Con motivo del 25º aniversario de la firma de los Acuerdos de Oslo, he decidido republicar lo que escribí en marzo de 1998, cuatro años y medio después de que se firmaran los Acuerdos de Oslo, como prefacio de un folleto publicado hace 20 años titulado Post-Oslo.
Ojalá las predicciones y expectativas del artículo no fueran ciertas, pero, por desgracia, veinte años después se han convertido en la realidad.
El contenido de las negociaciones cuatro años después de Oslo
La primera pregunta que se plantea es: ¿Realmente existía un proceso y unas negociaciones, en el verdadero sentido de la palabra, entre los lados israelí y palestino?
Retrocedamos un poco en el tiempo para recordar cómo se inició este proceso. En el lado árabe y palestino, el clima para las negociaciones y acuerdos empezó a formarse tras la guerra de junio del 67, a medida que la ocupación empujó a los países árabes a pensar de forma realista sobre la resolución del problema. El lado palestino también comenzó a formar la voluntad de aceptar una solución basada en el establecimiento de dos Estados para dos pueblos. Por otro lado, la guerra y la acumulación de fuerza militar y económica por parte de Israel supusieron el comienzo de su “complejo de superioridad” y de un proceso que, más tarde, llevaría a los sucesivos gobiernos israelíes a caer en lo que podríamos llamar el “estrecho horizonte estratégico”. En ocasiones, esto llegaba hasta el punto de impedir el ser consciente de los límites y de la extensión del uso de la fuerza militar, lo que sucedió varias veces en Líbano.
Si bien los Acuerdos de Camp David, después la Guerra del Golfo y el colapso del bloque Árabe Unido contribuyeron a la preparación del teatro árabe para lo que pasó después, el levantamiento popular que estalló en 1987 en Palestina fue el principal factor que obligó a Israel a reconsiderar su política. Esto se debe a que la intifada encarnó cuatro hechos que no pueden caer en el olvido:
- El principal logro del pueblo palestino frente a la derrota de junio, y a diferencia de lo sucedido en 1948, fue que consiguió permanecer en su tierra y, de ese modo, acabó con la columna vertebral del plan sionista tradicional de judaizar gradualmente Palestina y obligar a sus ciudadanos a marcharse.
- Años y años de ocupación han enseñado mucho al pueblo palestino, y, sistemáticamente, han producido dos procesos paralelos: la autosuficiencia y la auto organización mediante miles de iniciativas políticas y populares y estructuras de organización.
Por lo tanto, la presencia sobre el terreno pasó de ser una meramente humana a una presencia vital de resistencia de una nación luchadora que, día tras día, estableció una comprensión y una solidaridad, dados sus valores de libertad y dignidad; valores a los que ya no podemos hacer oídos sordos. Por primera vez en la historia, el mundo percibió a Israel como una fuerza tirana que oprimía a otra nación, contrario a la imagen de un Estado democrático moderno y de víctima rodeada por un mar de atraso y terrorismo árabe, es decir, la imagen con la que se presentó ante el mundo antes y después de 1967.
- La intifada reveló la imposibilidad de mantener el gobierno militar establecido desde 1967 bajo varios pretextos, como el control de los palestinos, y apareció la necesidad urgente de un nuevo marco de dominación o de una solución que abordara el núcleo del problema. Dicho de otra forma, mediante sus hechos en el terreno, la Intifada ha destruido el actual estatus quo, y la agencia militar israelí se ha visto presionada por la necesidad de una nueva solución para una situación cada vez más complicada. Quizá esta sea la principal explicación para el cambio de postura de Yitzhak Rabin que se produjo durante ese periodo.
- El cuarto resultado de la intifada es que el pueblo consiguió con su levantamiento salvar a la OLP de un futuro de aislamiento y exilio, el que llevaba planeado para la organización desde que abandonó Beirut en 1982. Además, también frustró sistemáticamente los intentos de crear un liderazgo alternativo de la OLP, especialmente durante las negociaciones de paz de Madrid, contrariamente a las ilusiones que intentaba promover Israel.
Quizá lo que escribió Mamdouh Nofal en su libro La historia del Acuerdo de Oslo es lo que mejor describe la atmósfera psicológica que intentaron generar Israel y Estados Unidos durante el proceso de negociación. Intentaron utilizar esto como un factor importante para presionar al negociador de Oslo a obligar a concesiones que no podrían haberse dado en Washington.
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Sin entrar en los detalles de los Acuerdos de Oslo, que habrán decidido si se creó o se aniquiló la oportunidad para la paz, es importante señalar que la firma y la implementación del acuerdo tuvieron muchos resultados; algunos de ellos, independientemente de sus intenciones, fueron parte del precio a pagar por el bando palestino a cambio de la creación de la Autoridad Palestina en Gaza y Jericó y, más tarde, en otras zonas.
Quizá el principal resultado de todo esto es la pérdida del denominador común sobre el que se basaba la estrecha unidad del pueblo palestino, que ni siquiera fue quebrada por la actividad de Hamás fuera del marco de la OLP durante ese periodo. El denominador común se basaba en el objetivo nacional compartido de establecer un Estado palestino independiente, encarnado con la OLP como el representante legítimo de su pueblo. Quizá el mayor error fue combinar a la OLP y a la incipiente Autoridad Palestina, gobernada por completo por los Acuerdos de Oslo.
Desde esta perspectiva, Israel logró un objetivo importante al debilitar el marco del movimiento nacional palestino y causar una debilidad estratégica cuyos resultados se reflejarían después en la capacidad del bando palestino de negociar desde una posición de fuerza.
