Los sirios no eligieron a Hafez Al-Assad como presidente. Basándonos en los hechos, Al-Assad lideró un golpe de Estado militar el 16 de noviembre de 1970 para derrocar a sus camaradas del partido baathista. También habían llegado al poder como resultado de un golpe de Estado producido el 8 de marzo de 1963, seguido de conflictos violentos entre los rebeldes, sobre todo el golpe de Estado del 23 de febrero, que permitió a Hafez Al-Assad y a sus compañeros hacerse con el poder. Antes de ellos, la mayoría de los que llegaron al poder no eran conocidos por los sirios. Eran personas llegadas en tanques con el propósito de gobernar el país y decidir el futuro del Estado y la sociedad de Siria.
Cuando se produjo el golpe de Estado de marzo de 1963 , Hafez Al-Assad no era más que un capitán del ejército retirado a quien sus amigos del partido baathista, quienes orquestaron el golpe, devolvieron al ejército y promocionaron al cargo de teniente coronel. Fue nombrado comandante de la base aérea de Al-Dumayr, cerca de Damasco. Después, fue ascendido a general tras el golpe de Estado de 1966 y nombrado comandante de la fuerza aérea. Más tarde, asumió el cargo de ministro de Defensa en el gobierno de Yusuf Zuayyin. Cuando el gobierno renunció tras su derrota en 1967, se negó a renunciar al Ministerio de Defensa y lucho una fuerte guerra con sus compañeros, lo que desembocó en su golpe de Estado contra ellos, quienes fueron encarcelados durante más de 20 años.
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Tras su golpe de Estado de 1970, Al-Assad nombró jefe de Estado a Ahmad Al-Khatib, que, en aquel momento, era el jefe del sindicato de docentes, quedándose él mismo con los cargos de primer ministro, ministro de Defensa y comandante de la fuerza aérea. Estaba allanando el camino para establecer un sistema presidencial, que conseguiría con un referéndum controlado por las agencias de inteligencia. Así, fue elegido presidente en marzo de 1971, y siguió celebrando estos referéndums programados; el último, en 1999.
Durante 30 años, Al-Assad Sr. no consideró a los sirios como a un pueblo, sino como una herramienta con la que asegurar su posición de poder. Cuando había algún problema con la herramienta y sus funciones, reprimía su movimiento político, civil y popular. Su mandato consistió en una serie continua de opresión, terrorismo y dictadura durante lo que cometió varios crímenes, entre ellos asesinatos, encarcelamientos y masacres en Damasco, Homs, Hama, Alepo, Jisr Al-Shughur, Palmira, etc. Todo, para garantizar que conservara el poder dentro de la autoridad individual-familiar-sectaria que creó para sus hijos; le reemplazó su segundo hijo, Bashar.
Al igual que los sirios no eligieron a Hafez Al-Assad como su presidente, tampoco eligieron a su heredero, Bashar. Le entregaron las riendas del gobierno, incluidos sus funcionarios y agencias, con aprobación regional e internacional, después de que la constitución fuera enmendada. La enmienda de la constitución permitió que Bashar fuera nombrado jefe de Estado, basándose en el mismo referéndum predeterminado que mantuvo a su padre en el poder hasta su muerte.
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Al igual que Al-Assad Sr. comenzó su mandato silenciando a los sirios y “reformando el régimen” y pasando a una nueva fase, su hijo continuó con las aspiraciones para movimientos culturales y sociales que provocaran el ascenso de Damasco, antes de volverse en su contra y arrestarles y perseguirles.
Reprimió el recién nacido movimiento y eliminó toda posibilidad de reformar el gobierno de una forma gradual y segura. Eligió seguir el camino de su padre, renovando su segundo mandato presidencial mediante un referéndum, y reprimió brutalmente la revolución siria, que pedía libertad, democracia y un futuro mejor para el pueblo. Abrió las puertas el extremismo y al terrorismo al desatar todo tipo de fuerzas. Después, recurrió a las intervenciones internacionales y regionales para eliminarlas antes de renovar su presidencia para un tercer mandato, en medio del asesinato, la destrucción y el desalojo de millones de sirios. Personificó los cánticos de sus matones, que repetían: “Al-Assad, o quemamos el país.”
En medio de ese infierno al que arrastró Al-Assad Jr. a Siria y a los sirios, existe un aspecto sorprendente; aún hay quien apoya a Al-Assad y a su gobierno. Este apoyo llega de partes internacionales y regionales y se basan en varios pretextos. Algunas justifican su apoyo en nombre de la soberanía nacional, el patriotismo o la hostilidad con Israel, mientras que otros afirman que no existen más alternativas que él. Sin embargo, todas estas justificaciones quedaron invalidadas por el gobierno de Al-Assad, debido a sus acciones a lo largo de los últimos 7 años.
Quizá lo más extraño de la defensa a Al-Assad y el apoyo a la supervivencia de su gobierno en Siria es que los sirios se describen a sí mismos como “su pueblo”. Los oficiales políticos sirios, incluidos quienes respaldan la revolución y se oponen a su régimen, se refieren a sí mismos como su pueblo en sus discursos y artículos, así como en los informes internacionales sobre derechos humanos. Al hacerlo, todo el mundo olvida que, en su primer discurso tras la revolución de 2011, Al-Assad se refirió a ellos como “gérmenes”. Después, habló de la sociedad homogénea que pretendía en su guerra contra los sirios. Todo esto demuestra que los sirios no son “su pueblo”, y que su pueblo es sólo el que ha participado en su violencia, destrucción y desalojos, y el que ha respaldado su permanencia en el poder y se ha mantenido en silencio ante sus crímenes.
Este artículo apareció por primera vez en árabe en Arabi21 el día 23 de abril de 2018.
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