No hay ninguna duda sobre la importancia de la pacífica Marcha del Gran Retorno, que comenzó en Gaza el viernes y durante la cual fueron asesinados 17 palestinos y otros cientos resultaron heridos por el ejército israelí y sus francotiradores. El hecho de que Israel sintiera la necesidad de recurrir a la violencia para responder a una resistencia pacífica refleja su brutalidad innata.
Esta masacre gratuita representa un punto de inflexión, ya que incluso a los más acérrimos del Estado sionista les cuesta encontrar palabras para justificar lo sucedido cuando miles de palestinos se movilizaron marchando hacia la patria que les robó en 1948 el ya denominado “terrorismo judío.”
Israel no quiere que el mundo sepa que la ONU reconoció hace décadas que, bajo las leyes internacionales, los palestinos tienen todo el derecho a regresar a su patria. El viernes, los propios palestinos adoptaron una resistencia pacífica al estilo de Gandhi para reclamar esto.
A pesar de que varios grupos de lobbies pro-israelíes de Reino Unido intentaran involucrar a los “terroristas” de Hamas como los organizadores de la marcha, en realidad se trataba de una iniciativa de base que contó con el apoyo de todas las facciones palestinas, incluidas Hamas, Fatah, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y la Yihad Islámica. Aunque se espera que las manifestaciones en Gaza continúen diariamente hasta el 15 de mayo – el 70 aniversario de la Naqba, la Catástrofe de la creación del estado de Israel – el mensaje está muy claro: los palestinos tienen el derecho legítimo a regresar a su territorio de antes del 1948.
Sin embargo, la respuesta a esta demostración de poder del pueblo ha sido impactante, incluso dentro de los brutales estándares de Israel; el cuarto ejército más grande del mundo asesinó a 17 palestinos e hirió a otros 1.600, entre ellos 150 niños. Las llamadas “Fuerzas de Defensa israelíes” – un nombre algo inapropiado – fueron incapaces de silenciar los gritos que pedían que se implemente el derecho a regresar. En cambio, las FDI han provocado un incendio que seguirá ardiendo durante otras seis semanas, como mínimo.
Esto es un desastre para las relaciones públicas de Israel. Los medios globales se aglomeraron en Gaza para documentar el comienzo de la manifestación pacífica. Mientras sus lentes escaneaban la multitud, los fotógrafos buscaban a combatientes de la resistencia armada; una imagen de un militante de Hamas usando a niños como escudo humano; o incluso a alguien alzando un arma. Pero, en realidad, ni siquiera se alzaron banderas de Hamas; todo aquel que ondeaba una bandera palestina lo hacía con orgullo.
La mañana del sábado, el australiano Mark Regev intentó defender lo indefendible. El embajador de Israel en Londres habló sobre la violencia de Hamas, la incitación y la amenaza que supone para los israelíes, lo que obligó a las FDI a responder de ese modo. Todo sonaba muy convincente en la radio, pero las noticias de la televisión, YouTube y las imágenes difundidas en las redes sociales reflejaban algo totalmente distinto. El jefe de propaganda de Israel no sólo estaba ocultando la verdad, sino que la había retorcido hasta romperla; en resumen, Regev insultó a la inteligencia de quienes tuvieron la mala suerte de escucharle.
Toda la violencia del viernes surgió del lado israelí de la frontera, lo que los palestinos llaman la Palestina ocupada en 1948. Una mezcla mortal de francotiradores, soldados y, sí, vehículos armados aguardaban a atacar a hombres, mujeres y niños indefensos. Probablemente es la primera vez que se produce algo así en términos de derechos civiles desde la infame masacre de Sharpeville en la Sudáfrica del apartheid.
La mañana del 21 de marzo de 1960, miles de sudafricanos se congregaron en un campo cercano a la comisaría de Sharpeville para protestar contra las leyes racistas. Cantaron canciones de libertad y gritaron lemas como “Izwe lethu” (nuestra tierra); “Awaphele amapasti” (Abajo con las leyes); “Sobukwe Sikhokhele” (líbranos, [disidente político Robert] Sobukwe); y “Hacia la Independencia, Mañana Seremos los Estados Unidos de África.”
