Todos nos preguntábamos quién soltaría antes la cuerda, la UE o Turquía. El lunes, en Varna, ambas la sujetaron con fuerza. Aunque los líderes de Austria, Holanda y otros oponentes a la membresía de Turquía sugirieron la idea de ofrecer al gobierno en Ankara una categoría de miembro de segunda clase, o un modelo como el del Reino Unido post Brexit, cabe destacar que tanto los líderes de la UE como el presidente turco Recep Tayyip Erdogan reconfirmaran la membresía total en la Unión Europea como el objetivo del proceso.
Debido a las señales confusas de los líderes de la UE, nadie esperaba grandes resultados de la cumbre. Sin embargo, sólo el hecho de que se celebrara una cumbre Turquía-UE ya fue un triunfo. Tras la reunión en Bruselas hace un año, donde se congregaron los líderes de la UE y el presidente turco, mucha gente aguantó la respiración durante la conferencia de prensa.
Ambas partes fueron sinceras y honestas la una con la otra; Erdogan pidió un enfoque justo y equilibrado y expresó su decepción por el infinito proceso para formar parte de la UE. El líder turco describió esta reunión como un paso hacia adelante y expresó su esperanza en haber dejado atrás un periodo difícil. Donald Tursk, el presidente del Consejo Europeo, y Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, ofrecieron sus críticas y sus preocupaciones frente a las cámaras, apreciando el papel de Turquía a la hora de lidiar con la crisis de refugiados. Esta puesta a punto de los líderes no eclipsó el espíritu de la atmósfera política actual. El nuevo orden mundial de Trump se basa en la tensión y en cambios políticos repentinos; podemos olvidarnos de ver mensajes de 280 caracteres en Twitter con buena intención. Rusia, mientras tanto, se arriesga y avanza en todas direcciones, dentro de lo que pueda permitirle su economía y su capacidad militar.
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Después más de 60 años de relación, Turquía y Europa siguen en pie. Este es el principal resultado de la cumbre. Si la racionalidad y la habilidad política de los líderes jugaron un papel importante en este resultado, el poder y la magnitud de las relaciones entre Turquía y la UE, tanto en el ámbito político como en el social, es el segundo factor más importante. A pesar de la aparente renuncia de ambas partes a continuar una relación inestable, nadie está dispuesto a levantar el puente levadizo todavía.
Sin duda, el tema principal de la cumbre del lunes fue el acuerdo de inmigración irregular entre Turquía y la UE, casi dos años después de la propuesta de refugiados de Ankara. Al entonces primer ministro, Ahmet Davutoğlu, se le ocurrió una innovación política para la cumbre de la UE con el objetivo de frenar la llegada de refugiados a través del mar Egeo. En los pasillos de la UE se cuestionó incluso el futuro de las fronteras abiertas de Schengen. Si la llegada de refugiados no se ralentizaba, se esperaba la reinstalación de las fronteras cerradas. Turquía aceptó el regreso de todos los refugiados que habían cruzado sus fronteras y propuso enviar a un sirio de Turquía por cada nueva persona que entrar en su territorio. De repente, el flujo incontrolable se detuvo. Tan sólo unos días después de la instalación del nuevo proceso, la inmigración cayó en un 97%. Fue el poder de la diplomacia, la innovación política y la asociación Turquía-UE lo que impidió lo que no consiguieron frenar los buques de guerra y la vigilancia por satélite.
A cambio, la UE prometió que los viajes de exención de visado para los ciudadanos turcos serían una realidad a finales de junio de 2016, y que 6.000 millones de euros ayudarían a aliviar la tremenda carga de Turquía de cuidar a los refugiados. Se ha pagado casi un tercio, pero el saldo espera la aprobación de la UE y la presentación de los proyectos turcos. Además, la UE aún no ha tomado ninguna medida respecto a los viajes sin visado, el elemento principal del acuerdo para Ankara. La UE ya ha conseguido lo que quería; no hay masas de refugiados en Turquía esperando a cruzar a Grecia o Bulgaria, por lo que el gobierno de Erdogan no debe permitir que los europeos olviden su promesa. El gobierno turco aún tiene que tomar algunas medidas para rematar los aspectos técnicos de la liberación de visados, pero no son verdaderos obstáculos para la implementación final del proceso, siempre y cuando Bruselas disponga de la voluntad política necesaria.
Como era de esperar, los señores Tusk y Juncker sacaron el tema de Chipre en reunión y en la conferencia de prensa. Los ojos de Tusk no se despegaron de su comunicado a medida que lo leía; sin duda, se había redactado en Bruselas, no en Varna. Las operaciones petrolíferas son inaceptables para Turquía, a menos que se llegue a un acuerdo integral en Chipre mediante negociaciones bajo el mandato de la ONU. La UE reconoce el tremendo error que fue introducir Chipre sin contar con una solución política.
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Como dijo el presidente Erdogan durante la conferencia de prensa, Turquía llevó un documento con una propuesta a la cumbre. El documento incluía la celebración bianual de cumbres, lo cual ya se acordó el 18 de marzo de 2016; la continuación de las negociaciones; un programa de ayuda humanitaria; la aceleración de la ayuda financiera a los refugiados; y la renovación de la Unión Aduanera, entre otros temas. Más allá de la respuesta de la UE, este documento refleja la intención de Ankara de mantener el diálogo y la comunicación en lugar de sólo utilizar la cumbre para dar imagen.
Durante el intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016, los países de la UE se mostraron reacios a respaldar a la democracia turca. Aunque las instituciones de la UE fueron claras al condenar de inmediato el golpe de Estado, el verdadero problema radicaba en los gobiernos nacionales de Europa. Los responsables del golpe y sus partidarios encontraron refugios seguros en el continente. Durante la última campaña electoral de Turquía, Europa impuso prohibiciones sobre la élite del Partido AK, el del presidente Erdogan, que no pudo convocar reuniones de partido ni videoconferencias con comunidades turcas expatriadas. Sin embargo, los miembros del terrorista PKK tuvieron libertad para propagar su campaña contra el presidente electo.
A la UE le preocupa la respuesta del gobierno turco al golpe de Estado, por ejemplo, los procedimientos usados durante el estado de emergencia, el estado de derecho, la libertad de expresión y las operaciones militares en Siria. Puede que haya aspectos en común en algunos de estos temas, pero, para progresar, lo mejor es hablar cara a cara, en lugar de convertir a Turquía en una cuestión electoral e intentar arrinconarla. Los países de la UE deberían tener suficiente experiencia como para saber que esa estrategia no funciona.
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Turquía se ha enfrentado a un entorno de seguridad muy turbulento a lo largo de los dos últimos años. En la frontera sur, no existe un Estado funcional en Siria; hasta la operación Afrín y la Operación Escudo del Éufrates, las ciudades turcas eran atacadas por misiles del Daesh y del PKK/YPG kurdo. Las infiltraciones terroristas no sólo amenazaban la vida diaria de los ciudadanos turcos, sino también a toda la economía. Además, el golpe de Estado fallido supuso un trauma para el pueblo turco, ya que el propio ejército del país atacó a sus ciudadanos, asesinando a cientos. La gente de las calles aún pregunta, con razón, cuánta solidaridad demostraron sus aliados. El enfoque antiterrorista selectivo ha dañado la credibilidad de la UE.
Turquía salvó a la UE con un acuerdo de refugiados; ahora le toca a la unión continuar el proceso de la membresía de Turquía y cumplir con su promesa de implementar viajes sin visado. Aunque no sirva de mucho, los líderes sonreían en la rueda de prensa. Deben haberse dado cuenta de que, en momentos irracionales, lo mejor es ser racional.