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El fracaso de la Primavera Árabe en la transición democrática

La gente se reúne durante la revolución tunecina que tuvo lugar en enero de 2011 [Chris Belsten / Flickr]

Cuando las revoluciones árabes estallaron en Túnez en 2010, los analistas políticos les pusieron muchos nombres, basándose en sus raíces y en qué mensaje querían transmitir en la terminología política, social y económica que usaran. Algunos activistas árabes preferían utilizar el término “revoluciones árabes”, mientras que en los estudios occidentales se usaba normalmente el de “Primavera Árabe” o “levantamientos árabes”. También hay quien usaba el “despertar árabe”, que es el título del libro escrito por el ex ministro de Exteriores jordano, Marwan Muasher; sin duda, es una expresión que adopta connotaciones religiosas occidentales de la época de la Reforma.

Así como los eruditos e historiadores difieren en el uso del término descriptivo más político para las revoluciones árabes, también difirieron antes a la hora de escoger la descripción más apropiada o exacta para la “tiranía árabe” o el “autoritarismo árabe”. Los estudios especializados de Occidente utilizan varios términos, como “regímenes autoritarios”, un concepto extendido por Alfred Stephen, para incluir los regímenes autoritarios en Haití, bajo el gobierno de Jean-Claude Duvalier; en República Dominicana con Rafael Trujillo; o en Filipinas, con Ferdinand Marcos. Define estos regímenes como sistemas, individuos e instituciones que siempre son “impredecibles” y despóticos, en el sentido de abolir todas las formas de pluralismo y construir un mandato totalmente individual. Por su parte, en su libro publicado en 1964, Juan Linz describe a los regímenes autoritarios como “sistemas políticos con un prularismo político limitado, no responsable, sin una ideología que ofrezca una guía elaborada, pero con mentalidades distintivas, sin una movilización política extensiva e intensiva, excepto en ciertos momentos de su desarrollo, y en el que un líder o, ocasionalmente, un pequeño grupo, ejerce el poder dentro de límites mal definidos formalmente, pero bastante predecibles”.

Más tarde, en los años 90, se intentó etiquetar a los regímenes autoritarios árabes después del fracaso interpretativo de la antigua clasificación, que se basaba en la distinción entre regímenes totalitarios y autoritarios. Fue entonces cuando empezó a hablarse de los llamados “sistemas híbridos”. Estos sistemas son los que mantienen su carácter autoritario, pero incluyen distintos elementos de un pluralismo político limitado, como elecciones pluralistas como pura formalidad, a nivel tanto parlamentario como presidencial, o pluralismo partidista, también como formalidad, sin darle el control absoluto a ningún partido. Empezamos a distinguir entre sistemas híbridos competitivos y no competitivos. Esto se daba en el mundo árabe mediante una apertura parcial a elecciones multi partidistas en Egipto y Yemen, por ejemplo, pero sin cambiar la estructura política del régimen.

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Después, en su libro Uprgading Authoritarianism in the Arab World, Steven Heydemann intentó analizar cinco características que introdujeron los dictadores árabes para tratar de eludir la caída de la Unión Soviética. La mayoría de los países de Europa del Este se transformaron en sistemas políticos democráticos mediante cinco aspectos principales: enmiendas constitucionales que permitieron el pluralismo partidista y electoral, otorgarle una importancia limitada a la sociedad civil, realizar reformas económicas limitadas hacia una economía libre, y darles una mayor importancia a las mujeres. Varias primeras damas, como Suzanne Mubarak en Egipto, Asma Al-Assad en Siria y Laila Taraboulsi en Túnez, presentaron una nueva imagen para las mujeres y primeras damas árabes. Todos estos cambios parciales van acompañados de un fuerte deseo de transformar los regímenes autoritarios en sistemas familiares mediante la garantía de la herencia de la sucesión política, introduciendo enmiendas constitucionales que permiten a los niños heredar autoridad elevándoles a altas posiciones políticas y dándoles mayores poderes ejecutivos que les permitan ocuparse del gobierno tras la muerte del presidente en cargo.

