Cuando llegó por primera vez al poder, el líder mundial al que más admiraba Vladimir Putin era Tony Blair. Es un hecho que es poco conocido, raramente reconocido y francamente aterrador.
De hecho, Blair fue el primer primer ministro extranjero en visitar Rusia después de que Putin llegara al poder. El presidente ruso todavía mantenía la fachada ante el mundo de que iba a ser un reformador liberal. Un Blair ingenuo se tragó sus mentiras.
Entonces, Blair mintió a Putin una y otra vez.
Cuando trabajaba con George W. Bush, Blair le dijo al Kremlin que estaba seguro de que Saddam Hussein contaba con armas de destrucción masiva en Irak. Más tarde se supo que no era así.
En cualquier caso, Putin no estaba de humor para escuchar al Occidente angloamericano.
En el periodo previo a la invasión de Afganistán en 2001, la ex secretaria de Estado, Condoleeza Rice, prometió, en nombre del romance Bush-Blair, que las nuevas bases aéreas estadounidenses en el sur de Uzbekistán y cerca de Bishkek, en Kirguistán, serían temporales. Los americanos y los británicos prometieron que estarían operativas tan sólo mientras se necesitaran para derrocar a los talibanes.
Al final, estas bases tardaron 13 años en cerrarse.
Durante los años intermedios, una ola de “revoluciones de colores” arrasó Ucrania, Kirguistán y Georgia, de lo que Putin culpó a las ONGs respaldadas por Occidente. Consideraba las bases como tan sólo una extensión militar. Putin no comprendía que las personas que vivían en el antiguo infierno imperialista de la Unión Soviética simplemente no querían seguir viviendo bajo el yugo ruso, a pesar del cambio de guardia.
Así que el breve coqueteo de Putin con Occidente comenzó en el contexto de la guerra contra el terrorismo y terminó, no mucho después, dentro del mismo contexto.
Por supuesto, cuando Putin se saltó las premisas básicas de la guerra en Irak, funcionó.
Para Putin fue fácil saltársela, al fin y al cabo la guerra de Irak fue un desastre vertiginoso y caro que no ha sido útil para los intereses nacionales de sus protagonistas ni ha hecho del mundo un lugar más seguro.
El sur de Irak aún se está estabilizando, después de mucho derramamiento de sangre, y las tribulaciones del norte bajo el Estado Islámico están bien documentadas.
La manera particular en la que Blair vendió la Guerra de Irak se ha convertido en un arma clave en el arsenal de Vladimir Putin contra Occidente.
Es una de sus herramientas más poderosas, fabricada amablemente para él por Blair.
Tengamos en cuenta el reciente intento de asesinato contra Sergei Skripal, un antiguo espía de alto rango de la Dirección de Inteligencia Principal (“GRU”) de Rusia.
Antes de la Guerra de Irak, tan sólo había una entidad a la que se culparía de intentar asesinar a Skripal.
Los británicos observarían a un informante y traidor contra su propio Estado, Rusia, que había sido amenazado de muerte en televisión por el propio Putin, que vivía en Reino Unido, y en cuyo torrente sanguíneo encontraron un agente nervioso.
Cualquiera en su sano juicio consideraría las pruebas de asesinatos rusos en el extranjero y concluiría que Rusia está detrás del intento de asesinato contra Skripal. Era un hombre que había arriesgado su vida para ayudar al Estado británico. Normalmente, el pueblo británico estaría a su favor.
Sin embargo, el 14% de los británicos no estaban seguros de que el intento de asesinato hubiera sido llevado a cabo por el Kremlin.
Es una proporción relativamente pequeña, pero muy preocupante, ya que refleja lo que ha hecho Blair con la verdad en nuestro país.
Crucialmente, el líder de la Oposición de Su Majestad, Jeremy Corbyn, está de acuerdo con quienes dudan.
Respecto a Skripal, Corbyn ha argumentado que, después de Irak y el “dudoso dossier”, ahora quiere “pruebas innegables” antes de culpar a Rusia, tal y como dijo a la BBC.
En este clima post-verdad, que Blair contribuyó a construir y que el dictador Putin está explotando ahora, las opiniones de Corbyn ya no son inusuales.
Sin duda, coinciden con las de su director de comunicaciones, Seumas Milne, que dijo que la información de las agencias británicas, sobre todo respecto a las armas químicas, ya había sido suficientemente “problemática”.
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La propaganda estatal rusa de medios como RT (antes conocido como Russia Today) y Sputnik, que publica en varios idiomas en Europa, se basan universalmente en el hecho de que Blair, es decir, el gobierno británico, mintió respecto a Irak.
Entonces, ¿por qué no iba a mentir de nuevo el gobierno británico sobre Skripal o sobre los recientes ataques químicos en Siria?
Cuando mintió sobre Irak, Blair creó involuntariamente el mito fundacional de la propaganda actual del Kremlin.
Su admirador inicial, Putin – que se sintió engañado en el periodo previo a la Guerra de Irak – ha usado hábilmente este paso en falso de Blair y Scarlett contra Reino Unido.
Como Politico y otros medios informaron, mientras que los Skripal se recuperaban en un hospital inglés provincial, varios oficiales de la embajada rusa reprodujeron interminables carretes de Blair mintiendo sobre Saddam Hussein antes de la invasión de 2003 ante diplomáticos y periodistas reunidos durante sus conferencias de prensa en Londres. Hicieron referencia a la muerte de David Kelly, el científico que se suicidó bajo circunstancias sospechosas tras expresar a un periodista de la BBC sus dudas privadas sobre Blair. Todo esto se hizo para recordar al público que Reino Unido ya ha mentido sobre temas de seguridad nacional, y podría estar haciéndolo de nuevo.
La propaganda es efectiva precisamente porque Blair mintió sobre Irak. Blair mintió vilmente. Engañó al pueblo británico, a varios jefes de Estado, y tuvo ayuda de miembros importantes – y ahora deshonrados – de la comunidad de la inteligencia británica. Sembró la duda en el pueblo británico, que ahora no sabe si puede volver a confiar en su gobierno. Sin duda, ha sacudido la confianza en nuestros líderes de una manera sin precedentes.Sin embargo, existe una gran diferencia entre lo sucedido en Salisbury y tener un primer ministro mentiroso e ingenuo con un servicio de inteligencia maleable y poco profesional, presionado por los Estados Unidos y reuniendo inteligencia en un Estado policial cerrado como Irak.
O con Alexander Litvinenko, o los otros 14 casos de posibles asesinatos rusos en tierra británica que Buzzfeed destapó el año pasado, y que las autoridades británicas están volviendo a investigar.
Si cualquier otro país – Francia o India, China o Sudáfrica – cometiera asesinatos en suelo británico de manera tan descarada y repetida, los británicos demostrarían un apoyo universal a la verdad.
Sin embargo, el ingenio de Rusia radica en convertir el expediente dudoso en un arma contra nosotros. Nos hicieron dudar de la verdad. De ahí que sus asesinos acechen en nuestras calles con tanto descaro.
¿Quién les dio a los rusos el arma de hacernos dudar y que les permite salir impunes de estos crímenes?
Fue Tony Blair, a finales de 2002 y principios de 2003.
Era un mentiroso, y, al final, las mentiras siempre reaparecen.
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