Durante una visita a la Universidad de Stanford la semana pasada, el Secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, expuso los cinco objetivos de la intervención del ejército de EE.UU. en el conflicto sirio. Desde la expulsión del Daesh y la limitación de la influencia de Irán hasta la agilización del regreso de los refugiados a su país, sus comentarios sobre el tema parecían ser un intento de demostrar que Estados Unidos actuaba con cierta racionalidad a la hora de brindar su polémico apoyo a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF, por sus siglas en inglés), dominadas por milicianos kurdos.
La postura de Estados Unidos en el conflicto ha generado muchas críticas en los últimos meses, ya que las SDF están compuestas mayoritariamente por militantes de las Unidades de Protección Popular (YPG), vinculada a su vez al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), designado como organización terrorista por la OTAN. A menudo se ha considerado hipócrita su apoyo a un grupo que supuestamente consideran terrorista y, dada la intención declarada del partido de establecer un Estado en el norte del país basándose en el federalismo inspirado por los valores comunistas libertarios del fundador del PKK, Abdullah Ocalan, este apoyo contradice los propios intereses de EE.UU.
Sin embargo, el apoyo continuo de la administración de Trump a las YPG no es tan infundado como parece. Los objetivos de los militantes de la región se complementan con muchos de los establecidos por Tillerson. Pero, aunque puede que, en principio, este apoyo tenga sentido, en la práctica, sus efectos podrían ser más perjudiciales para Estados Unidos de lo previsto.
Los beneficios en la teoría
Según Tillerson, el objetivo principal de EEUU es asegurarse de que Daesh y Al-Qaeda sufren una “derrota definitiva” y, con esto en mente, el apoyo del país a los grupos kurdos tiene sentido. La ayuda inicial a las YPG se debió principalmente a la necesidad estadounidense de participar en el conflicto y controlar la situación con el Daesh. El FDS ha tenido éxito en este aspecto, expulsando a los militantes de Daesh de varias zonas de Siria, incluidos los bastiones del grupo terrorista en Raqqa, Mayadeen y Deir Ez-Zor, y también haciéndose con el control de reservas de petróleo estratégicas en el proceso. También ha priorizado el hacer frente a los grupos rebeldes sirios, a los que considera organizaciones terroristas.
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El apoyo a las FDS ha permitido a Estados Unidos mantener una presencia diplomática y militar en el terreno, mientras que los grupos kurdos también permanecen activos en los mismos frentes de batalla. Esta estrategia es útil para EE.UU, que, según las palabras de Tillerson, quiere evitar “los mismos errores que se cometieron en 2011, cuando una retirada prematura de Irak permitió que Al-Qaeda sobreviviera en el país y terminara por transformarse en ISIS (Daesh).”
En cuanto a la resolución del conflicto sirio, Estados Unidos ha pedido un proceso político dirigido por la ONU que establezaca una “Siria estable, unificada e independiente bajo un gobierno posterior a Assad”. Aunque, a menudo, las YPG se han considerado un obstáculo para ese proceso, esta propuesta parece estar lista para abordarse.
En una entrevista publicada con el compañero Aymenn Al-Tamimi, de Middle East Forum, Nouri Mahmoud, portavoz de las YPG, enfatizó que el grupo no quiere dividir Siria: “No tenemos problemas. Estamos listos para discutirlo y no queremos partir Siria. Ni tampoco queremos crear nuevas fronteras… pero queremos que Al-Shaam (Siria) sea un país democrático.”
El FDS también pidió la semana pasada al gobierno sirio que les ayudara en su lucha contra Turquía, afirmando que el objetivo de Ankara es ocupar la tierra siria: “Pedimos al Estado sirio que lleve a cabo sus obligaciones soberanas respecto a Afrín y proteja sus fronteras con Turquía frente a los ataques del ocupante turco… y que despliegue a las Fuerzas Armadas Sirias para proteger las fronteras de la zona de Afrín.”
Si bien Estados Unidos no ha dado indicaciones de que respaldaría las peticiones por un Estado kurdo independiente, tras haber condenado el referéndum kurdo del pasado septiembre como “ilegítimo”, la potencial flexibilidad de las YPG al respecto podría suponer una alianza más factible. De la misma forma, sus llamados a la democracia y su postura firmemente secular parecen más apetecibles para EEUU y su deseo de una transición fluida, particularmente cuando se contrasta con las demás facciones islámicas presentes entre los grupos de la oposición siria.
Las YPG también reflejan el interés estadounidense de mitigar la influencia de Irán. El gobierno de Trump ha expresado su preocupación por el establecimiento de una “media luna iraní”, con gobiernos simpatizantes en Irak, Siria y Líbano, creando un pasillo desde Irán hasta el Mar Mediterráneo. Las YPG también están decididas a prevenir que esta sea una realidad permanente: “Irán obstaculiza el camino hacia la democracia en Siria para proteger sus propios intereses, y está alimentando la guerra siria para que se mantenga la estabilidad de seguridad en Irán”, enfatizó el portavoz Mahmoud.
