Mi corazón retumbaba a medida que sentía como el avión se acercaba a las costas de Palestina. A lo largo de dos horas de viaje, experimenté una mezcla de emociones difíciles de explicar con palabras, y entonces, cuando llegó finalmente el momento y pude verla por primera vez, mis ojos se llenaron de lágrimas silenciosamente.
Durante este viaje único con el cual jamás habría soñado, no pude controlar mis emociones, que oscilaban entre la injusticia y el júbilo, entre tristeza por la pérdida de una vida imaginaria o por una vida que se nos escapó en un momento concreto de la historia, y la nostalgia por la esperanza o por la justicia que debemos conseguir de alguna forma, en algún momento, para alguna generación.
Entonces, me encuentro a mí mismo en una especie de shock variado, sumado al hecho de que no dependía de mí ser un refugiado, dado que se me había dado dicha etiqueta en contra de mi voluntad, a raíz de la ausencia de significado y sistema de la ciudadanía en esta parte del mundo. Yo no iba de un país a otro pidiendo asilo, pues yo había nacido en Alepo, en un país árabe gobernado durante 50 años por un régimen cuyas reivindicaciones fundamentales eran que era nacionalista árabe, y que la causa palestina estaba en la cima de sus prioridades.
Por supuesto, la experiencia nos mostró que esto no eran más que demandas manipuladas para la extorsión y la influencia. Fue también un shock estar volviendo a mi país no desde el país al que mis padres y yo solicitamos refugio en 1948, sino desde otro país en el que fui forzado a vivir después de la guerra Siria y la masiva crisis de refugiados, cuya catástrofe excedió incluso a la sufrida por los palestinos durante la Nakba.
Y a todo esto se añade que no vine al país de mis padres y abuelos como palestino, pues dicha etiqueta no me permitiría siquiera entrar en el país, sino porque portaba un pasaporte extranjero. Esta es la ironía de mi situación, de la cual no tengo culpa.
Así pues, estoy yendo a mi país, con todas estas percepciones y todos estos anhelos y nostalgias porque adquirí otra nacionalidad en forma de pasaporte, La persona que decidirá si entro o no, y puede que incluso sus ancestros, no tiene ningún vínculo con mi país más allá de constructos ideológicos y reivindicaciones basadas en mitos religiosos.
Esto es en lo primero que pensé en el aeropuerto, cuando un empleado hojeó las páginas de mi pasaporte mientras me miraba a los ojos, pensando que quizás pudieran revelar algo que estaba ocultando, para comprobar qué conocía de la topografía del país o para leer algo en ellos que jamás entendería.
Antes de esto, estaba mirando a los pasajeros en el avión. Eran una mezcla de nacionalidades, incluyendo rusos, etíopes, polacos, marroquíes y europeos en general. Todos ellos tienen permitida la entrada a mi país, el país de mis padres y abuelos antes de mí, a pesar de que ninguno de ellos ni sus ancestros tienen ningún vínculo con este territorio salvo por los vínculos de algunos con el Estado, con un exitoso proyecto colonial.
Aquí, tal vez, deba reconocer que estos sentimientos incluyeron cierta debilidad, pero no impotencia, opresión pero no inferioridad, aceptación pero no rendición. La conexión espiritual con Palestina, con sus pueblos y ciudades, con sus valles y montañas, con su gente, con su historia, con sus pensadores,...es algo que todos los refugiados palestinos sienten, a pesar de no haber visto una pizca de este país a lo largo de sus vidas.
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A lo largo del viaje, estuve esperando el momento de entrada en el país. La historia de mi vida pasando ante mis ojos. Vi la tragedia palestina, tal y como la conocía, en los campos de refugiados, la negación de la identidad, de pie en frente de las oficinas de la UNRWA, las penurias en las fronteras de los países árabes, el surgimiento de la lucha de guerrillas, las guerras con Israel y las derrotas inflingidas. En resumen, todo en mi vida, todos mis sentimientos y percepciones, giraban alrededor del hecho de que era palestino y del sufrimiento que Israel me había causado tanto a nivel de mi identidad personal como al de mis emociones.
En este viaje, también repasé los poemas de Tawfiq Ziad, Izz Al-din Al-Manasra, Samih Al-Qasim, Ahmad Dahbour, Abu Arab, y Mahmoud Darwish, los cuadros de Abu Ammar, Abu Jihad, Majed Abu Sharar, Abu Omar (Hanna Mikhael), George Habash, y de todos los que habían influenciado mi recorrido político, mi identidad personal o mis emociones.
Lo que es importante de todo esto es lo que me pasó a mí, y aún más, que no se trata de un incidente aislado. Este es el significado de la identidad palestina siendo construido o cristalizado a partir de dos eventos: la Nakba, lo primero, y el inicio de la lucha armada y la formación de la OLP, lo segundo.
Quizás, de lo que nos tenemos que dar cuenta es de que éste es exactamente el dilema de nuestra identidad, y que no hay forma de distinguirlo o de separarlo, como algunos creen. Las identidades sólidas no están fundadas en el saqueo, como la Nakba, que quebró la unidad política, geográfica y social de Palestina.
Además, la continuación de la Nakba y su reproducción con la emergencia de nuevas generaciones a lo largo de las últimas siete décadas, ha llevado a la aparición de nuevas narrativas que gradualmente marginan o dejan a un lado la narrativa principal o la simplifican en nombre de nuevas necesidades o de prioridades. Esto va acompañado por los inicios de la desintegración o fragmentación del concepto de unidad del pueblo palestino, especialmente tras la marginalización o ausencia de su entidad más simbólica: la OLP.
