asesinato sin sentido, un modelo que se imitó en otras partes de Palestina”, dice Al-Haaj.
La limpieza étnica de Palestina de aquel momento fue orquestada por varias milicias sionistas. La milicia judía dominante era la Haganah, que pertenecía a la Agencia Judía.
Esta última ejercía como un semi-gobierno bajo los auspicios del gobierno del Mandato Británico, mientras que la Haganah funcionaba como su ejército.
Sin embargo, otros grupos separatistas también operaron según sus propias intenciones. Dos de las principales bandas eran el Irgun (la Organización Militar Nacional) y Lehi (también conocida como el Gang Stern). Estos grupos llevaron a cabo numerosos atentados terroristas, como explosiones en autobuses y asesinatos selectivos.
Menachem Begin, nacido en Rusia, era el líder del Irgun, que, junto al Gang Stern y otros militantes judíos, masacró a cientos de civiles en Deir Yassin.
‘Decidles a los soldados: habéis hecho historia en Israel con vuestro ataque y vuestra conquista. Seguid hasta la victoria. Como en Deir Yassin, lo haremos en todas partes, atacaremos al enemigo. Dios, Dios, nos has elegido para la conquista”, escribía Begin en aquel momento. Describía la masacre como un “espléndido acto de conquista”.
El vínculo intrínseco entre palabras y actos sigue sin cambiar.
Casi 30 años después, Begin se convirtió en primer ministro de Israel, después de haber sido un terrorista en busca y captura. Aceleró el robo de terreno de las nuevamente ocupadas Cisjordania y Jerusalén Este, inició la guerra contra el Líbano, anexionó la Jerusalén Ocupada y llevó a cabo la masacre de Sabra y Shatilla en 1982.
Otros de los terroristas convertidos en políticos y en altos cargos del ejército con Begin son: Moshe Dayan, Yitzhak Rabin, Ariel Sharon, Rafael Eitan y Yizthak Shamir. Todos ellos tienen un historial plagado de violencia.
Shamir fue primer ministro de Israel desde 1986 a 1992. En 1941, Shamir fue encarcelado por los británicos por pertenecer al Gang Stern. Después, como primer ministro, ordenó una violenta represión contra un levantamiento palestino mayoritariamente pacífico en 1987, rompiendo intencionalmente las extremidades de los niños acusados de lanzar piedras a los soldados israelíes.
Así que, cuando ministros del gobierno como Ariel y Bennet piden violencia gratuita contra los palestinos, simplemente continúan un legado sangriento que ha definido a todos los líderes israelíes anteriores. Es la mentalidad violenta que sigue controlando al gobierno israelí y a su relación con Palestina; de hecho, con todos sus vecinos.