El fin de semana del 4-5 de noviembre de 2017 fue muy agitado para Arabia Saudí; un misil de Yemen explotó en el aeropuerto de Riad y el vicegobernador de Asir murió en un accidente de helicóptero. No hay duda de que se trata de acontecimientos importantes, pero, por sí mismos, insuficiente como para dejar marcado ese fin de semana en la memoria colectiva. En cambio, será recordado en la historia saudí como el momento en el que la familia real empezó a destruirse a sí misma en público.
El primer indicio de la purga se dio el día 3 de noviembre, cuando las autoridades saudíes entregaron a la Interpol una lista de personas “buscadas.” En cuestión de horas, los medios saudíes informaron de detenciones en el país, aunque no se publicaron nombres. A medianoche, se cerró el área del aeropuerto de Riad reservada para jets privados y no se permitió la salida de ninguno. Al día siguiente, el rey Salman emitió una serie de órdenes que establecían un “comité supremo presidido por el príncipe heredero” con poderes draconianos para identificar y sancionar a cualquier sospechoso de estar involucrado en la corrupción pública. Entonces estalló la noticia: 11 príncipes – entre ellos varios nietos de Ibn Saud, el núcleo interno de la familia real – cuatro ministros en ejercicio y docenas de ex ministros y jefes militares habían sido detenidos y trasladados al hotel Ritz-Carlton de Riad. Se les pidió a los huéspedes que se marcharan y el hotel se convirtió en una prisión improvisada.
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Dado que el régimen saudí tiene un largo historial de reprimir a sus oponentes, este acontecimiento no fue del todo sorprendente, aunque tampoco era fácil de prever. En los meses anteriores, muchos intelectuales y líderes religiosos que se habían atrevido a pronunciarse o simplemente se habían mantenido en silencio respecto a temas sensibles como la guerra de Yemen y el bloqueo a Qatar ya habían sido detenidos y ridiculizados en público. El antiguo príncipe heredero, Muhammad Bin Nayef, lleva en arresto domiciliario desde que fue expulsado en un golpe en palacio el junio pasado; fue reemplazado por el hijo del rey, Mohammad Bin Salman. Durante los últimos tres años, al menos tres príncipes disidentes han sido secuestrados de Europa y devueltos a Arabia Saudí. Sus asociados también fueron detenidos en el Ritz. Otros, como el destacado periodista saudí Jamal Khashoggi, consiguieron huir al exilio.
Durante las primeras semanas tras las detenciones iniciales, el régimen logró controlar el flujo de información. Los agentes de seguridad saudíes – en los que no se podía confiar a la hora de ser intimidados o sobornados por los detenidos – se retiraron y fueron mercenarios los que llevaron a cabo las interrogaciones. A finales de noviembre, empezaron a filtrarse noticias sobre torturas a los detenidos. Un informe hablaba de un muerto por electrocución; Ali Bin Abdullah Al-Qahtani, ex secretario privado del príncipe Turki Bin Abdullah, fue asesinado el 23 de diciembre. El príncipe Turki, antiguo gobernador de Riad, fue uno de los protagonistas del escándalo de 1MDB.
A lo largo de diciembre algunos de los magnates fueron liberados, mientras que otros fueron detenidos. Abundaban historias sobre grandes sumas de dinero pagadas a cambio de la libertad: supuestamente, el jeque Saud Al-Daweesh, antiguo CEO de Saudi Telecoms Eng., pagó 800 millones de dólares y entregó las acciones de la compañía; el empresario etíope Mohammed Al-Amoudi, 4.000 millones; y el antiguo jefe de la Corte Real, Mohammed Al-Tobaishi, otros 4.000 millones.