Cuando llegaron a la comisaría, se inició una pequeña pelea cerca de la entrada. Un policía cayó empujado – por accidente, según insistieron los manifestantes – y la multitud de 5.000 personas se echó hacia delante para observar lo sucedido. Sin previo aviso, 300 agentes de la policía abrieron fuego y dispararon durante unos dos minutos. Según la investigación oficial, 69 personas fueron asesinadas y 180 fueron heridas de gravedad.
Adoptando lo que ahora puede llamarse la “postura de Regev” para defender el apartheid de Israel, la política del apartheid sudafricano afirmó que estaban en peligro inminente, ya que los manifestantes les estaban arrojando piedras. Sin embargo, según los informes, sólo tres policías fueron alcanzados con piedras mientras que más de 200 civiles sudafricanos recibieron disparos a sangre fría. La policía también afirmó que los manifestantes tenían “armas peligrosas”. No había armas. En cuestión de horas – recordemos que aún no existía internet ni las redes sociales – el nombre de Sharpeville y la masacre recorrían el mundo, y las mentiras de la policía quedaron expuestas, al igual que las mentiras de Regev han quedado expuestas este fin de semana.
El viernes sangriento en Gaza ha sido la masacre de Sharpeville de los palestinos a manos de sus opresores, y las seis semanas que se avecinan podrían ser un punto de inflexión para los 70 años de injusticia que han sufrido. El mundo se quedó mirando mientras Israel desataba sus armas contra los manifestantes pacíficos. El secretario general de la ONU y varias ONGS han expresado su indignación, con razón, al igual que la influyente organización judía de EEUU, Jewish Voices for Peace.
La comparación con Sharpeville ha impulsado en Sudáfrica a los grupos solidarios con Palestina, incluida la campaña de Boicot, Desinversiones y Sancione (BDS), a pedir a su gobierno que implemente inmediatamente la resolución del ANC para exigir la “degradación inmediata e incondicional de la embajada sudafricana en Israel a una mera oficina de enlace”. Grupos similares de todo el mundo piden que Israel sea responsabilizado por su respuesta desproporcionada a una manifestación pacífica.
Entre las víctimas del viernes se encontraba el artista Mohamed Abu Nmr, de 26 años, que, 24 horas antes, había creado una escultura de arena en la playa de Gaza que decía: “voy a volver.” El acto de resistencia del joven artista no caerá en el olvido, pero debemos recordar que no murió luchando. No llevaba armas. No hubo ningún enfrentamiento. Le dispararon sin previo aviso porque se atrevió a participar en una protesta pacífica para exigir a sus opresores la recuperación de su tierra.
PHOTO: On the left is Mohamed Abu Nmr, who sculpted the words "I am returning" on the Gaza beach yesterday. Today, Israeli forces killed him as he participated in the #GreatReturnMarch, where Palestinian refugees call for return to the lands they were expelled from in 1948 pic.twitter.com/xmDhnJJmN2
— The IMEU (@theIMEU) March 30, 2018
Los palestinos tienen a la ley de su parte; su derecho a regresar es un derecho individual de todos ellos, y no puede negociarse con terceras partes, independientemente de cuáles sean. También tienen el derecho legítimo a resistir a la brutal ocupación militar de Israel, y, una vez que termine el periodo de luto, volverán a protestar con más determinación que nunca. Israel ha cruzado una línea roja; al igual que el apartheid de Sudáfrica y Sharpeville, los ataques israelíes contra los palestinos desarmados están empezando a acumularse y a inclinar la balanza hacia el inevitable día de ajuste de cuentas con el Estado. Si hay algo que Israel y sus “Fuerzas de Defensa” no pueden controlar, es la resistencia pacífica.