El 31 de marzo de 2004, la ocupación americana de Irak cumplió un año. Esta fecha también marcó el comienzo del capítulo más espeluznante de la estancia indeseada de Estados Unidos en Faluya.
El ocupante de Irak consideró justificada su entrada en la ciudad tras el asesinato de cuatro mercenarios de Blackwater a manos de miembros de la resistencia iraquí, que afirmaron que fue en defensa propia ante la agresión despiadada de las tropas de ocupación. Los cuerpos del personal de seguridad fueron mutilados y exhibidos sobre el Río Éufrates para que el mundo los viese, recordando al infame incidente de Mogadiscio, en el que el cadáver de un soldado estadounidense fue mutilado y arrastrado por el polvo de Somalia. El principal administrador de la ocupación, Paul Bremer, describió a los responsables como “chacales humanos”, indignado por la barbaridad que eran capaces de demostrar. La emboscada se utilizó para reinventar la versión que se contaba sobre la intervención para eliminar el derecho del pueblo iraquí a la autodefensa.
“Misión cumplida”, anunció ese mismo día el presidente Bush frente cámaras de todo el mundo; sin embargo, fuera de las pantallas, Faluya empezó a convertirse en el escenario de la fiera resistencia que Estados Unidos había prometido aplastar.
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La Operación Resolución Vigilante – como se recuerda – prometió pacificar a la población a toda costa, pero pocos anticiparon su finalización prematura; el día 1 de mayo de 2004. La guerra de palabras librada más allá de estos campos de batalla era necesaria para respaldar la afirmación ficticia de que la población civil de Faluya eran “acérrimos” partidarios de Baath, “saddamitas” y muyahidines. Todo esto, junto a la descripción moralista de los acontecimientos como una “lucha entre la dignidad humana y la barbarie” que pronunció Bremer, no logró facilitar para EEUU la eliminación y aprehensión de los combatientes de la resistencia.
Fue una pesadilla en bucle que superó incluso los estándares de violencia y gore de Hollywood; el infierno en la tierra, según los militares de la armada cuyas cuentas son fácilmente accesibles para la lectura pública. Una batalla “sin un paralelo fácil de encontrar en la historia militar de Estados Unidos”, según lo describió el historiador estadounidense Jonathan Keiler.
Se tomaron posiciones el 2 de abril y, dos días después, los marines de EEUU entraron en la ciudad, a la que aislaron el 4 de abril. “Había transcurrido un año y, a medida que el caos se extendió a más provincias, las armas ligeras se hicieron más accesibles para todo el mundo”, recuerda Mustafa Al-Hamid, un abogado y periodista iraquí que vivió ambas batallas de Faluya en abril y noviembre de 2004. La identidad de los soldados era desconocida para los ciudadanos de la ciudad, quienes usaron el término ‘ashb’aah’, “fantasmas”, para describir las guerrillas.Owen West, ex marine de los EEUU convertido en asesor de un batallón de infantería iraquí, comparó el hermanamiento de los soldados de infantería y los vehículos armados mientras atravesaban Faluya a “dar un paseo vespertino en un barrio peligroso con un tiranosaurio rex”; es una metáfora que captura en pocas palabras el terror que implantó Estados Unidos en Faluya.
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La resistencia en Faluya se enfrentó a “dos batallones de marines que asaltaron la ciudad durante unos 9 días, y que después mantuvieron posiciones estáticas durante otro mes”, señaló el marine estadounidense Ross Caputi. Para los historiadores y analistas, las energías imperialistas que se gastaron crecieron análogamente a la ofensiva del Tet de 1968 en Vietnam y la primera batalla de Grozny, en Chechenia, contra el ejército ruso. Las lecciones aprendidas se ignoraron y los “ataques aéreos y con francotiradores causaron mayoritariamente víctimas civiles”, contó Caputi a MEMO. Después, añadió por e-mail, a los hombres en edad militar no se les permitió salir de la ciudad, y la mayoría de los residentes se dedicaron a esperar en sus casas durante el asedio.
La mayor expresión de castigo colectivo fue lo que en la jerga militar estadounidense se llama “pastel de boda” de aviones apilados; esto se hizo especialmente notable durante la segunda batalla de Faluya, en la Operación Furia Fantasma. EEUU se negó a reconocer que muchas personas en Faluya condenaban los métodos utilizados por la resistencia, pero no pudieron renunciar a su derecho a defenderse ante los agresores externos.