El primer miembro de la familia real en ser liberado fue el príncipe Mutaib Bin Abdullah, hijo del difunto rey Abdullah. Hasta el momento de su detención, había dirigido la Guardia Nacional, el último centro de poder del país que no controlaba el nuevo príncipe heredero. El régimen afirmó que el príncipe Mutaib fue liberado tras aceptar el pago de 1.000 millones de dólares por sus acusaciones de corrupción. Sin embargo, fuentes cercanas al príncipe niegan que haya realizado ningún pago, y afirman que fue torturado y que le rompieron la nariz con un zapato. Parece que es posible que Mutaib no fuera liberado el primero porque hubiese pagado, sino por su influencia dentro de la familia real, junto a la ayuda de su hermano, Abdulaziz, que escapó a la purga y ahora se esconde en París, y porque el régimen temía que si Mutaib moría bajo custodia esto pudiera provocar una disputa de sangre.
El mayor alto cargo de los reclusos, el príncipe Walid Bin Talal, también fue – supuestamente – torturado. Para intentar que confesara, los saudís recurrieron a su ex mujer y a sus antiguos adversarios comerciales para que participaran en el proceso de interrogación. Fuentes que le vieron bajo detención afirman que Bin Talal había recibido un trato tan terrible que tuvo que recibir asistencia médica de emergencia tres veces. Para aumentar la presión, los saudíes le enseñaban fotos de su hija, la princesa Reem, esposada. Ella también fue detenida en el Ritz y, según varios informes, fue liberada tras acordar firmar una declaración jurada y jurar lealtad a Mohammad Bin Salman.
Cuando el blog Arab Digest publicó detalles sobre lo que sucedía dentro el Ritz, seguidos de una entrevista en directo en BBC Newsnight con el empresario canadiense Alan Bender – una de las personas que los saudíes habían trasladado para encarcelar – el príncipe Walid fue liberado de inmediato, pero no sin antes dar una curiosa entrevista en vídeo para Reuters. En el vídeo, un príncipe Walid esquelético, barbudo y nervioso denuncia los informes de la BBC como mentiras, e insiste en que había recibido un buen trato, mientras se pasea por una suite del Ritz bebiendo una lata de Pepsi y con sobres de mostaza y kétchup que muestra como pruebas.
Dado que el príncipe Walid Bin Talal es un obseso de la salud además de vegetariano, es decir, normalmente nunca comería condimentos ni bebería refrescos, parece que estaba usando estas pruebas para enviar una señal a la gente que le conoce bien, para que esta sepa que hablaba bajo coacción. Es una posibilidad que Reuters considera en su informe.
Su posterior liberación unas horas después subraya la fuerte sensibilidad del régimen frente a los medios occidentales y su miedo existencial a perder el apoyo político y económico de Occidente.
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El 11 de febrero, el hotel Ritz-Carlton de Riad reabrió sus puertas y los prisioneros restantes fueron trasladados a otras localizaciones. Quienes aún repruebas las demandas del príncipe – transferencias de activos extranjeros y confesiones grabadas suplicando el perdón y jurando lealtad – fueron enviados a la prisión de alta seguridad de Al-Ha’ir, en la capital saudí. Otros, los más obedientes o influyentes, como el príncipe Turki Bin Abdullah, fueron transferidos a residencias más lujosas en el barrio de Al-Nasriya, en Riad.
Aunque algunos magnates han vuelto a sus antiguos trabajos, está claro que el negocio no sigue como siempre. Muchos aún llevan etiquetas electrónicas, están bajo arresto domiciliario o deben tener una escolta policial las 24 horas del día, algo que antes era impensable para miembros tan importantes del régimen. Casi todos tienen prohibido viajar; es posible que el príncipe Walid Bin Talal, por ejemplo, nunca vuelva a tener permitido montarse en un avión o salir del país, excepto si es para firmar con sus activos extranjeros, y, en ese caso, sólo si Mohammad Bin Salman esté seguro de que va a volver.
Otros detenidos vieron hundida su reputación tras salir en libertad. El príncipe Muhammad Bin Nayef fue acusado de ser drogadicto poco después de ser liberado; los medios egipcios publicaron filtraciones sobre el mencionado Saud Al-Daweesh tras su liberación, mostrando fotos suyas en una fiesta sexual en Canadá. Según las filtraciones, violó a una prostituta búlgara en un hotel canadiense y luego intentó sobornar a varios oficiales canadienses anónimos para librar de problemas a su hijo, Majed, a quien se ve disfrutando de la compañía de una drag queen libanesa, después de que fuese sorprendido contactando con un medio de comunicación de Al-Qaeda.
