El iraquí Muqtada Al-Sadr ha decepcionado a muchos de los que consideraban que el éxito de su lista de candidatos en las últimas elecciones nacionales sería un desafío para Teherán. Al fin y al cabo, Al-Sadr ha expresado más de una vez su deseo de distanciarse de Irán y desligar a Irak de la posición que ha impuesto sobre el país el gobierno iraní. Por supuesto, la causa de esta decepción ha sido el anuncio de una alianza entre la lista de Sadr, conocida como Sa’irun, y la lista de Al-Fatah, liderada por el número uno de Teherán en Irak, Hadi Al-Amiri. Este último quedó segundo en el orden de fuerzas chiíes que ganaron en las urnas.
Por lo tanto, la creencia de que Teherán sufrió un revés en las elecciones iraquíes es errónea por dos motivos. Incluso si consideramos que el éxito de Al-Sadr fue un golpe para Teherán, si sumamos el número de escaños conseguidos por los bloques electorales cercanos a Irán concluiríamos que Teherán tiene una mayor influencia en el nuevo parlamento iraquí. Además, quienes se apresuraron a celebrar la victoria de Al-Sadr, asumiendo que era el rival de Teherán, desconocen por completo la naturaleza de la relación entre los chiíes iraquíes con, por una parte, el sectarismo iraní y, por otra, con el pan-arabismo del mundo árabe.
Los chiíes de Irak se consideran árabes. Casi diariamente, viven con las diversidad de "su propio chiismo" y el "chiismo iraní"; existen muchas variaciones culturales, lingüísticas y económicas. Sin embargo, al mismo tiempo, parece que la dimensión sectaria ha superado la dimensión nacionalista. Si la mala relación con Teherán generó sentimientos negativos hacia ellos, la mala relación con el mundo árabe ha generado sentimientos más profundos e intensos.
Otra cuestión a la que merece la pena prestar atención en este contexto es el hecho de que Teherán está presente en todos los aspectos de la vida pública iraquí. Está en la corrupción; en las milicias; en las guerras; en la cifra de visitantes iraníes a los santuarios sagrados; en la formación de listas y alianzas políticas; y en la relación entre los sunníes y los curdos. Por el contrario, se da una ausencia ensordecedora de lo árabe en Irak. No hay signos de presencia árabe en Bagdad, excepto las embajadas habitadas por diplomáticos cautelosos que pasan la mayor parte del tiempo entre las paredes de sus edificios.
Esta realidad hace que cualquier intento de distanciar a Irak de Teherán sea una aventura hacia lo desconocido. Al fin y al cabo, ¿quién recibiría a quienes deciden alejarse de Teherán? Si alguien buscara a quien le recibiera, ¿cómo se llevaría a cabo tal relación? ¿Cómo pedirá ayuda a los árabes la persona que decide alejarse de Teherán si éstos, básicamente, están ausentes en su país?
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No hay investigaciones que permitan comprender la naturaleza de la relación entre Muqtada Al-Sadr y Teherán. El hombre “que se alejó” de Irán previamente estudió en Qom, donde fue instruido por eruditos iraníes. Es un niño del “seminario hablado”, establecido por su propio padre. Aunque queda más cerca de la escuela iraquí de jurisprudencia que de la doctrina iraní de Wilayat Al-Faqih ("el gobierno de los alfaquíes") , ha sido el iraquí chií más rebelde, a menudo haciendo declaraciones críticas con la postura iraní, ya sea en Irak o en cualquier otra zona de la región.
Ahora, Al-Sadr ha anunciado su alianza con Hadi Al-Amiri, el comandante de las milicias iraquíes que han luchado en todos los frentes sectarios, que se estableceieron bajo la supervisión personal del Comandante del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní, Qasem Suleimani. Todo esto, a pesar de que Al-Sadr ya cuenta con sus propias milicias, conocidas como “Saraya Al-Salam”. Esta alianza no puede comprenderse dentro del contexto de la creencia de que la victoria de Al-Sadr en las elecciones supuso una derrota para Teherán.
Las cartas que puede jugar Teherán son varias, y muchas de ellas están dentro de Irak. Cuando el gobierno en Teherán observó el progreso político del “rebelde” Al-Sadr en las elecciones, no se apresuró a definirle como un rival. Sabe que la realidad sectaria es más fuerte que las elecciones de políticos y sus deseos de distanciarse de Irán. También sabe que quien quiera distanciarse no encontrará lo que busca en los países de los “otros”, ya sean los árabes o los turcos. Por supuesto, esto deja de lado el mayor malentendido entre Al-Sadr y Washington, que es mucho mayor que su malentendido con Teherán. Quienes tienen la teoría de que la victoria de Al-Sadr es una derrota para Teherán no consideraron este hecho antes de llegar a su conclusión.
Mientras Al-Sadr y Al-Amiri se reunían en Al-Najaf, próximos a sus propias autoridades religiosas, Qasem Suleimani realizaba una peregrinación a Karbala y supervisaba todo lo que sucedía en la reunión. Su sonrisa forzada a través de Skype fue importante para ambos equipos de negociación.
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