En los círculos diplomáticos, el lenguaje apenas cambia de una situación a otra. Las únicas situaciones que aportan cierto contexto son en las que se hacen acusaciones contra distintos partidos políticos, en las que siempre se ignoran las alegaciones de violencia para conservar la impunidad de todos los agresores. La última sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (UNHRC), en la que se aprobaron cinco resoluciones contra Israel, supone un ejemplo de cómo la retórica se ha degenerado hasta el punto de no existir ninguna coherencia entre las violaciones contra los derechos humanos y las condenas por ello. Es una retórica irresponsable.
Según el portavoz del ministerio de Exteriores israelí, Emmanuel Nahshon, el UNHRC está “manipulado por dictaduras sedientas de sangre que intentan esconder sus violaciones contra los derechos humanos atacando a Israel.” La embajadora de EEUU en la ONU, Nikki Haley, demostró su devoción hacia el Estado sionista al insistir en que “la paciencia de Washington no es ilimitado. Los sucesos de hoy dejan claro que la organización carece de la credibilidad que necesita para ser una verdadera defensora de los derechos humanos.” Esto no tiene ningún sentido.
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El contexto que han ofrecido Nahshon y Haley refleja la impunidad que disfruta Israel. La realidad es que la marca de Israel es la violencia que emplea contra los palestinos, y no existe ninguna razón por la que no debería formar parte de la lista del UNHRC.
Lo que sorprende no es la yuxtaposición de las violaciones israelíes de los derechos humanos frente a las de otros países, sino la respuesta pasiva de la comunidad internacional ante las acciones de Israel. Las resoluciones son inútiles; Israel y la comunidad internacional lo saben perfectamente. Aun así, la farsa instigada por la comunidad internacional mediante estas declaraciones mantiene a los palestinos envueltos en un círculo abuso, digno sólo de una retórica repetitiva que provoca una ira momentánea que acaba por caer en el olvido.
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Cabe destacar al portavoz de la Autoridad Palestina, Yusuf al-Mahmoud, cuyas palabras, recogidas por el Times of Israel, alabaron a los países que votaron a favor de las resoluciones del UNHRC “por su capacidad de mantenerse firmes ante la injusticia, la arrogancia y la ocupación, y de rechazar las amenazas y la coacción.”
Los países a los que alaba tan efusivamente apenas han actuado para cumplir con las medidas que requieren de su mínimo esfuerzo; al fin y al cabo, las palabras son baratas. Sin embargo, es un “lenguaje de amenazas y coacción” que requiere de una mayor disección cuando se aplica al historial de la AP de retórica que invita a la violencia contra los palestinos.
Unos pocos días después de la aprobación de las resoluciones del UNHRC, el líder de la AP, Mahmoud Abbas, declaró en una conferencia de prensa en Ramalá, a la que atendió el presidente búlgaro, Rumen Radev, que la AP “nunca había rechazado las negociaciones políticas con Israel.” Abbas también insistió en que “no aceptará soluciones fuera del marco de la legitimidad internacional”.
Las ramificaciones de la “legitimidad internacional” deberían considerarse parte del “lenguaje de amenazas y coacción”. Al conservar paradigmas obsoletos e instituciones que otorgan legitimidad a Israel, a expensas del desalojo de los palestinos, Abbas está permitiendo la violencia contra la sociedad palestina. Por lo tanto, las declaraciones de Yusuf Al-Mahmoud reflejan la perpetua disonancia que se produce cuando los protagonistas políticos hablan de la violencia sufrida por los palestinos, ya que son ellos mismos quienes colaboran en la eliminación de Palestina y de su pueblo.