La embajadora estadounidense en la ONU, Nikki Haley, anunció el miércoles pasado que su país se retira del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU. Haley, nombrada por Trump, acusó al consejo de ser “una cloaca de prejuicios políticos” y de ser “hostil hacia Israel.”
También criticó a ACNUR por no considerar ninguna resolución contra Venezuela u otros países que Washington considera sus enemigos oficiales. No es de extrañar que Venezuela y otros gobiernos de izquierdas latinoamericanos hayan criticado a menudo los abusos contra los derechos humanos perpetrados por Israel.
Esto se debe a diversos factores, incluido el gran número de población palestina refugiada y de la diáspora que vive en Sudamérica, y el hecho de que el pueblo de Latinoamérica ha sufrido muchas veces el imperialismo estadounidense, al igual que los ciudadanos del mundo árabe. Sin embargo, existe otro factor muy relacionado con este último. Israel cuenta con décadas de historial de apoyo militar, político y de inteligencia a las dictaduras más derechistas, represivas y asesinas de América Latina. De nuevo, no es de extrañar que estos regímenes asesinos hayan operado a menudo coordinados con Estados Unidos.
Este hecho dota de una ironía amarga al sermón hipócrita de Haley acerca de los “abusadores contra los derechos humanos” a los que, según ella, protege ACNUR. Uno de los mejores libros que hay sobre este tema fue publicado en 1991 y escrito por Alexander y Leslie Cockburn: Dangerous Liaison, “La historia del interior de la relación encubierta entre Estados Unidos e Israel y las actividades internacionales que ha servido para esconder.”
La conexión de Israel con las dictaduras más brutales de América Latina alcanzó su auge en los 80, cuando el país estaba gobernado por políticos de derechas como Menachem Begin y Ariel Sharon. También prosperó bajo los auspicios de los supuestos políticos sionistas “de izquierdas”, como David Ben-Gurion y el ganador del premio Novel Shimon Peres, quien, como escribí en mi última columna en MEMO, justificó el armamiento de una dictadura en República Dominicana citando descaradamente principios mercenarios.
De hecho, la conexión es más antigua que el propio Estado de Israel. Allá por 1939, la Haganá – la milicia sionista pre estatal que lideró después la limpieza étnica de Palestina en 1948 y se transformó en las Fuerzas de Defensa de Israel – estableció vínculos con el general Anastasio Somoza García, el dictador que entonces gobernaba Nicaragua. El hijo de García, Anastasio Somoza Debayle, también gobernó después el país con puño de hierro.
Somoza padre era un hombre tan cruel que se dice que el presidente estadounidense Franklin Roosevelt dijo sobre él que “puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.”
Este líder del régimen de tortura nicaragüense ayudó a contrabandear armas para las milicias sionistas ilegales durante la ocupación del Mandato Británico en Palestina. También ayudó a los agentes de la Haganá proporcionándoles pasaportes y ayudándoles a colar armas durante la limpieza étnica del pueblo de Palestina en 1958.
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Décadas después, el terrible historial de abusos contra los derechos humanos de Somoza hijo demostró ser demasiado vergonzoso incluso para su principal partidario en la Casa Blanca. La administración del presidente Jimmy Carter le abandonó debido a los bombardeos, torturas y ejecuciones indiscriminadas de su régimen. Rápidamente, las empresas israelíes saltaron a llenar el vacío dejado por Washington. La ayuda del anciano Somoza a la causa sionista en el 40 se cita a menudo como justificación por este nuevo suministro de armas al terrible gobierno de Nicaragua.
Después de que Somoza hijo fuera expulsado por la revolución de izquierdas sandinista de 1979, Estados Unidos, gobernado por Ronald Reagan, se negó a aceptar la pérdida de este aliado. Con ayuda de Israel, Reagan intentó expulsar al gobierno sandinista.
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense lo hizo al crear un ejército cuya mayoría de reclutas eran torturadores y asesinos que formaron parte de las antiguas fuerzas armadas de la dictadura de Somoza. Estos escuadrones de la muerte fueron apodados los Contras, por la contrarrevolución, ya que luchaban contra el gobierno revolucionario de izquierdas.
En Estados Unidos, Reagan hizo propaganda de los Contras como “luchadores por la libertad” en contra del comunismo, pero la mayoría de la gente no se lo creyó. El Congreso prohibió a la Casa Blanca proporcionar más armas a los Contras, citando preocupaciones respecto a sus historial de abusos contra los derechos humanos, que incluía tortura, violaciones y ejecuciones.
Una de las formas en las que la CIA evadió estas restricciones fue empleando la ayuda de Israel como un “atajo” para ayudar ilegalmente a los Contras. Los israelíes usaron varios medios para ello; uno de los más irónicos fue el envío de antiguas armas de la OLP a los Contras.
En 1982, Israel invadía Líbano para acabar con la Organización para la Liberación Palestina, el organismo político y militar líder del pueblo palestino. El ala armada de la OLP resistió firmemente, y el avance israelí hacia la capital libanesa, Beirut, fue lenta. Sin embargo, al final Estados Unidos negoció la salida de la OLP del país. Esto resultó en la infame masacre de 3.000 refugiados palestinos indefensos en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila, en los suburbios del sur de Beirut, ejecutados a sangre fría por milicias cristianas aliadas de y ayudadas por Israel.
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