Jimmy Carter, ex presidente de Estados Unidos, escribió recientemente un artículo de opinión para el New York Times en el que detalló cómo sería prudente que el gobierno de Bashar Al-Assad en Siria se mantuviera en el poder, y cómo Occidente puede empezar a reestablecer paulatinamente las relaciones con éste como resultado de sus victorias militares. El artículo generó mucho alboroto, pero, aunque no es la primera vez que Carter expresa su opinión respecto a un conflicto en Oriente Medio, su intervención es, en el mejor de los casos, estúpida y, en el peor, maliciosa. De hecho, sus comentarios son profundamente inútiles.
A lo largo de las últimas semanas, el régimen de Ashad ha publicado avisos de muerte de ex presos políticos que se remontan a 2011. Miles de hombres y mujeres cuya situación fue desconocida durante años han sido oficialmente reportados como muertos, la mayoría de ellos, asesinados pocos días después de ser llevados bajo custodia gubernamental. ¿Por qué hacer esto ahora? ¿Pretende Assad aterrorizar aún más a los ciudadanos para que se sometan? ¿Ha llegado hasta el punto de tener tanta confianza en que la comunidad internacional no le responsabilizará de nada y aceptará su regreso, tanto que se permite actuar así? En última instancia, se trata de una señal por parte del régimen de Assad de que casi ha ganado la guerra y sabe que no tendrá que rendir cuentas.
El año pasado se publicó un informe detallando las experiencias de ocho valientes mujeres que dieron un paso al frente y hablaron sobre su terrible paso por las cárceles de Assad. “Voces en la oscuridad: Tortura y violencia sexual contra las mujeres en los centros de detención de Assad” describió la horrible experiencia que sufrieron estas mujeres. Las detenciones arbitrarias para aterrorizar a sus familias y los castigos por hablar en contra del régimen de Assad resultaron en la detención de decenas de mujeres en condiciones que recuerdan a la Edad Media. Fueron sujetas a hechos indescriptibles de tortura y constantes violaciones y abusos sexuales que les afectarán durante el resto de su vida. Las mujeres que hablaron son sólo una fracción de todas las que languidecen en las celdas de Assad, muchas de las cuales han sido declaradas desaparecidas durante meses e incluso años. La cárcel de Saydnaya, en Siria central, es particularmente infame. Un informe de Amnistía Internacional la mencionó como la localización en la que fueron ahorcados 13.000 prisioneros. Además, el fotógrafo del ejército y desertor “César” ha publicado decenas de fotografías que detallan la tortura y el asesinato sistemático de decenas de miles de prisioneros y las condiciones que tuvieron que sufrir.
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Pese a que las acciones de la comunidad internacional han tenido un impacto positivo mínimo para el pueblo sirio desde 2011, el último cambio diplomático sigue siendo sorprendente. Es tremendamente preocupante el hecho de que Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Alemania y otros países pretendan dejar de fingir y admitir que no se molestarán en apoyar al pueblo sirio, ni siquiera verbalmente o con ayuda financiera. El de Siria es un régimen que, hace tan sólo cuatro meses, perpetraba otro ataque químico contra su propio pueblo, y no parece que sus ataques sistemáticos contra hospitales y centros sanitarios vayan a detenerse. El régimen ha sobrepasado el límite, pero, con el apoyo político de Rusia y China en la ONU y el de Irán en el terreno, Assad no parece tener en mente retirarse.
Es imperativo que la comunidad internacional no se rinda con el pueblo sirio y siga presionando a Assad. Los crímenes de los que es responsable sugieren que nunca podrá rehabilitarse. El presidente sirio no puede convertirse en una figura similar a Hirohito en un mundo post II Guerra Mundial, en el que se mantiene como líder después de “no ser consciente” de lo que hacía su gobierno. Existen pruebas de una clara cadena de mando derivada del propio Assad. Ha actuado como un paria internacional en el trato hacia su propio pueblo, así que debería ser tratado como tal. Los llamados “Amigos de Siria”, establecidos en 2012, han abandonado al pueblo sirio y sólo han conservado su amistad en el nombre.Cuando oímos hablar de genocidio y crímenes contra la humanidad, siempre aparecen las palabras “nunca más”. El horrible asedio a Alepo en 2016 llevó al Museo del Holocausto de EEUU a hablar de cómo, de hecho, la situación siria comenzó como un levantamiento democrático contra un régimen totalitario, no como una guerra civil multifacética. Quedó clara la gravedad de la situación. Sin embargo, cuando decimos “nunca más”, ¿lo decimos de verdad, en caso de que quien perpetra estos crímenes sea aceptado de nuevo en el redil internacional sin ningún tipo de castigo?
La solución al conflicto sirio no es militar; se necesita una resolución política clara, y es probable que haya cierto grado de compromiso mientras Siria pasa por la transición a un Estado democrático gobernado por el estado de derecho. No será un proceso rápido, pero Bashar Al-Assad y sus aliados no pueden estar involucrados; en este aspecto, debe establecerse una línea roja. Un futuro gobierno sirio liderado por Assad o uno de sus partidarios del Partido Baath siempre estará manchado a ojos del pueblo sirio, y nunca tendrá legitimidad.
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Para retomar las palabras de Jimmy Carter, a largo plazo, una “paz sucia” no es mejor que la guerra. Una paz injusta engendra resentimiento y traición. La última “paz sucia” de la historia moderna fue hace poco menos de 100 años con el Tratado de Versalles; en lugar de una Europa estable, pacífica y prospera, acabó conduciendo, al cabo de poco más de una década, al alzamiento de un tirano genocida que utilizó métodos industriales a escala para asesinar a 6 millones de personas, la mayoría judíos, en un acto genocida deliberado. ¿Acaso no hemos aprendido nada del pasado?
Toda solución política en Siria debe ser justa y duradera. La paz tiene que conseguirse en condiciones; no puede ser sucia.
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