El 45º presidente de los Estados Unidos no es precisamente conocido por su visión estratégica en ningún área del gobierno, salvo quizás como activista electoral. En el campo de los asuntos exteriores, se ha convertido en lo normal criticar la administración de Trump por su falta de visión, su arrogancia y por poner en peligro el orden internacional posterior a 1945.
Estas críticas tienen razón. Aunque sea imperfecto, un sistema basado en la cooperación internacional es mejor que otro modelo, y su ausencia lleva a una competencia nacionalista generalizada. Dicho de otra forma, existe el peligro que la ideología de “EE.UU. primero” de Trump sea el pistoletazo de salida para una carrera global hasta tocar fondo.
Sin embargo, hay dos áreas en las que el enfoque de Trump podría incluso considerarse astuto. Ambos tienen que ver con la relación de Estados Unidos con sus rivales estratégicos armados: Corea del Norte e Irán.
Corea del Norte: Disuasión estratégica
Empezando por Corea del Norte, cuando comenzó el mandato de Trump, el régimen totalitario de Kim Jong Un ya era miembro del club nuclear y, aunque aún no podía atacar directamente a EE.UU., estaba en camino de desarrollar esa capacidad, a pesar de los esfuerzos del gobierno de Obama por interrumpir y sabotear el programa.
En contraste con el comportamiento templado y mucho más predecible de Obama, Trump ha intensificado dramáticamente el lenguaje hostil. Insulta y amenaza al “Hombre Misil” – así llama a Kim – en Twitter mientras atesora más hardware militar en la región.
Sin duda, esta parece ser una situación aterradora, pero, como señaló Oliver Roeder, autor en FiveThirtyEight: “Las fanfarronadas de Trump podrían ser útiles, ya que no hay otra manera de que demuestre a Corea del Norte lo seriamente que se toma el detener sus amenazas de un ataque nuclear contra Estados Unidos.” Por lo tanto, podría decirse que Trump no sólo está jugando su mejor baza frente a Corea del Norte, sino que sus acciones coinciden con la clásica estrategia estadounidense de disuasión.
Irán: Cambio de regimen
Irán supone un tipo distinto de desafíos para la política exterior estadounidense. No es un Estado nuclear, pero es un rival estratégico capaz de perjudicar los intereses de EE.UU. en la región. Bajo las administraciones de Bush y Obama, Irán aprovechó las interrupciones en el orden regional – sobre todo a comienzos de la guerra de 2003 en Irak y de la oleada de levantamientos de 2011-12 en varios Estados árabes – para extender su influencia y/o desafiar la influencia de sus propios rivales regionales, principalmente Arabia Saudí.
Pero, mientras que el gobierno de Bush rechazaba un posible inicio de conversaciones con el gobierno iraní, tras los ataques terroristas del 11S, Obama acabó por firmar un pacto con Irán que supuso un avance en su búsqueda para conseguir un arma nuclear.
El Acuerdo Nuclear (oficialmente, el Plan de Acción Integral Conjunto, PAIC) impuso una serie muy restrictiva de medidas sobre la industria nuclear de Irán, entre ellas una supervisión independiente e integral, a cambio de aliviar algunas de las sanciones económicas más duras a las que estaba sujeto el país. Además, fue uno de los principales hitos de la política exterior de Obama y una parte central de la campaña de reelección del presidente iraní Hasan Rouhani en 2017, en la que vinculó el PAIC a sus promesas de reforma económica y desarrollo.
Sin embargo, Trump ha calificado el acuerdo como “el peor pacto de la historia”, y a menudo amenaza con acabar con él, aunque, en la práctica, su gobierno sigue respetándolo. A primera vista, este comportamiento es tan errático y aterrador como el de twittear sobre el “Hombre Misil”, y una causa significativa de consternación entre sus aliados y los iraníes.
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Pero puede que ahí esté su sentido. Al crear incertidumbre sobre el futuro del acuerdo, Trump añade una capa más de riesgo para toda empresa extranjera que quiera invertir en Irán. Esto, a su vez, significa que la prometida recuperación económica de Rouhani no puede producirse. En resumen, el comportamiento aparentemente infantil de Trump en cuanto a honrar el acuerdo nuclear de Obama tiene el efecto de extender las sanciones económicas impuestas sobre Irán, mientras que sigue en pie las rigurosas restricciones sobre el programa nuclear iraní.
Para estar seguros, existen muchos factores internos que podrían explicar por qué la recuperación económica de Irán se ha estancado. Pero, sin duda, el titubeo de Washington sobre las sanciones es una complicación y, por lo tanto, puede verse como un intento deliberado de perjudicar al actual gobierno iraní, una provocación potencial de los últimos levantamientos en el país.
Por supuesto, podría argumentarse que una desventaja de tal estrategia es que, al hundir al relativamente reformista Rouhani, Estados Unidos podría reforzar a los sectores iraníes más intransigentes, por ejemplo, a la Guardia Revolucionaria. Puede que sea así. Pero este resultado no tiene por qué contradecirse con los intereses estratégicos estadounidenses si comprendemos que lo que quiere Trump es un cambio de régimen en Teherán.
En pocas palabras, mientras que, con Obama, el acuerdo nuclear encaminó a Estados Unidos a acomodarse a un Irán no nuclear pero muy hostil, la estrategia de Trump pretende acabar totalmente con el régimen. Dicho de otra forma: Trump no quiere tener a Irán de “amienemigo”, quiere un Irán débil, inestable y a punto de colapsar (un punto de inflexión podría ser el fallecimiento del líder supremo, de 78 años).
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Riesgos
Por supuesto, ninguna de estas estrategias está libre de riesgos. Cualquier aumento de la tensión supone más posibilidades de incidentes o malentendidos. Por razones obvias, un incidente con una Corea del Norte nuclear sería catastrófico. Pero incluso un incidente con Irán – algo más probable, dada la proliferación de intereses tanto estadounidenses como iraníes en la región – podría derivar rápidamente en otra guerra en el Golfo.
Además, no hay nada que garantice el éxito de cualquiera de estos planes. Trump ya es el tercer presidente en lidiar con una Corea del Norte nuclear, y el séptimo en lanzarse dardos con una República Islámica hostil. Por lo tanto, está claro que, incluso aunque vaya en contra de la política americana y de los deseos del presidente, Estados Unidos casi siempre consigue mantener a raya a sus rivales.