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Por qué debería molestarnos la etiqueta ‘inmigrante’

Sirios llegan a la costa tras su travesía por el Mediterráneo [Tamer Yazar/Twitter]

En verano de 2015, los medios internacionales se centraron en la “crisis migratoria de Europa.” Fue la mayor ola de inmigración en masa que ha vivido Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Al-Jazeera instigó un debate sobre la cobertura mediática del cruce de todas estas personas a través del Mediterráneo para buscarse la vida en Europa; muchos grandes canales de los medios de comunicación siguieron su ejemplo. Esto llevó a un consenso general respecto a que los medios tienen una responsabilidad humanitaria a la hora de definir la terminología correcta que se usa en el lenguaje periodístico.

Al-Jazeera anunció su decisión de utilizar el término “refugiados” en lugar de “inmigrantes”; explicando que “el término general de inmigrante ya no se adapta al propósito de describir el horror que se vive en el Mediterráneo.” The Guardian también indicó que las palabras “refugiados”, “personas desplazadas” y “solicitantes de asilo” son términos más exactos que una “etiqueta global como inmigrantes”, enfatizando la importancia de utilizar más a menudo estos términos, ya que la información debe ser “tanto humana como precisa.”

Sin embargo, el resultado de este debate en la política fue el opuesto. La abrumadora reacción inicial de los políticos fue parte del discurso populista de la vieja escuela de quienes “se cuelan en la cola”, que afirmaban que la principal motivación de quienes cruzaban el Mediterráneo era conseguir mejores oportunidades de trabajo y un mejor nivel de vida. Infamemente, el entonces primer ministro británico, David Cameron, usó el término “inmigrantes ilegales” y declaró que los refugiados “no huyen de la persecución, sino que buscan una vida mejor.”

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Fue necesario que las olas arrastraran el cuerpo del pequeño Aylan Kurdi hasta una playa turca para que los gobiernos empezaran a adoptar un enfoque más humano respecto a la crisis y utilizaran más a menudo la palabra “refugiado”. Consecuentemente, los gobiernos europeos aceleraron sus procedimientos de acogida y aumentaron su cuota de refugiados sirios que huían de la guerra en su país. La mayoría de los solicitantes de asilo sirios con el estatus de refugiados fueron registrados e investigados en Grecia, Turquía y Líbano.

Sin embargo, la situación de los solicitantes de asilo en otros lugares fue bastante contradictoria. Por ejemplo, los refugiados provenientes de África Occidental siguieron considerándose “inmigrantes ilegales” que intentaban entrar en Europa sin documentos legales. La razón alegada para este discurso determinado sobre “inmigrantes ilegales” de la mayoría de los países europeos era “romper el vínculo entre partir en un barco y lograr asentarse en Europa.” Varios países de todo el continente dejaron claro a los refugiados que llegar directamente a Europa no les garantizará la acogida que buscan, según su acuerdo de “uno entra, uno sale” con Turquía. Se supone que el objetivo principal del acuerdo era disuadir la “inmigración ilegal” y prevenir el tráfico de personas.

¿Por qué debería molestarnos la etiqueta “inmigrante”? Es simple; porque las etiquetas que se utilizan tienen mucha importancia. De hecho, a veces pueden poner a estas personas en una situación difícil. Etiquetar a alguien como “inmigrante” es la forma más fácil para un gobierno de eludir sus responsabilidades ante quienes buscan acogida. Ser inmigrante significa que depende del Estado tu cuidado y proporcionarte acogida, trabajo y educación, tengas permitido o no entrar en ese país como refugiado.

Un niño sirio con un saco de comida en un campo de refugiados de Turquía [Foto de archivo]

En el papel, ser refugiado es un derecho de todo aquel que huya de la violencia y la persecución; ser inmigrante es un término global para quienes pretenden trasladarse a otro país por otras razones. Sin embargo, esta definición no siempre se ha adoptado en los discursos y debates públicos. En cambio, el término “inmigrante” se ha manipulado para que sea percibido como una persona que busca mejores salarios.

Tenemos que reconocer la conexión discursiva entre “una vida mejor” y una decisión “voluntaria” de emigrar, pero lo que se ha vivido en Libia a lo largo de los años es uno de los mayores ejemplos que demuestran que no se puede saber la principal motivación para el viaje. Los africanos occidentales que afirman “buscar una vida mejor en Europa” son personas que deciden arriesgar sus vidas cruzando el desierto y el mar Mediterráneo, con todo el peligro que supone, para poder vivir decentemente y no temer por su seguridad ni la de su familia. Estas personas buscan un futuro, una vida en un lugar que no esté en guerra ni sea políticamente inestable.

El sistema de acogida no es un refugio seguro para estos refugiados, sino también un eliminador que impide que accedan a ciertos privilegios y derechos. Por desgracia, las autoridades no se han centrado en la responsabilidad de proporcionar refugio, sino que han desanimado a las personas a buscar una vida mejor, y así, directa o indirectamente, llevándolas a la esclavitud, la agresión sexual y muchos otros abusos, o dejando que se ahoguen para disuadir a otros de que se les pase por la cabeza intentar buscar refugio en Europa.

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La misión de desmotivar a la gente es tan obvia que incluso la actitud de las ONGS y organizaciones internacionales cambia en cuanto a alguien se le denomina inmigrante. Es triste ver como el Consejo de Refugiados danés publica un cortometraje sugiriendo que “no hay nada especial esperándoos aquí (en Europa), no os pongáis en peligro, mejor quedaos en vuestro país, aunque sea en una situación desesperada.”

Los políticos repiten incansablemente que la solución no está en Europa, sino en los países de orígenes, donde debería resolverse el conflicto; sin embargo, no se ha hecho nada para ponerle fin, y parece que no se producirá ningún cambio positivo en el futuro próximo. La gente seguirá arriesgando su vida si no les queda otra opción, a menos que Europa abandone su discurso de “inmigrantes” y adopte un enfoque más humano.

Los gobiernos deben ser conscientes de que estos desplazamientos irregulares sólo se acabarán cuando dejen de impedir que las personas busquen acogida de forma legítima. Y deberíamos reconsiderar si el asilo es un favor a los refugiados y a los inmigrantes para que busquen una vida mejor y envíen remesas a su país, o si, en realidad, es su derecho inalienable, ya que es peligroso vivir en sus países debido a la inestabilidad, la explotación y la destrucción que han facilitado las grandes potencias.

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La autora es asistente de investigación en el TRT World Research Centre. Actualmente estudia un máster en Inmigración, Movilidad y Desarrollo en SOAS, University of London. Es graduada en Literatura Comparada por la Istanbul Bilgi University.

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