El impacto de la represión contra la familia real ha sido devastador, y ha convertido a muchos de los supuestos aliados del príncipe heredero en enemigos de por vida. Ya que Arabia Saudí tiene una cultura vengativa – el rey Faisal fue asesinado en 1975 por un primo por venganza – existe el peligro de que algún miembro de la familia intente asesinar a Mohammad Bin Salman. Sin preparación para tal acontecimiento, la familia real fue tomada por sorpresa y, hasta ahora, su reacción ha estado mal planificada. Sin embargo, muchos príncipes lograron escapar al extranjero, así que sólo es cuestión de tiempo que embarquen en un intento más cuidadosamente orquestado para contraatacar.
El impacto de la purga en las calles saudíes es difícil de evaluar – como siempre sucede con la opinión pública saudí – pero las redes sociales nos pueden hacer una idea. Pocos dudan que los saudíes comunes apoyen un enfoque potente hacia la corrupción, pero, al mismo tiempo, tienen poca fe en que el príncipe heredero esté actuando con intenciones genuinas. En parte, esto se debe a cómo se ha llevado a cabo la purga; el régimen prometió un proceso judicial completo y transparente y procesos criminales cuando, en realidad, nada de eso se ha producido y toda la operación se ha ejecutado en con secretismo. No se han presentado cargos, no se ha publicado una lista de detenidos y no ha habido ningún indicio de lo que podría describirse como un proceso legal normal. Aunque el fiscal general saudí habló de “un gran número de pruebas”, no se ha visto ningún. Tampoco ha quedado claro por qué se necesitaba un nuevo comité anti corrupción, dado que ya se había establecido otro bajo el mandato del difunto rey Abdullah.Además, el propio Bin Salman y sus aliados más cercanos son conocidos por ser, como mínimo, tan corruptos como los magnates del Ritz. Se dice que ha ofrecido a Kim Kardashian millones para que pasara la noche con él, y que – con mucha arrogancia – ha hacho compras extravagantes, como un castillo en Francia o un cuadro de Leonardo Da Vinci, todo esto mientras se producía la purga. Una carta escrita en 2015 por un príncipe saudí anónimo tachaba a Bin Salman de “ladrón, corrupto, destructor de la nación”, y le acusaba a él y a sus hermanos de malversar cientos de miles de millones de riales.
La purga también ha desencadenado una considerable incertidumbre entre los inversores en Arabia Saudí, un enorme problema, ya que la inversión extranjera es de extrema necesidad tanto para Visión 2030 como para la entrada de Aramco en la bolsa de valores. Visión 2030 pretende convertir al sector privado ajeno al petróleo en el motor de la economía, pero la purga ha debilitado las expectativas de la participación nacional e internacional en el sector privado, lo que a su vez significará una mayor factura para el gobierno, aumentando las posibilidades de que el país vaya a la quiebra.
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La fuga de capitales de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin se habrá acelerado, incluso en los bancos qataríes, y el capital y los activos incautados en el Ritz no bastarán para compensar. En noviembre, los oficiales saudíes declararon que esperaban sacar 100.000 millones de dólares de la purga, pero, desde entonces, esta cifra se ha reducido constantemente hasta llegar a los 13.300 millones, lo que equivale, según observó hace poco Ambrose Carey, a un pequeño movimiento del precio del petróleo.
Y hay otro problema: la consolidación despiadada del poder de Mohammad Bin Salman no es adecuada para los cambios radicales en el Reino que tiene planeados. Un hombre no puede simplemente tener banda ancha para navegar por todos los problemas a los que se enfrenta Arabia Saudí: las reformas sociales, la salida a bolsa de Aramco, el establecimiento de nuevas ciudades, la guerra de Yemen, el bloqueo de Qatar, la estrategia del mercado del petróleo, etcétera. Es demasiado, lo cual hace que los inversores extranjeros y el pueblo saudí se pregunten cómo y cuándo fracasará, y sobre todo, qué pasará después.
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