No nos tomamos en serio los análisis y predicciones que lamentaban la temprana muerte de la ola de revoluciones y levantamientos de la Primavera Árabe, que estalló en Túnez hace 8 años.
Siempre nos opusimos y refutamos la calumnia y la difamación dirigidas a esta ola revolucionaria y reformista, así como la culpa errónea que conllevaba por el caos, la desolación y el derramamiento de sangre que se produjeron durante y después de la Primavera Árabe.
Dijimos, y seguimos diciendo, que la Primavera Árabe se ha transformado en una serie de olas sucesivas de destrucción, devastación y división civil debido a las contrarrevoluciones. Estas revoluciones consideraron la Primavera Árabe como una amenaza, en vez de como una oportunidad para superar el estancamiento y la inmovilidad sufridos en la región durante más de cuatro décadas bajo el mandato de regímenes corruptos y tiranos. Estos regímenes hicieron todo lo posible por establecer una trinidad impía en nuestras naciones y sociedades: extensión, renovación y herencia.
Dijimos, y seguimos diciendo, que, si los logros de la Primavera Árabe se hubieran limitado a empujar a la juventud árabe a divorciarse de la cultura del miedo, esto en sí mismo habría marcado un nuevo amanecer de esta región.
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Con el aumento y la propagación de la amenaza del terrorismo, que acompañó al alzamiento del Daesh y del Frente Nusra hace cuatro años, quedó claro que la región estaba al borde de sucumbir a otra trinidad impía, la trinidad de tiranos que atrajeron a invasores de toda raza y secta en forma de 'Muyahidines'. Se disfrazaban con eslóganes religiosos y sectarios, o aparecían en forma de Estados regionales inmersos en sus sueños imperiales e internacionales, cuyos antiguos sueños coloniales seguían presentes.
Hace dos años, celebramos el comienzo del movimiento civil de la juventud en Irak y Líbano. Recibimos a muchos de sus líderes, y les escuchamos hablar en Beirut, donde presentaron las causas de su rebelión contra el sistema de cuotas sectarias y doctrinales, así como contra los partidos, los jeques tribales y el feudalismo político.
Menos de un año después, celebrábamos la ola de resistencia pacífica popular organizada por los jóvenes palestinos contra la ocupación, los asentimientos y el asedio. Esta resistencia culminó en las heroicas marchas del Gran Retorno.
Mientras tanto, entre ambas, seguíamos las señales de los movimientos populares de los jóvenes, tanto políticos como reclamantes, en Túnez, Marruecos, Egipto y Sudán.
También estuvimos pendientes de las iniciativas juveniles en Jordania, que después se convertirían en movimientos populares sin precedentes formados por los jóvenes, en los que se combina la geografía y la demografía de Jordania en una expresión civilizada y pacífica de su rechazo frente a las políticas económicas, financieras y fiscales del gobierno. Esto refleja su deseo de experimentar una verdadera reforma política que reconsidere las formas de crear gobiernos y parlamentos y que refuerce la lucha contra la corrupción, el despilfarro y establezca una política de autosuficiencia.
Estamos seguros de que el tren de la Primavera Árabe, que paró en las estaciones de Siria, Libia y Yemen, y descarriló en Egipto, continuará su viaje hacia otras capitales árabes hasta que las generaciones jóvenes cumplan con sus sueños de libertad, dignidad y una vida honorable. El tren seguirá hacia adelante hasta que esta región se caracterice por el desarrollo humano y las sucesivas olas democráticas que arrasaron el mundo entero, haciendo a la región víctima de la pobreza, el paro, la marginación, la corrupción y varias formas de mandato autoritario.
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Aunque es cierto que nuestras primeras lecturas de la Primavera Árabe fueron superficiales e ilusorias, parece que, 8 años después de su primera ola en Túnez y de los desarrollos y transformaciones posteriores que afectaron tanto al Estado como a la sociedad, ha quedado reflejada la profundidad de la devastación que han sufrido las estructuras culturales y sociales de nuestras sociedades.
Cambiar al gobierno o a su líder no era razón suficiente para garantizar una transición hacia la democracia y el desarrollo. La devastación acumulada durante los años de estancamiento y décadas de tiranía era mucho más profunda y peligrosa de lo que muchos estimábamos.
Entre las teorías que afirmamos con cautela antes de la Primavera Árabe, y que han resultado ser ciertas, destaca la teoría de que los regímenes y los gobiernos producen una oposición similar en forma. Los regímenes violentos produjeron oposición violenta, mientras que los regímenes moderados produjeron oposiciones moderadas.
Los países árabes no pueden incluirse todos juntos dentro de una misma categoría, ya que hay ciertos países, gobiernos y sociedades capaces de combinar democracia y estabilidad y, gracias a Dios, Jordania es uno de ellos. Su gobierno moderado produjo una oposición moderada y civilizada.
No es el caso en otros países y sociedades, y no será así en países que parecen haberse distanciado del cambio. Sin embargo, el tren de la Primavera Árabe avanza con dificultad, y no va a detenerse sin antes atravesar las capitales árabes y quizá incluso regionales.
Este artículo fue publicado en árabe en The New Khaleej el 6 de junio de 2018.
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