Una incursión militar en las llanuras del Sinjar ordenada por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para reducir a los rebeldes kurdos del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) ha reavivado viejas tensiones y ha suscitado nuevas preguntas respecto a la asociación de Turquía con sus vecinos árabes.
“Dijimos que entraríamos en Sinjar”, dijo Erdogan el domingo a la comunidad turca de Trabzon. “Ya han comenzado las operaciones.” La confianza de Turquía no consiguió convencer a los oficiales de Bagdad. Bajo la fachada de que “todo está bajo control”, el Comando de Operaciones Conjuntas de Irak (JOC) aseguró a los analistas que ninguna tropa extranjera había entrado en el país, contradiciendo las declaraciones de Erdogan en Trabzon. “No hay ninguna razón para que las tropas crucen la frontera iraquí”, insistió el JOC.
El principal objetivo de la incursión Turquía es erradicar los restos del terrorismo del PKK y sus enclaves rebeldes. Hoy, representantes de ambos Estados se han reunido en Ankara para debatir sobre este tema.
La semana pasada, el último episodio del avance militar turco y su entrada en la ciudad de Afrín, al norte de Siria, representan los dos puntos que unirán los analistas ansiosos por comprender la lógica de estos acontecimientos.
La necesidad de Erdogan de frenar el impulso expansionista de los rebeldes del PKK en Afrín y, ahora, en Sinjar, es lo que tienen en común ambas operaciones, aunque desentona claramente con la renuencia de Turquía a unirse a la coalición anti Daesh liderada por Washington. La autorización propia para realizar más operaciones militares es la ruta que ha escogido Turquía para defenderse ante el PKK y los aliados del partido confederal de los rebeldes kurdos en Siria, el PYD. La protección de la minoría kurda de Irak, la comunidad Yazidi, ha sido lo que ha permitido a estos grupos asentarse de forma más permanente en zonas que ayudaron a liberar.
Las maniobras de política exterior de Turquía reflejan un enfoque indeciso y, como mucho, adaptativo. El asedio de Kobani por parte del grupo terrorista que unificó a las fuerzas kurdas rebeldes fue una situación que se repitió meses después en Sinjar, cuando la peshmerga kurda contó con la ayuda del PKK para expulsar al Daesh. Desde que se recuperara la ciudad en 2015, Sinjar estuvo en manos de las fuerzas peshmerga, hasta que las fuerzas iraquíes se hicieron con Kirkuk y las llanuras circundantes tras la caída producida tras el referéndum a finales del año pasado.
Las políticas vacilantes adoptadas por el gobierno de Erdogan priorizan la erradicación del PKK, pero sólo son efectivas cuando se combinan con el atrincheramiento militar de las fuerzas turcas en la región. El precio es alto, pero gratificante, al menos en lo que concierne a Turquía a la hora de referirse al progreso que ha conseguido en sus tres décadas de batalla con los kurdos de la región.
El derrumbe de la autoridad estatal y de las instituciones en los países vecinos de Irak y Siria ha permitido que estos grupos se hagan más fuertes, pero ha llegado la hora de que Turquía haga lo que considere necesario.
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Se teme que Mosul sea el próximo lugar en el que Turquía proyecte su influencia con medios militares. El despertar kurdo transnacional post-2003 es el razonamiento que el gobierno en Ankara ha utilizado para reforzar sus capacidades militares. Pero no es el único. Los fracasos y la falta de acción de Bagdad a la hora de expulsar a los guerrilleros kurdos de las provincias del norte es un motivo que suelen citar las fuerzas extranjeras para justificar su acción militar.
En este tema, Bagdad está en la cuerda floja, ya que, por una parte, ha construido una asociación estratégica con Turquía mientras que, por otra, no se muerde la lengua al acusar al país de invadir territorios de forma ilegal. Sin embargo, esta vez la retórica de Bagdad se ha suavizado para no acusar a Erdogan de allanamiento.
Desde entonces, la historia de Sinjar ha evolucionado; el primer ministro iraquí, Haider Al-Abadi, ha desplegado a brigadas del ejército para remplazar a los combatientes del PKK.
Muchos predicen que Turquía invocará al fantasma del pasado de Mosul, soñando con su intervención contra las unidades de las milicias apoyadas por Irán, pero “la sangre y el fuego” con los que los enemigos sectarios inundarían la región – tal y como dijo Erdogan en octubre de 2016 – ha inspirado palabras emocionantes, pero no acciones militares. Turquía ha escogido a su gusto a sus enemigos, y así podría conseguir ganancias a corto plazo, pero también podría costarle ciertos aliados.
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Turquía ha hecho bien en eludir las balas hostiles que los analistas y los simpatizantes kurdos de Turquía les han disparado debido a las políticas de Ankara respecto a las fuerzas regionales kurdas. Si algo nos ha demostrado esta última década es que las victorias militares – ya sean de EEUU, Irán o Turquía – son efímeras si no se ganan al pueblo.
La elección de Turquía no se decidirá de forma independiente, sino que contará con la información de los maestros del ajedrez regional y de cómo lidiarán con las facciones a las que se opone Ankara, que están empeñadas en crear una política kurda independiente. Sin duda, las contradicciones abundan en las incursiones militares de Turquía en Irak y Siria.