Hamdi habló de tácticas inmorales, entre ellas la militarización de mezquitas, cuyos minaretes fueron ocupados por francotiradores. “Mi vecino era un anciano de unos 70 años,” explica. “Asomó la cabeza desde su casa para ver lo que estaba sucediendo, y un francotirador situado en el minarete de la mezquita de Abdulaziz le disparó en el ojo derecho”.
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Aunque los expertos estadounidenses señalaron el incidente de Blackwater como la chispa que inició las hostilidades, los supervivientes hablan sobre levantamientos anteriores en ciudades del oeste desde el 9 de abril de 2003. La fuerza de armas o “lucha inteligente”, como se describió el modelo hace 14 años, fue la manera de EEUU de responder a las manifestaciones pacíficas en Faluya y Ramadi. Así es como lo recuerda Naji Harraj. Recopiló la documentación más antigua sobre las violaciones contra los derechos humanos que sufrieron estudiantes desarmados en el centro y el oeste de Irak.
Según Hamid, Estados Unidos estableció una base en una de las escuelas cercanas a Hai Al-Nazzal: “La base no estaba lejos de mi casa”. El consejo local de Faluya, que había asumido la tutela de la ciudad, presentó una solicitud oficial pidiendo la retirada de las tropas. “La ignoraron”, cuenta Hamid. “Se estudió la solicitud, y EEUU sabía qué segmentos de nuestra sociedad aceptarían su presencia y cuáles resistirán a ella”.
La obstinada resistencia que recibió a las tropas estadounidenses en zonas denominadas como “el triángulo sunní de la muerte” sugiere, según argumenta Hamid, “que sólo existía una ruta hacia la democracia: la violencia”. Recuerda la violencia obligatoria con la que actuaban los americanos. “Una familia de cuatro quedó reducida a dos después de que un francotirador disparara a Rasool, de 10 años, y a su hermana, Rusoul, de 13, aunque las banderas blancas que ondeaba la familia se veían claramente”.
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La Muqawamah (“resistencia”) organizó una lucha formidable que asumió las lecciones de las experiencias de combate aplicadas por los EEUU post II Guerra Mundial en Faluya. Las tropas estadounidenses lamentaban que el enemigo no se sintiera inferior ni restringido por la ventaja del ejército ocupante. La camarilla de guerrillero y de generales militares iraquíes formaron la resistencia ganaron notoriedad por estrategias que reflejaron las limitaciones del armamento superior en entornos urbanos, donde las batallas callejeras se limitaban a estrechos callejones. La frecuencia de los atropellos y fuga inmediatas se mantuvo constante incluso después de la confiscación de vehículos y motos.
Pocos conocen el hecho de que la conducta militar de los Estados Unidos socavó su propio modelo sectario en Irak cuando el comandante de la milicia Mehdi, convertido en “líder moderado”, Muqtada Al-Sadr, proporcionó refuerzos enviando un pequeño contingente de combatientes, armas, alimentos y ayuda. La falta de preocupación por las vidas civiles y la arquitectura acaba con la fachada de una estrategia estadounidense que puso el cartel de “enemigo potencial” sobre la cabeza de cada civil; a las facciones de la resistencia no les quedó otra opción más que unificarse. Lo hicieron, aunque temporalmente, para evitar la ruptura de su país.
Un mensaje desclasificado emitido por los invasores administrativos de Irak el 8 de mayo de 2004 admitió en secreto que la ofensiva estadounidense de abril supuso una gran hazaña desde el punto de vista iraquí: “los insurgentes y los nacionalistas árabes consideraron la situación como una gran victoria”. Un nombre anónimo informó al director de asuntos exteriores de CPA, Ronald Neumann, de que Faluya no tenía miedo y de que no representaba una “reaparición del partido Baath”, sino más bien del “nacionalismo árabe que lucha contra la ocupación”. El Pentágono temía que la situación se reprodujera en otras ciudades iraquíes.
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Los ataques más fuertes de la ocupación no consiguieron fracturar Faluya ni acabar con la mural de sus combatientes, y los aproximadamente 700 civiles asesinados no murieron en vano; sus muertes demostraron a una audiencia mundial la verdadera cara de la supuesta democracia americana y el coste de resistir a los deseos de EEUU en territorio ocupado.
El espectáculo terrorífico que después se desarrollaría durante la segunda batalla de Faluya en noviembre del 2004 restablecería muchas de las victorias que Irak celebró y los sacrificios de un pueblo que hoy sufre en silencio mientras que, a diario, madres dan a luz a bebés que sufren defectos de nacimiento y trastornos congénitos debido al tipo de municiones utilizadas por las tropas estadounidenses. El recuerdo de estos acontecimientos vive en Irak, aunque el resto del mundo lo haya olvidado.