Hay pocos lugares tan llenos de vida como una escuela, que sean tan creativos y coloridos y que estén tan rebosantes de energía y entusiasmo juvenil. Para los niños que crecen en zonas de conflicto, las escuelas deberían ser lugares en los que se sientan a salvo de la violencia de la vida diaria. Por desgracia, nada más lejos de la realidad.
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Los conflictos violentos persisten implacablemente en la República Democrática del Congo, Palestina, Nigeria, Yemen y otros países en guerra. Los ataques contra estudiantes, profesores, escuelas y universidades se han convertido en parte integrante de los conflictos prolongados, y ya no podemos seguir ignorando el impacto a largo plazo de esto en la educación.
Cuando no conseguimos proteger a los niños del conflicto con la educación, dejamos a sus padres tomar una decisión impensable. En efecto, tienen que decidir si mandar a sus hijos al colegio y que así consigan el regalo de la educación, aunque exista el riesgo de que sufran ataques violentos, sean abusados sexualmente o de que no vuelvan nunca a casa. Ningún padre ni ninguna madre deberían tener que tomar esa decisión.
Un informe publicado el mes pasado por la Coalición Global para Proteger a la Educación de Ataques (GCPEA), Education Under Attack, concluye que se han producido 2.700 ataques contra la educación entre 2013 y 2017, afectando a más de 21.000 estudiantes y educadores.
Sabemos que los niños desplazados por la guerra son los más vulnerables. Hoy, el Día Mundial de los Refugiados, debemos garantizar urgentemente que el derecho a la educación quede asegurado por el derecho internacional para los niños más marginalizados del mundo, incluidos los refugiados. El Pacto Mundial para los Refugiados, que actualmente se negocia en la comunidad internacional, ha de reconocer el derecho fundamental a la educación como uno que permita el disfrute de otros múltiples derechos.
La educación es un arma poderosa contra la pobreza, la violencia y el conflicto. Esto significa que, cuando las armas de la guerra ataquen a la educación con su poder destructivo, se creará un ciclo lamentable de violencia condenado a persistir.
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Los ataques violentos aumentan la tasa de abandono escolar y cierre de escuelas; el acceso a la educación se reduce y la retención de estudiantes es cada vez más difícil. Según Education Under Attack, el conflicto de Siria, por ejemplo, ha destruido el sistema educativo nacional, y, en 2015, tres millones de niños habían abandonado la escuela; tres años después, es casi seguro que esa cifra es mucho mayor.
Debido a que las vulnerabilidades sociales y los patrones de exclusión son intensificados por el conflicto, los niños más vulnerables son los primeros que no tienen educación.
Las alumnas sufren intensamente en entornos de conflicto, y a menudo son asaltadas sexualmente por grupos armados cuando están en la escuela o de camino a ella. Debido a su género, las niñas y mujeres fueron atacadas en el ámbito educativo en al menos 18 de los 28 países descritos en el informe. Además, en Siria, las familias sacaban pronto a sus hijas de la escuela para casarlas, con la esperanza de así protegerlas de la violencia sexual.
A nivel mundial, existe un consenso respecto a la necesidad urgente de educar a las chicas, y, aun así, en las crisis o conflictos las chicas no reciben educación por miedo a ser atacadas. A la luz de la reciente cumbre del G7, el gobierno británico ha otorgado 187 millones de libras de financiación para asegurar que 400.000 chicas de países en desarrollo reciban 12 años de educación de calidad. Es una intervención muy importante, y todo gobierno debería animarse a hacer lo mismo.
Un miembro fundador de GPCEA, Protect Education in Insecurity and Conflict (PEIC), un programa de la Fundación Education Above All, reconoce que garantizar una educación de calidad es la base para mejorar la vida de la gente. Por eso trabaja para llamar la atención sobre estos ataques y hacer que la comunidad internacional responsabilice a los culpables.
Sabemos que la educación es la herramienta más importante para transformar vidas, no sólo para personas concretas y sus familias, sino para comunidades y naciones enteras. La destrucción violenta y los ataques militares contra escuelas causan mucho sufrimiento físico y psicológico, además de suponer un gran impedimento para el desarrollo social a medida que avanzamos hacia las Metas Mundiales para el Desarrollo Sostenible, acordadas por los líderes mundiales en 2015.
La protección de los niños vulnerables no es sólo una regla fundamental de la guerra, sino también de la humanidad. No hay acusación más contundente de nuestro fracaso como comunidad internacional que cuando un niño es herido, secuestrado, violado o asesinado en instalaciones educativas.
Debemos insistir más en la protección del derecho a la educación de los refugiados, y garantizar que el poder transformador de la educación esté al alcance de todos. En el Día Mundial de los Refugiados, muchas escuelas siguen siendo atacadas. Esto no puede seguir pasando.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.