En cuanto al segundo hecho, aunque es cierto que contribuyó al resurgir del espíritu de movilización del pueblo palestino, terminó con trágicas consecuencias después de que los palestinos pagaran un alto precio y se sacrificaran sin conseguir casi nada a cambio. Todo lo que se consiguió fue arruinado por culpa del mar humor y la experimentación política reinantes en el trabajo de movilización nacional. Teniendo esto en cuenta, nuestro movimiento nacional se transformó en una autoridad para solo una parte de nuestra gente, en solo una parte de nuestra tierra y con solo una parte de nuestros derechos, todo ello defendido por aquellos que se autoproclamaban como los más legítimos y virtuosos para hacerlo, al haber iniciado ellos la lucha armada.
En otra escena, el encuentro fue espectacular, cuando conocí a un grupo de decididos palestinos olvidados o abandonados en nombre del nacionalismo, y quizás esto se reflejaba positivamente en ellos si alguno los comparaba con aquellos de las comunidades palestinas en el exterior. Fui capaz de reunirme con académicos e intelectuales, como As’ad Ghanem, Nadim Rouhana, Muhannad Mustafa, Antoine Shalhat, Marzouq El-Halabi, Bashir Bashir, Mukhles Burghal, y Ahmad Al-Saffouri.
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Fui capaz también de reunirme con autoridades políticas, como Mohammad Barakeh, Ahmad Al-Tibi, Ayman Odeh, Matanis Shehadeh y Asma Zahalka.Y también conocí a amados sirios de Majdal Shams, en los Altos del Golán, como Ayman Abu Jabal, Weam Amasha, Fawzi Abu Saleh, y Tawfiq Abu Jabal, y a judíos que habían dado sus vidas en defensa de los derechos de los palestinos, como Yosef Ben Efrat y Yoav Haifawi. También participé en foros y en la conferencia de “Capacidades humanas árabes”, en Taybeh, así como en la Conferencia Internacional en Jerusalén.
Todo acerca de este Estado, desde sus primeros días, prueba que es un proyecto de Estado: un proyecto colonial, racista y religioso fundado en la conquista, la opresión, el desplazamiento forzoso y la marginalización de la población nativa en el sentido más estricto de la palabra. Esto no es una charla política, ni ideológica ni de propaganda. Estos son hecho que cualquiera puede comprobar y ver son sus propios ojos, independientemente de su opinión del país, que fue fundado como cualquier otro proyecto que establece exitosos estándares administrativos y que está basado en una organización, en el desarrollo de recursos, en la tecnología y en la democracia.
Esto es lo que percibí cuando, por ejemplo, visité mi ciudad natal: Lod. Los puntos de referencia de la ciudad habían sido totalmente cambiados, con tan solo la mezquita de Omari, la mezquita de Dahmash y la iglesia de San Jorge mantenidas en pie, junto con los restos de los campos de olivos de la familia Al-Far, el Khan El-Hilu –el antiguo ayuntamiento–, y algunas otras casas antiguas. En otras palabras, las características y los lugares de referencia de Lod habían sido alterados tras la expulsión de la mayor parte de su población. Hasta la casa de George Habash había sido eliminada y reducida a escombros. Esta es la situación en la mayoría de ciudades palestinas, aunque es cierto que en ciudades como Haifa, Jaffa o Acre, es algo mejor.
En segundo lugar, vemos una clara diferencia o distinción entre los servicios ofrecidos por el Estado en los barrios árabes y en los barrios judíos. La distinción incluye hasta los nombres de los lugares, pues han sido judaizados –dándoles nombres judíos– en línea con el objetivo de Israel de crear una nueva narrativa histórica.
En tercer lugar, uno lo siente en el sentido espacial, pues los barrios judíos son espaciosos y abiertos, mientras que el Estado de Israel va poco a poco estrechando las zonas de barrios árabes, lo que incluye todas las ciudades y los barrios. Esto también ocurrió en los Altos del Golán, en las ciudades de Majdal Shams, Baqa’tah y Jubata ez-Zeit.
La discriminación es evidente en la historia de los pescadores palestinos de Jaffa, pues su antiguo puerto fue ocupado por familias israelíes y sus barcos, que son usados simplemente para actividades de recreo. Los propietarios de los barcos decidieron convertir el precioso puerto pesquero de Jaffa en un puerto deportivo, y fueron apoyados por el ayuntamiento, que atiende sus necesidades en detrimento de las de los palestinos.
En cuarto lugar, esto incluye también la expropiación de tierras y su asignación a áreas exclusivamente judías. Confiscan grandes extensiones de terreno, junto con parte de propiedades particulares de palestinos, para diversos propósitos, a parte de la construcción del muro de segregación, que separa Israel de Cisjordania.
En quinto lugar, la discriminación es evidente en Jerusalén, donde los judíos religiosos y nacionalistas de la extrema derecha insisten en luchar contra la presencia palestina dentro de los muros de la ciudad vieja, acosándoles y persiguiéndoles para forzar su huida. No muestran respeto alguno por los sentimientos de los palestinos cristianos y musulmanes de la ciudad santa durante las festividades religiosas, ni como judíos ni como ocupantes, incluyendo la presencia de militares que hace sentir la opresión y la ocupación de manera clara.
Esta visita todavía no ha terminado –pues sigo visitando Cisjordania– pero quedé verdaderamente maravillado por la naturaleza reverencial de Jerusalén, por su gloria y su belleza, por las impresionantes montañas de Galilea, la belleza de las costas de Jaffa, Haifa y Acre. Quedé también fascinado por los Altos del Golán y sus ciudades, y quedé atónito por como cayó en la guerra de 1967. Y quedé prendado por la amabilidad de los palestinos y los sirios que encontré en mi camino.
Soy un sirio palestino, o un palestino sirio.
Traducido de Al-Hayat, 24 de Mayo de 2017