Las duras palabras en Bahréin de un importante periodista iraní y asesor del líder del país han reavivado las llamas del debate sobre el enfoque de la República Islámica respecto a la actual crisis política que vive el pequeño estado del Golfo. Hossein Shariatmadari afirmó que Bahréin “pertenece” a Irán y que los bahreiníes se consideran una parte “separada” de la patria iraní; declaraciones que seguramente provocarán ansiedad en el Reino y, probablemente, más allá de la región.
Sin embargo, la postura de Shariatmadari pertenece a una visión minoritaria en Irán, ya que la mayoría de la opinión pública iraní asumió hace tiempo la independencia de Bahréin, que se produjo a raíz de un referéndum en agosto de 1971, y cuyo resultado fue aceptado por el difunto Shah de Irán.
Por lo tanto, en lugar de interpretar estas palabras como una declaración de intenciones, es más prudente considerarlas una prueba de la cada vez mayor frustración de Irán respecto a los acontecimientos en el Reino. Parece que Bahréin es un campo de batalla en el que Arabia Saudí parece tener la ventaja en la lucha con Irán por el poder regional.
Además, las duras palabras contra Bahréin por parte de iraníes influyentes indican una división dentro del establishment sobre cómo formular e implementar políticas en el pequeño Estado. Los centros diplomáticos formales de Irán, especialmente el Ministerio de Exteriores, han aceptado el estatus quo en Bahréin. Por el contrario, la poderosa Guardia Revolucionaria está dispuesta a tener un rol en la crisis interna bahreiní.
Declaraciones incendiarias
Hossein Shariatmadari es conocido Bahréin. Hace 10 años, pronunció las mismas palabras provocativas, lo que provocó duras críticas por parte de los medios bahreiníes. Su ideología podría considerarse parte de un nacionalismo radical, si no fuera por su importante posición en los medios iraníes. Como director gerente de Kayhan, Shariatmadari está a cargo de uno de los periódicos con más historia de Irán.
Fundado hace 75 años, Kahyan se considera el periódico más conservador del país. Bajo la dirección de Shariatmadari, se ha acercado al núcleo del poder político, reflejando esencialmente los puntos de vista y los prejuicios de los clérigos gobernantes.
La proximidad de Shariatmadari al ayatolá Khamenei, hasta el punto de que se le considera el representante “personal” del líder en Kayhan, le permite ganar más influencia. En temas de política exterior e interior, sus declaraciones son seguidas de cerca por los servicios de inteligencia occidental.Por lo tanto, el análisis debería centrarse en el momento que ha elegido Shariatmadari para hacer estas declaraciones, pronunciadas dentro del contexto del aparente impulso del régimen gobernante de Al-Khalifah en Bahréin contra los disidentes locales. Esto se refleja sobre todo en una represión judicial implacable contra toda forma de disidencia; el último caso supuso el encarcelamiento de diez manifestantes.
La represión judicial se desarrolla en un contexto político y estratégico más amplio, el cual favorece al clan Al-Khalifah. Las autoridades bahreiníes han derrotado a Al-Wefaq, el grupo más importante de la oposición. Además, han marginado al principal clérigo chiita de Bahréin, el jeque Isa Qasim, al despojarle de su ciudadanía, sin incurrir aparentemente en costos políticos significativos.
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El contexto general
La represión de la familia gobernante en Bahréin contra las manifestaciones generalizadas que exigen reformas no podría haber tenido éxito sin una convergencia de intereses entre Arabia Saudí – el principal protector de la familia gobernante – y las principales naciones occidentales, sobre todo Estados Unidos y Reino Unido. Por ejemplo, el último está involucrado seriamente en el sector de seguridad bahreiní, en términos tanto de entrenamiento como de ayuda en la recopilación de informes de inteligencia, y, por lo tanto, está involucrado directamente en la lucha contra la influencia de Irán en el país.
En cuanto a EEUU, sus fuertes lazos militares con Bahréin, como demuestra la ubicación de la quinta flota de la Armada estadounidense en el pequeño Estado del Golfo, se traduce en una política aparentemente perenne de apoyo a la “estabilidad” en el Reino, ignorando los costes políticos y de derechos humanos. En este caso, la estabilidad equivale a apoyar el statu quo, a pesar de los ocasionales comentarios con boca pequeña para pedir reformas en el país.
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La confluencia de estos intereses ha alterado a los diplomáticos de Irán, normalmente serios y sofisticados. Específicamente, la diplomacia iraní no ha conseguido aprovechar la visión generalmente comprensiva sobre la República Islámica que sostiene la oposición de Bahréin – liderada por los chiíes – y el movimiento de reforma en general. En lugar de pasar a la ofensiva – por ejemplo, tomando medidas para potenciar los llamamientos a la reforma – el Ministerio de Exteriores iraní suele estar a la defensiva, tratando de evitar las acusaciones de las autoridades bahreiníes.
El fracaso político de Irán en Bahréin también es un síntoma de las disputas y divisiones internas. Mientras que la administración del presidente Hassan Rouhani parece estar resignada al estatus quo en Bahréin, el Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) están dispuestos a intervenir con el fin de desestabilizar al clan Al-Khalifah.
Las autoridades bahreiníes anuncian con regularidad el desmantelamiento de células “terroristas” supuestamente vinculadas a Irán. Por su parte, los oficiales estadounidenses también ven una mano iraní en la aparición de redes militantes cada vez más sofisticadas en los márgenes del movimiento de reforma de Bahréin, mayoritariamente pacífico.
Independientemente de la verdad que haya detrás de estas alegaciones, está claro que Irán tiene pocas opciones viables en Bahréin más que ofrecer un apoyo básicamente retórico a los reformistas. Es un golpe amargo, ya que una retirada en los puntos sensibles de la región se traduce automáticamente en una victoria para Arabia Saudí.
Por lo tanto, Bahréin representa un acontecimiento extraño; el éxito de una política regional saudí. Sin embargo, este éxito tiene poco que ver con la capacidad política de Arabia Saudí; sino más bien con el hecho de que, por sus propias razones, Estados Unidos y Reino Unido están fuertemente comprometidos con el estatus quo de Bahréin.