Estas reformas parciales retrasaron las revoluciones árabes, pero sólo era cuestión de tiempo que estallaran en varios países árabes. De 2010 a 2013, las revoluciones experimentaron un periodo de confusión política, con vacíos de seguridad, dificultades económicas y protestas sociales en Egipto, Túnez y Libia, así como en Yemen, aunque hasta cierto punto. Era la búsqueda de un modelo apropiado. También quedó representada por el fracaso de las negociaciones entre las fuerzas políticas enfrentadas para acordar las reglas del juego político democrático. Después de 2014, fuimos testigo de la formación sistemática de la llamada contrarrevolución o “Estado profundo” con la subida al poder de Abdel Fattah Al-Sisi en Egipto; el regreso de la antigua guardia, representada por el partido Nidaa Tounes en Túnez; la aparición de una situación militar representada por Khalida Haftar en Libia; y la fragmentación del Consejo de Cooperación del Golfo respecto al peso del islam político y su importancia, especialmente la de los Hermanos Musulmanes. Las fuerzas revolucionarias ya no contaban con un plan que ejecutar o con un respaldo social que pudiera defender tal plan. La mejor descripción de esta etapa es la decaída de las fuerzas revolucionarias y la aparición del concepto de una guerra civil como única opción, como ha sucedido en Siria y Yemen. Mientras tanto, en Egipto y Túnez, este concepto se utilizó para intimidar al pueblo y justificar lo que estaba pasando en el país.

Las multitudes se unen durante la revolución egipcia que tuvo lugar el 25 de enero de 2011 [Egipto es el regalo del Nilo / Facebook]

Después de 2017, la Primavera Árabe se convirtió en otoño, y, frente a la transición democrática, la guerra civil parecía ser la única opción para las revoluciones árabes. Basándose en esto, Al-Sisi se convirtió en el líder capaz de restaurar la estabilidad en Egipcio, independientemente de los costos humanitarios y humanos en forma de víctimas y presos políticos. Mientras tanto, en Libia, Haftar se convirtió en el símbolo de la caída total de las fuerzas revolucionarias. En cuanto a Siria, Al-Assad fue el ejemplo claro de la crudeza de las fuerzas del régimen a la hora de asesinar y torturar. Surgieron milicias fuera del alcance del Estado, como el Daesh en Siria, Irak y Libia, Al-Qaeda en Yemen y Siria, y los hutíes en Yemen.

Comparado con otras regiones del mundo, especialmente Europa del Este y Latinoamérica, cinco factores principales fueron esenciales para el llamado fracaso del proceso de transición democrática en los países árabes. Para empezar, el antiguo régimen no ayudó a generar el nuevo sistema. En cambio, los remanentes del antiguo régimen obstaculizaron y frustraron el cambio. Incluso aunque esta obstaculización significara crear milicias no estatales – como los shabiha, hutíes, Hezbolá, Daesh y demás – para causar confusión y llevar al fracaso del proceso de transformación. La “mesa redonda” no apareció, al igual que pasó en Europa del Este, lo que reflejó las negociaciones políticas entre las fuerzas enfrentadas, para conseguir la transformación democrática.

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El ejercito también jugó un papel crucial en el proceso de transformación. Cuanto más profesional y eficiente es el ejército, mayor es su importancia en el proceso. Esta es una lección aprendida de la transformación democrática en Latinoamérica tras años de dictadura militar.

Además, ha de considerarse el tamaño de la clase media y su importancia. Cuanto más clase media hay, más fácil y fluido será el cambio democrático.

El factor extranjero y la influencia internacional no pueden ignorarse. La Primavera Árabe dejó al descubierto el hecho de que la democracia en esta región no es importante para los países occidentales, especialmente para la política exterior de Estados Unidos. Esto no significa que sea hostil a la transformación democrática en la región de Oriente Medio-África del Norte (MENA), sino más bien que no la promueve con los suficientes recursos e influencia política. Esto se contradice con la importancia de Washington a la hora de lograr la democracia en Europa del Este tras la caída de la Unión Soviética.

Finalmente, hay que tener en cuenta la falta total de organizaciones regionales. La UE tuvo un papel importante a la hora de establecer los principios y condiciones de los países de Europa del Este para unirse a la alianza europea, a diferencia de la Liga Árabe, que ha demostrado ser una organización autocrática inútil.

Este artículo apareció primero en árabe en Al-Araby Al-Jadeed el 1 de mayo de 2018.

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor, y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

 

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