A lo largo de los nueve meses desde octubre de 2016, cuando dieron comienzo de las operaciones militares para liberar la provincia noroeste de Irak, miles de hombres, mujeres y niños, así como combatientes, han muerto. El Pentágono se refiere a la población masacrada de la ciudad antigua de Mosul como víctimas “involuntarias”, pero en Irak se les llora como madres, padres, hijos y nietos atrapados en el fuego cruzado de una guerra que no les pertenecía.
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En julio del año pasado, el primer ministro iraquí, Haider Al-Abadi, anunció la liberación del último fuerte del Daesh en la ciudad antigua. Han pasado otros diez meses, pero el suelo de la ciudad antigua de Mosul sigue plagado de cuerpos de civiles y combatientes de Daesh. Según el investigador Samuel Oakford, del grupo de vigilancia Airwars, “no hay un recuento oficial de los muertos en Mosul.”
La cifra más alta citada por las agencias de prensa ha sido de once mil, pero aún podrían añadirse otros cientos de personas que están desaparecidas. Es probable que el número aumente durante al menos los próximos seis meses.
Los esfuerzos para deshacerse de los cadáveres desmembrados y mutilados han sido tan terriblemente lentos como los esfuerzos por reconstruir una ciudad que, según Airwars, ha sufrido 1.250 ataques aéreos hasta ser liberada. Los equipos de Defensa Civil de Irak recogen los cadáveres y después emiten certificados de fallecimiento, pero incluso su trabajo ha sido limitado por la falta de fondos y recursos humanos.
El calor abrasador del verano iraquí amenaza con empeorar los riesgos para la salud asociados con la descomposición de los cadáveres. Como una niebla espesa, el hedor de la muerte llena el aire de Mosul. Se necesita desesperadamente un mejor trabajo, pero el descuido de los cadáveres se ha establecido como la norma; simplemente, se dejan pudriéndose.
Las autoridades iraquíes tanto centrales como provinciales se han defendido frente a las alegaciones de negligencia en este aspecto. La una culpa a la otra por no exhumar los cuerpos atrapados bajo los escombros, mientras las familias, a las que no se ofrece ningún apoyo, tienen que rellenar los espacios en blanco respecto al destino de sus seres queridos desaparecidos. La identificación percibida de cadáveres abandonados ha sido la excusa que han puesto algunos oficiales federales para justificar su falta de acción.
En algunos casos, los equipos de Defensa Civil de Irak se han negado a limpiar cuerpos que afirman que pertenecen a “familias del Daesh”. Sin embargo, tan sólo durante el 17 y el 18 de mayo, los miembros de la Defensa Civil han recuperado hasta 1.000 cadáveres.
Los voluntarios locales y las organizaciones de sociedad civil han explicado el dilema señalando a la falta de equipo especializado para limpiar la ciudad. Mohammad Dylan, miembro del Equipo Wasel Tasel, que distribuye artículos de ayuda y ofrece apoyo a los barrios y hogares destrozados de la Ciudad Antigua, dice que espera más retrasos. “Algunas zonas no son seguras para que viajen allí solos los equipos de voluntarios”, cuenta a MEMO, “sobre todo en el distrito de la Ciudad Antigua, donde se encuentran la mayoría de los cadáveres.”
A falta de una campaña coordinada de retirada de cuerpos, los voluntarios locales de Nineveh y otras provincias iraquíes han asumido la responsabilidad que han ignorado los oficiales. A pesar del ritmo lento de su trabajo, están viendo resultados por primera vez desde la derrota del Daesh en julio.
Fatima Alani, investigadora principal del Centro Iraquí de Crímenes de Guerra de Ammán, citó “múltiples razones” causantes de la situación. “No se han asegurado las vías que podrían haber utilizado los ciudadanos atrapados en la ciudad como ruta de escape”, explica. “Además, hemos recibido pruebas de que, durante la lucha por la liberación de la ciudad, a los civiles se les impidió o se les disuadió de marcharse.”
Alani señaló que la semana pasada se recuperó un total de 600 cadáveres durante tan sólo 48 horas. Sostiene que la brutalidad que ha sufrido Mosul podría haberse evitado si los centros poblados por civiles no hubiesen sido atacados deliberadamente.
A medida que se han derrumbado los edificios, el rostro de Mosul ha cambiado hasta ser irreconocible. El nivel de devastación urbana prácticamente ha imposibilitado que las familias localicen a familiares que temen que hayan muerto, o sobre quienes quieren conocer las circunstancias de su muerte. El patrón de asesinatos que ha surgido sugiere que, bajo cada edificio derrumbado, permanecen cadáveres sepultados.
Mientras que el Río Tigris ha facilitado la eliminación de los cadáveres, los suministros de agua de la ciudad están peligrosamente polucionados. Sin embargo, el jefe de la Dirección de Recursos Hídricos de Nineveh ha negado estos hechos, y ha asegurado a los habitantes de la ciudad que se lleva a cabo un examen y una esterilización periódicos del agua potable. No existe ninguna prueba independiente que verifique sus palabras.
Mohammad Al-Azzawi, subjefe del centro médico de Alam, declaró a la agencia de noticias china Xinhua que las pruebas de laboratorio demuestran que el agua del río está altamente contaminada con bacterias fecales e intestinales. “La negligencia y el abandono de estos cadáveres provocará epidemias de varias enfermedades”, afirmó. “Podría resultar en otra plaga o ántrax. Cuanto más tiempo estén ahí, más tóxicos serán los efectos de la polución medioambiental.”
Al-Azzawi añadió que no podemos olvidarnos de la presencia prolongada de cuerpos en los escombros y en las calles afectará a la salud de los ciudadanos y contaminará las instalaciones de agua de la ciudad. “La propagación de cepas letales de influenza y otros patógenos mortales podría poner en riesgo la vida de los ciudadanos.”
Aún quedan muchas preguntas por contestar, aunque las más urgentes están relacionadas con la identidad de los cuerpos recién recuperados, especialmente de los encontrados dentro de lo que se han descrito como “salas de asesinato”, donde incontables cadáveres se amontonan unos sobre otros. Casi un año después de la liberación de Mosul, no todos los cuerpos se someten a exámenes forenses para determinar su identidad y la causa de la muerte.
El hedor de la muerte que se cierne sobre la ciudad infestada de cadáveres ha acabado con el optimismo que tenían sus ciudadanos restantes sobre un futuro esperanzador. Puede que hayan sobrevivido a una de las guerras más sucias de la historia moderna, pero su batalla por la supervivencia continúa.
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