Tras demostrarse la utilidad del apoyo estadounidense a las YPG a la hora de cumplir sus tres objetivos principales, no es de extrañar que Washington haya optado por mantener su apoyo bajo la apariencia del FDS. Esta opción parece mejor que cualquier otra alternativa, dada la ausencia de otras partes a las que apoyar, la necesidad de supervisar los cambios en la región y la relación entre Turquía, Rusia e Irán.
Las dificultades en la práctica
A pesar de que el apoyo a las YPG supone numerosos beneficios para Estados Unidos, no se puede decir que esta estrategia sea realmente positiva, sobre todo en términos de relaciones internacionales. Sin duda, financiar a una organización vinculada al PKK, que ha asesinado a más de 40.000 personas en Turquía durante los últimos 30 años, iba a generar una respuesta de Ankara. Puede decirse que Ankara ha sido paciente durante más de dos años, pero la declaración estadounidense de su intención de establecer una fuerza fronteriza permanente de 30.000 activos pertenecientes al FDS fue la gota que colmó el vaso. Mientras que todas las partes del conflicto han condenado la reciente ofensiva terrestre de Turquía contra los kurdos, la Casa Blanca y la UE han sido obligadas a admitir que Ankara tiene motivos de queja legítimos. Que EEUU se vincule a un conocido grupo vinculado por Occidente al terrorismo antes que con un aliado de la ONU perjudica la imagen de la administración Trump.
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También es discutible el éxito que podrían tener las YPG frente a las fuerzas turcas. Aunque las milicias demostraron ser efectivas contra los militantes del Daesh, ya han sufrido varias derrotas significativas contra el ejército de Turquía, el octavo más poderoso del mundo. Está por ver hasta qué punto seguirá Estados Unidos apoyando al grupo, dadas sus promesas – que rompe constantemente – de frenar su financiación.
El aumento de la tensión y de la violencia en la región tampoco ayuda a lograr los objetivos estadounidenses de poner fin al conflicto y facilitar el regreso de los refugiados. Crear otro frente de batalla, que se extiende hasta involucrar a grupos de la oposición y del régimen sirios, añade una dimensión más a la compleja red de batallas que lleva 7 años en curso. Incluso si la última ofensiva acabara rápidamente, las denuncias de crímenes de guerra cometidos por las YPG denunciadas por organizaciones defensoras de los derechos humanos – entre ellos el reclutamiento forzoso, la demolición de aldeas no kurdas, o asesinatos extrajudiciales – no sugieren la posibilidad de que el grupo facilite el regreso en masa de los ciudadanos que han huido del conflicto.
El único beneficio práctico, al menos, de momento, es que el apoyo americano a los kurdos supone que Estados Unidos tenga una presencia constante en Siria para supervisar los acontecimientos. Sin embargo, aún está por ver hasta qué punto las YPG demostrarán ser un aliado útil; las señales preliminares indican que, ahora mismo, la influencia de Occidente es mínima, dada su incapacidad de reducir la intensidad de los acontecimientos de la semana pasada.
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Una estrategia peligrosa
Al considerar que Estados Unidos sólo ha hecho uso de las YPG porque no tenía nadie más a quien respaldar, su apoyo cobra cierto sentido. Aunque es una decisión impopular, EE.UU. ha demostrado a menudo su falta de interés en el derecho internacional, mientras que reprende a otros por no cumplirla, y el presidente Donald Trump ha demostrado estar satisfecho con su postura contraria a toda la comunidad internacional respecto a otros asuntos de Oriente Medio, cuya última manifestación ha sido el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. La hipocresía de ayudar a un afiliado del terrorismo a combatir a otros terroristas del Daesh no perturbará a los Estados Unidos.
Aun así, en la práctica, la negativa de Washington a cortar el apoyo a los kurdos ha puesto en marcha una cadena de sucesos muy impredecible. No está claro cómo acabará la ofensiva terrestre de Turquía, aunque la victoria de los kurdos frente al ejército turco es muy improbable. Mientras que la continua financiación estadounidense al grupo se balancea, Turquía espera que Rusia comparta sus preocupaciones con respecto a la seguridad.
Tampoco hay garantía de que los kurdos sigan compartiendo intereses con Estados Unidos, sobre todo en cuanto al establecimiento de la independencia turca. A pesar de ciertas concesiones temporales, los kurdos han luchado con fuerza durante mucho tiempo con una visión federalista en mente. Está por ver cómo se expresará este deseo a largo plazo, con o sin la ayuda estadounidense.
Estados Unidos parece ha cometido un error contra sus intereses al apoyar a las YPG, pero aún no sabemos cómo de grande.
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