Una de las características más destacadas de las protestas en Irán de diciembre y enero fue el enfoque en la política exterior del país. Los manifestantes criticaron la política regional iraní de apoyo a partes no estatales, como Hamás y Hezbollah. Esto quedó reflejado con el lema “ni por Gaza ni por Líbano, daré mi vida por Irán”.
La difusión de estos lemas por parte de los principales medios occidentales ha producido expectativas generalizadas de que cualquier gran cambio político en Irán alterará inevitablemente la política exterior del país. Por ejemplo, el periodista saudí Jamal Khashoggi ha afirmado que, en caso de cambio político, el lema “ni por Gaza ni por Líbano” podría convertirse en la política exterior de Irán.
Gran parte de este análisis se basa en ilusiones y una profunda falta de comprensión de los fundamentos conceptuales de la política exterior iraní. La política regional iraní se centra mucho más en la seguridad de los intereses nacionales, en lugar de en perseguir causas ideológicas o emocionales. Por extensión, el establishment de la política exterior de Irán es lo suficientemente resistente como para soportar incluso las grandes perturbaciones políticas internas.
En cualquier caso, según todas las versiones creíbles, Irán pretende mantener – y puede que incluso intensificar – su política regional de apoyo a partes no estatales y, cuando sea necesario, reforzarla mediante intervenciones directas limitadas. Ni las manifestaciones internas ni la presión del gobierno de Trump cambiarán el enfoque de Irán de la diplomacia regional y su gestión de conflictos.
Prioridades descolocadas
Una de las razones por las que los manifestantes coreaban cánticos contra la política exterior es su costo, supuestamente muy alto. Por lo tanto, lemas como “dejad en paz a Siria y pensad en nosotros” se enmarcan en un supuesto desequilibrio entre la ambiciosa política exterior de la República Islámica y las duras condiciones económicas en el país.
Este desequilibrio entre los compromisos de la política exterior iraní y las limitaciones económicas del país ha sido identificado por muchos analistas occidentales y árabes como la mayor vulnerabilidad de Irán. Por ejemplo, el antiguo enviado estadounidense a Oriente Medio, Dennis Ross, afirma que los iraníes están “locos de remate” por su política exterior, una supuesta vulnerabilidad que Ross argumenta que Estados Unidos debería explotar al máximo.
Sin embargo, estos mismos analistas no pueden hablar de una cifra exacta sobre lo que realmente se gasta Irán en sus amigos y aliados de la región. Por ejemplo, nadie sabe cuánto le da verdaderamente Irán a su aliado más cercano, el Hezbolá libanés. Las estimaciones varían; las más altas (por supuesto, de fuentes israelíes) alcanzan la cifra de 800 millones de dólares al año.
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Otras fuentes israelíes son más ambiguas respecto al gasto total de Irán en Oriente Medio, afirmando que la República Islámica se gasta “miles de millones” en sus aliados y en operaciones en toda la región. Incluso si aceptamos estas cifras al pie de la letra, aún son una fracción del PIB total de Irán, que está muy por encima de los 400.000 millones de dólares.
Además, aunque últimamente se ha incrementado, el presupuesto de defensa de Irán, sigue siendo uno de los más bajos de la región, y una fracción de lo que se gastan Arabia Saudí y EAU en defensa. Además, incluso comparado con las naciones de Occidente, el gasto de Irán en la construcción de influencia en el extranjero es relativamente modesto. Por ejemplo, Reino Unido, que tiene un PIB aproximadamente seis veces mayor que el de Irán, invierte 13.000 millones de dólares sólo en ayuda externa, dinero que los oficiales británicos admiten que se usa para promover los “intereses nacionales”, en lugar de para ayudar a países pobres.
El factor clave es que los países con políticas exteriores sofisticadas y ambiciosas intentan gastarse tanto como puedan permitirse (y, a veces, más) para apuntalar su posición global o regional. Trazar una conexión entre el gasto extranjero y los problemas internos no es necesariamente la mejor manera de comprender la motivación y los requisitos de estos Estados. Para insistir más en esto, existe mucha pobreza y desigualdad en Reino Unido, pero eso no hace que el gobierno británico no se gaste cantidades tremendas en defensa, inteligencia y ayuda al desarrollo.
Política costo-efectiva
Si analizamos la política regional de la República Islámica, particularmente el alcance de Irán a grupos como Hamás y Hezbollah, es fácil centrarse demasiado en las dimensiones ideológicas, ambiciosas y emocionales de esta política, en especial el supuesto deseo de Irán de extender su “revolución” y lograr su objetivo declarado de destruir a Israel.
Pero, como señalan ciertos analistas, el apoyo de Irán a partes no estatales aporta una amplia gama de beneficios de seguridad a la República Islámica. De hecho, la política regional intervencionista de Irán es una característica central de la doctrina nacional de seguridad de la República Islámica, que exige la adquisición y la consolidación de una profundidad estratégica.
El concepto de “profundidad estratégica” explica la actitud iraní respecto al conflicto sirio. Como han señalado a menudo varios estrategas iraníes, si Irán no luchara contra sus adversarios en Siria, se podría ver obligado a luchar con ellos dentro de las fronteras iraníes. Desde esta perspectiva, incluso si aceptamos al pie de la letra las estimaciones más altas (de fuentes dudosas) sobre el gasto de Irán en Siria, se sigue calificando como una política costo-efectiva si cumple con el objetivo de evitar la guerra cerca de casa.
La cuestión clave es, sin duda, qué efecto (si lo hay) clamará por un cambio político en la política exterior del país. En términos de opinión pública, la ausencia de encuestas de opinión creíbles supone que no podemos medir con precisión la fuerza demográfica y los matices detrás de los lemas relacionados con la política externa.
Sin embargo, incluso si aceptamos que los manifestantes que criticaron la política exterior iraní representan a un sector significativo de la opinión pública iraní, no afectará directamente al complejo cálculo que apuntala las políticas de defensa, seguridad y regional.
Pero, asumiendo que las manifestaciones se reanuden en el futuro y que ganen el impulso suficiente para provocar cambios políticos (por ejemplo, alterando radicalmente el equilibrio de poder entre reformistas, conservadores y centristas), incluso con esas condiciones, la política exterior de Irán no cambiará necesariamente, e incluso si lo hace, no cambiará más allá del reconocimiento.
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La comunidad de seguridad nacional de la República Islámica está lo suficientemente alejada del poder político como para soportar grandes cambios políticos. Por supuesto, la única excepción son los llamados escenarios de cambio de régimen, que sólo pueden producirse mediante una invasión militar estadounidense o un levantamiento masivo que derribe a la República Islámica. Ambos escenarios son bastante imposibles.
A falta de un cambio radical en la actitud y en la cosmovisión subyacente, Irán mantendrá su política regional intervencionista, que considera una estrategia defensiva destinada a disuadir y a equilibrar a enemigos como Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí.