Puede que de momento los ataques estadounidenses en Siria hayan terminado, pero la guerra que los produjo – así como los enfrentamientos internacionales a gran escala que ha generado – es cada vez más compleja.
En la madrugada del martes los medios sirios informaron de un segundo presunto ataque aéreo israelí en el país en poco menos de una semana. En Occidente, continuaron las especulaciones respecto a cómo responderá Rusia – que prometió “consecuencias” por el lanzamiento por parte de EEUU, Francia y Reino Unido de 105 misiles contra las plantas de armas químicas en Siria. Los cargos occidentales están especialmente preocupados por la posibilidad de que Moscú haya planeado ataques cibernéticos.
Mientras tanto, los Estados occidentales y sus aliados del Golfo luchan para dar su próximo paso. El presidente Donald Trump envía mensajes contradictarios afirmando que quiere retirar a las tropas estadounidenses de Siria, pero también prometiendo seguir adelante con las acciones para poner fin al uso de armas químicas por parte del régimen de Bashar al-Assad. (Para más confusión: el presidente francés, Emmanuel Macron, se retractó de las afirmaciones de que persuadió a Trump para mantener a las fuerzas americanas en Siria).
La oscuridad ocupa también la política rusa; la Casa Blanca ha desacreditado las palabras de Nikki Haley, embajadora de EEUU en las Naciones Unidas, respecto a un proyecto para implantar una nueva ronda de sanciones contra Moscú.
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Todo esto apunta a una realidad cada vez más incómoda para Washington. En algunos aspectos, los ataques fueron un potente recordatorio del alcance del poder militar estadounidense – como lo fue la aparente renuencia de Rusia a cumplir sus amenazas de interceptar misiles o contraatacar contra los barcos y aviones que los dispararan. Incluso si los últimos ataques consiguen evitar que Assad vuelva a utilizar armas químicas, no sirven para poner fin al equilibrio general del poder geopolítico, cuya balanza se inclina al lado contrario de Estados Unidos en Oriente Medio y más allá.
En el terreno sirio, Assad sigue atrincherando su poder; los ataques aéreos convencionales del gobierno continuaron a lo largo del fin de semana. Israel, Irán y Turquía siguen luchando sus respectivas guerras de poder en el poder con una fuerza aún mayor. El martes llegaron nuevos informes de que Washington ahora quiere reemplazar a las aproximadamente 2.000 tropas americanas en Siria con fuerzas árabes, una señal de que la administración de Trump se ha resignado a delegar la toma de decisiones regionales a las potencias locales.
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Al atacar a Siria, Washington ha demostrado que sigue siendo la fuerza militar dominante en el Mediterráneo - al menos, cuando decide aumentar sus fuerzas -. Sin embargo, la intensificación de la actividad rusa y china en otras regiones significa que el poder estadounidense disminuye cada día. Mientras la Armada de Estados Unidos llevaba un portaaviones al Mediterráneo para enfrentarse a Rusia y Siria, China llevaba a cabo sus mayores ejercicios militares hasta la fecha en el Mar de Sur de China.
Más tarde, esta semana, China realizó simulacros de fuego en vivo en el Estrecho de Taiwán, una acción considera un intento directo de intimidar a los enemigos potenciales de Pekín – y aliados de EEUU – en la región.
Por todas sus ambiciones globales, Moscú y Pekín siguen centrados en sus problemas más cercanos en Europa del Este y Asia, diseñando deliberadamente sus ejércitos para que sean capaces de hacer retroceder a las fuerzas estadounidenses en esas zonas. Los enemigos más pequeños de EEUU, como Irán y Corea del Norte, están adoptando medidas similares. Este fin de semana han recordado que Washington continúa siendo capaz de infligir un daño puntual y rápido si lo desea, pero su objetivo principal sigue siendo impedir que Estados Unidos considere tomar medidas dirigidas a un mayor cambio de régimen.
De hecho, quizá lo más sorprendente sobre los últimos ataques en Siria sea lo poco que parece haberse hablado en Washington sobre intensificar las acciones contra Assad. Aparte de reforzar las tan mencionadas “líneas rojas” respecto al uso de armas químicas, no existe ninguna ansia por expulsar al líder sirio, sobre todo después de todos los problemas que produjo la expulsión de Saddam Hussein en Irak.
Mientras tanto, los enemigos de Washington – en particular, el presidente ruso, Vladimir Putin – siguen utilizando estos enfrentamientos para probar nuevas técnicas con las que frustrar a EEUU. La semana pasada, Moscú bloqueó las señales GPS en partes de Siria, interfiriendo con la actividad de los drones estadounidenses. Además, Rusia también ha intensificado la guerra de información, provocando divisiones en Occidente. En lugar de derribar los misiles americanos, Rusia parece haber decidido simplemente decir que lo ha hecho, entorpeciendo aún más el ya confuso discurso internacional.
Muchas de estas tendencias llevaban tiempo preparándose – y cualquier gobierno estadounidense habría tenido dificultades para gestionarlas. El equipo de Trump se enfrenta a un mundo más caótico – y a adversarios más confiados e innovadores – del que nunca imaginó la administración de Obama hace dos años.
Aun así, es difícil no concluir que la naturaleza de la presidencia de Trump esté dificultando la gestión de la situación. Puede que eso sea aún más cierto tras sugerirse la marginación del jefe de personal, John Kelly, y la preocupación del presidente por la investigación contra el fiscal Rober Mueller en Rusia.
Hasta cierto punto, los ataques en Siria de este fin de semana no fueron más que una actuación muy ritual, una acción exangüe en los Estados Unidos que refuerza las líneas rojas y planta cara a la intimidación rusa. En algunos aspectos, es tranquilizador que se haya llevado a cabo sin provocar grandes bajas en ningún bando, pero aún quedan crisis como esta por llegar – y puede que demuestren ser mucho más peligrosas.