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Negándonos a abrir las fronteras y separando a madres e hijos... Realmente hemos perdido la humanidad

Para los políticos de todo el mundo, los refugiados ya no son seres humanos, son un inconveniente, una molestia que hay que eliminar antes de que interfieran en los resultados de las próximas elecciones.

 

Tras pasar un año más la semana de los refugiados y con el sabor de la solidaridad todavía profundamente arraigado, es fácil olvidar (o negarse a reconocer) que la crisis de los refugiados está lejos de terminar.

Uno de los principales causantes de esta crisis humanitaria que resonará durante años, si no décadas, ha sido el conflicto sirio. Siete años de guerra, tortura y bombas de barril han desplazado a 6,6 millones de sirios dentro de su país y han generado 6,3 millones de refugiados. Y aún hay más por llegar.

Desde mediados de junio, el régimen sirio ha lanzado una gran ofensiva contra la provincia de Deraa, conocida por su polvorienta ciudad fronteriza que fue la cuna de la revolución, después de que 15 jóvenes fueran torturados por el régimen por pintar un graffiti contra el gobierno en el muro de su escuela. Situado al sur de Damasco, Deraa es uno de los últimos feudos de la oposición que quedan en el país.

El año pasado, Estados Unidos, Rusia y Jordania acordaron que Deraa sería una "zona de desescalada", pero en su último intento por recuperar el control del país, el ejército sirio ha ocupado más de la mitad de la provincia matando a más de 175 personas. Unos 320.000 sirios han huido del lugar.

Pero aunque muchas veces hemos visto imágenes de sirios apiñados en campamentos de refugiados en los países vecinos, aquellos que huyen de la ofensiva de Deraa se enfrentan un nuevo desafío. Jordania e Israel se han negado a abrir sus fronteras, por lo que miles de personas han establecido campamentos improvisados ​​a la sombra de las vallas de alambre de espino que les separan de la paz. No tienen suficiente comida, agua ni medicinas.

Es allí y con el sofocante calor del verano donde muchos de los sirios desplazados ahora esperan su destino, con la esperanza de que un político con una pizca de integridad tome la decisión de que estas personas son humanos, han sobrevivido a una guerra horrible y que deberían abrir la fontera y ofrecerles una cama para dormir.

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Hasta ahora, en 2018, 42.213 personas de todas las nacionalidades han arriesgado sus vidas para llegar a Europa por mar; 1.237 se han ahogado, y más aún han muerto en las implacables arenas del desierto del Sáhara. Los políticos de todo el mundo tienen las manos manchadas de sangre por esto.

Los refugiados han sido sometidos a un proceso tan profundo de deshumanización que investigaciones recientes, como la de Associated Press, revelan cómo en los últimos 14 meses las autoridades argelinas llevaron a 13.000 personas, algunas de ellas a punta de pistola, hasta el desierto del Sáhara, sin que esto conmoviera nuestra conciencia colectiva. Estas personas, entre ellas mujeres embarazadas y niños, fueron entonces arrojados en dirección a Níger. Así de desesperado estaba el gobierno para que no solicitaran asilo en Argelia.

Migrantes que esperan ser deportados permanecen en un centro de detención en Argelia [Farouk Batiche/Anadolu Agency]

Las posiciones se están radicalizando y son los refugiados quienes pagan el precio. A fines de junio, Malta finalmente aceptó recibir un barco de rescate humanitario con 234 refugiados después de una semana de regateos entre países europeos sobre quién los acogería o no. A principios de ese mes, Italia y Malta se negaron a permitir que el barco humanitario francés “Aquarius” tocara tierra en sus países y los 630 refugiados a bordo tuvieron que viajar 900 millas adicionales hasta España.

Para aquellos que no mueren en el desierto, por la deshidratación a bordo de un barco de rescate o en manos de contrabandistas, su destino en Europa debe llevarnos a cuestionar seriamente qué tipo de personas somos para permitir que esto suceda. The New York Times recientemente detalló cómo el gobierno danés está introduciendo una nueva legislación que se dirigirá a los barrios de inmigrantes de bajos ingresos, en su mayoría poblados por musulmanes, en el país.

Según estas nuevas leyes, los niños (que se han dado a conocer como “niños del ghetto” en la prensa) serán separados de sus padres desde que cumplen un año durante 25 horas a la semana para que se les enseñe el idioma danés y las celebraciones de Pascua y Navidad en un intento de obligarlos a "integrarse". Si se niegan, pueden perder acceso a los servicios estatales. Las autoridades reflexionan sobre si el castigo por ciertos delitos debería duplicarse si se cometen en uno de estos “guetos”.

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Incluso Angela Merkel, alabada por su política en materia de refugiados, la que nos hizo ver a Alemania abrir sus fronteras a más de un millón de personas que huyeron de la guerra en Siria, Irak y Afganistán en 2015, se ha comprometido a revertir esto y construir centros de tránsito a lo largo de la frontera con Austria. Los solicitantes de asilo serán mantenidos allí hasta que se apruebe su entrada o sean enviados de vuelta a otros países de la UE en los que se hayan registrado durante el proceso. El canciller austriaco Sebastian Kurz ha declarado que cerrará sus fronteras con Italia y Eslovenia si Alemania sigue adelante con su plan.

Tal vez la política de refugiados más inhumana y pública en las últimas semanas ha sido la que tuvo lugar en la frontera entre Estados Unidos y México después de que la administración Trump decidiera separar por la fuerza a los niños de sus padres después de cruzar la frontera para buscar refugio en Estados Unidos. Durante un período de un mes, más de 2.300 niños fueron separados de sus padres, y a menudo de sus hermanos, y colocados en jaulas de malla de alambre mientras sus padres eran sometidos a juicio.

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Sin embargo, en medio de la indignación que esto ha provocado en el Reino Unido, la organización benéfica Bail for Immigration Detainees se adelantó para decir que este año ha representado a 155 padres que han sido separados de niños o menores mientras estaban detenidos en el Reino Unido. Luego, a principios de esta semana, el Ministerio del Interior admitió que había forzado a varios solicitantes de asilo a hacerse pruebas de ADN para demostrar que realmente eran padres extranjeros de niños británicos y que si la prueba no se completaba su solicitud de suspensión sería rechazada.

Para los políticos de todo el mundo, los refugiados ya no son seres humanos, son un inconveniente, una molestia que hay que eliminar antes de que interfieran en los resultados de las próximas elecciones. Si su viaje comienza escapando de una bomba y termina como un “niño del ghetto” sujeto a leyes discriminatorias, debemos cuestionarnos cómo hemos llegado a esto y si nos queda algo de humanidad.

 

Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Monitor de Oriente.

 

 

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MEMO Staff Writer

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