Estados Unidos ha estado estableciendo contactos con figuras palestinas de Cisjordania y Jerusalén después de que el gobierno palestino tomara la decisión de cortar los contactos relacionado con el proceso de paz con Washington; una medida en respuesta a la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y desplazar la embajada estadounidense de Tel Aviv a esta ciudad. El gobierno palestino dejó claro que la era del monopolio estadounidense como mediador del proceso de paz ha llegado a su fin, añadiendo que ha empezado a buscar a un mecanismo internacional alternativo bajo los auspicios de Naciones Unidas.
No sabemos mucho acerca de estos contactos o de la identidad de los partidos o personas involucradas, pero parece que se han encendido las “luces rojas” en la sede presidencial en Ramalá, aunque no ha llegado a cundir el pánico. Los palestinos ya se han enfrentado a docenas de estas situaciones a lo largo de la historia de su movimiento nacional contemporáneo. La historia de este movimiento y de la OLP podría describirse como una historia de batalla contra los planes alternativos del gobierno o una lucha para representar al pueblo palestino.
En la época de George W. Bush, los intentos de Washington respecto a figuras palestinas se intensificaron con el objetivo de reemplazar a la OLP. Esto se manifestó en la delegación conjunta palestino-jordana en la Conferencia de Madrid, donde Haider Abdel Shafi, Hanan Ashrawi y Saeb Erekat fueron algunos de los nombres destacados de hace tres décadas. Todos estaban vinculados a Fatah, la OLP y el movimiento nacional. Coordinaban cada uno de sus movimientos con el difunto Yasser Arafat. Recibieron instrucciones suyas hasta que se llegó al acuerdo de Oslo, junto al reconocimiento mutuo, y ya sabemos cómo sigue la historia.
Durante el gobierno de George W. Bush, y dentro del contexto de la “Operación Escudo Defensivo”, en la que el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, reocupó Cisjordania, el estadounidense no escatimó en esfuerzos para hundir al gobierno del presidente palestino Arafat. Los esfuerzos americano-israelíes tomaron la forma de “reformar el régimen palestino” y la creación del puesto de primer ministro, que se ocupó por primera vez por el actual presidente palestino, Mahmoud Abbas. En aquel momento, muchas figuras palestinas le apoyaban, a destacar Yasser Abed Rabbo, Salam Fayyad y Mohamed Dahlan.
Pero, cuando Bush y Sharon vieron que el gobierno de Ammar no se veía limitado ni disminuido por una postura o una coalición de personalidades de acuerdo con la voluntad estadounidense, y cuando les quedó claro que Arafat no abandonaría los principios fundamentales de la causa palestina ni que les cerraría la puerta a los derechos palestinos de resistir a la ocupación, después de que Oslo y Camp David llegaran a un punto muerto en la época de Bill Clinton y Ehud Barak, Israel empezó una guerra para recuperar Cisjordania y asediar a Arafat en su sede, preparándose para su presunto asesinato con veneno, como confirma la narrativa palestina.
Para preservar su relación con su aliado estratégico, Sharon le pidió permiso al gobierno de Trump para liquidar a Yasser Arafat, acusándole de respaldar al terrorismo e incitar al odio y la violencia, y porque se había vuelto “irrelevante” y un obstáculo para la reanudación de las negociaciones y el proceso de paz. A Bush le sorprendió esta petición del israelí, y le pidió que dejara el asunto en manos del poder divino. La respuesta de Sharon afirmó que, a veces, el poder divino necesita ayuda. Bush no se pronunció, y Sharon se tomó ese silencio como una luz verde para asesinar a Arafat, que es lo que sucedió.
Hoy en día, con el gobierno de Trump y de Netanyahu, los palestinos están reviviendo la misma atmósfera, y su gobierno está dentro del mismo contexto, aunque este mismo gobierno, en aquel momento, pensaba que restringir la libertad del carismático líder Yasser Arafat podría desencadenar un acuerdo y una solución de Estado final. El gobierno se decepcionó, y parece que ahora es un candidato de sufrir lo mismo que sufrió Yasser Arafat hace 14 años, después haber sido acusado de lo mismo que Arafat y sometido a una demonización sistemática.
Leer: Yasir Arafat (24 de agosto de 1929 – 11 de noviembre de 2004)
Los contactos de EEUU con figuras palestinas independientes le envían un mensaje al presidente palestino, Mahmoud Abbas: puede aceptar los planes de Trump, ignorando los principios y derechos legítimos del pueblo palestino, empezando por Jerusalén y los refugiados, incluida la soberanía y la independencia, y cediendo grandes partes de Cisjordania; o puede enfrentarse al mismo destino que Abu Ammar, si no es asesinado – aunque esa posibilidad sigue sobre la mesa de Israel – se creará un gobierno alternativo desde dentro, con el apoyo de Estados Unidos e Israel.
De hecho, el esquema de gobierno alternativo lleva varios años siendo una prioridad de ciertas capitales, pero el presidente Abbas ha resistido la presión y ha logrado reprimir estos intentos uno por uno. Quizá la séptima conferencia de Fatah haya proporcionado una victoria táctica frente a aquellos que adoptan tales medidas sospechosas.
Sin embargo, esta gente nunca se rinde, y los contactos americanos con palestinos fuera de los marcos formales de Fatah y la OLP podrían considerarse una continuación de estos intentos de comercializar a ciertos antiguos líderes de seguridad, conocidos por su injusto historial palestino, como un gobierno alternativo. Hay grandes nombres que estuvieron involucrados en relaciones secundarias con algunas de las capitales comprometidas en este archivo. Parece que existe una coordinación para unificar los intentos de una administración cobarde en Washington y un gobierno extremista en Tel Aviv, y líderes a los que sólo les importa demostrar a los Estados Unidos que son los mejores para implementar sus proyectos en la región, incluso aunque sea a expensas de Palestina, Jerusalén, la OLP, los palestinos e incluso la dignidad y los derechos árabes en general.
La experiencia palestina colectiva ha demostrado que estos intentos desesperados e intervenciones contra la causa palestina no verán la luz si hay presente una voluntad palestina sólida, adherida a sus derechos y principios. Quizá el pueblo palestino sea el que más detesta las intervenciones externas. Es posible construir sobre este legado acumulado, eliminar la extorsión de un gobierno alternativo, independientemente de quién lo impulse. Esta vez, como en las veces anteriores, no tiene que ver con quién es el líder, sino con el futuro de la causa nacional del pueblo de Palestina. Y, si el gobierno palestino está dispuesto y decidido, tendrá un ejército de aliados y simpatizantes en su país y en el extranjero, y de centros árabes regionales e internacionales que quieren acabar con esta situación.
Este artículo fue publicdo originalmente en árabe en Arabi21 el 6 de febrero de 2018