En segundo lugar, la separación en el terreno por primera vez entre los dos principales componentes del movimiento nacional: el liderazgo de la OLP, que se ha convertido en la ANP, y la gente que representa al pueblo con todas sus organizaciones sociales y populares. Esta división, que parecería natural en cualquier Estado normal con un gobierno y un pueblo, es extraña en el contexto palestino, por la simple razón de que fue establecida y está en proceso de consolidación antes de que el movimiento nacional palestino cumpla sus objetivos de liberarse de la ocupación y lograr la independencia. Ahora más que nunca, es necesario que la OLP actúe como el mayor marco colectivo.
Es un momento en el que la mayor parte de Cisjordania y de la Franja de Gaza está ocupada y en el que la mayoría de los privilegios de la AP, incluida la libertad de movimiento entre Cisjordania y la Franja de Gaza, son gobernados por la voluntad de Israel.
Este fenómeno ha profundizado la intensa superposición entre las tareas nacionales y sociales y la subsecuente confusión que sufre la opinión pública. Esto surge del conflicto entre su tendencia natural de exigir sus derechos y su parte del poder, y la consciencia de que estamos rodeados por un muro de ocupación y de que los asentamientos no paran de expandirse. Esta situación es la responsable del sentimiento de engaño de muchos en el momento de recoger los frutos, y ha creado una tendencia de inclinación hacia el interés propio en el contexto del declive de los valores de “luchar por el objetivo común”. Quizá el resultado más peligroso de la situación es que perjudica la posibilidad de movilizar la energía de las masas con el objetivo de mejorar el equilibrio de poder en las negociaciones, y hace al gobierno palestino rehén de la noción de “no hay alternativa a las negociaciones en curso”. Todo esto, a pesar de que uno de los principios de la ciencia de las negociaciones es que uno no debe involucrarse en negociaciones hasta que no conozca otra alternativa, al menos mentalmente. De lo contrario, uno se convierte en prisionero de los dictados de la otra parte, le guste o no.
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En tercer lugar, lo sucedido ha producido una división entre el pueblo palestino en el país y en el extranjero. Esta división se intensificó con el declive cada vez mayor de la importancia de la OLP y de su estatus árabe internacional, transfiriendo totalmente la decisión palestina al interior de Palestina. Por extraño que parezca, el momento en el que el gobierno palestino regresó a Palestina, que se esperaba que coincidiera con la fusión de las energías del pueblo para apoyar la construcción de un futuro Estado en su territorio, se ha convertido en un momento de división nuevo y doble. Al principio, esta división fue una separación de las comunidades palestinas en Europa y Estados Unidos, que no estaban convencidas con los arreglos de ‘paz’. Siempre estuvieron menos dispuestas a aceptar compromisos en virtud de su localización. En segundo lugar, se dio una separación entre los palestinos en Líbano, Siria y otros países árabes, que sentían que la OLP los había ignorado y se había distraído con la creación de la AP. Por supuesto, les indignó haber sido usados y luego haber quedado al margen, ya que se habían convertido en parte de las negociaciones del estatus final, que llevarían años de negociaciones. Una división más se produjo con la separación entre el trabajo, el presupuesto y las estructuras de la OLP y de la AP, lo que provocó un importante declive del potencial para activar las capacidades del pueblo palestino en el extranjero y usarlas para mejorar el equilibrio de poder en las posteriores negociaciones.
La constante preocupación por la centralización de la toma de decisiones ha contribuido, deliberada o involuntariamente, a socavar tales decisiones, lo cual ha sucedido constantemente a lo largo de la historia árabe.
El cuarto efecto que produjo el acuerdo fue el abrir la puerta a la normalización entre Israel y los Estados árabes. El acuerdo entre Jordania e Israel no sorprendió a nadie. Entonces, Israel comenzó a tratar de tejer miles de hilos diplomáticos y económicos con el mundo árabe. En este sentido, los Acuerdos de Oslo se usaron para acusar a los palestinos de ir en contra del consenso árabe. Aunque Netanyahu malgastó muchas de las oportunidades de Israel por culpa de su comportamiento necio, el bando palestino necesita esforzarse mucho para utilizar mejor las contradicciones entre Israel, Egipto, Siria y otros países árabes, especialmente dado que la postura estadounidense se interpone en cualquier decisión árabe unificada en esta dirección.
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A la luz de estos resultados, no es de extrañar que el proceso de negociación se transformara de unas negociaciones entre dos partes a un proceso de dictado unilateral.
Después de Oslo, los palestinos fueron a Taba para traducir la Declaración de Principios en detalles en el terreno. Primero les sorprendió el grado de preparación de Israel, después, la magnitud de su propia falta de preparación y, por último, la gran diferencia entre las fantasías ilusorias y la intransigencia israelí, basada en la fuerza y la planificación.
Así nació el acuerdo de El-Cairo-Oslo, que constituyó una traducción terrible y triste de un acuerdo ya truncado. Las negociaciones pasaron de ser un lugar de discusión entre dos partes a un marco para el dictado unilateral. Lo siguiente contribuyó a:
- La debilidad del bando palestino y la urgencia de lograr los objetivos que defiende para su pueblo, hasta el punto en el que las negociaciones se han convertido en el principal marco de la acción política.
- La creciente dependencia financiera, económica y de seguridad del bando israelí, que empezó con el Acuerdo Económico de París y aumentó con cada nuevo acuerdo.
- La ausencia total de un mediador internacional que modere entre ambas partes o que, al menos, actúe como garantía de la implementación de los acuerdos concluidos. Aunque Estados Unidos consiguió neutralizar el elemento de mediación internacional y eliminó por completo a Europa y a Rusia del contexto de la influencia efectiva en las negociaciones, convirtiendo el patrocinio de las negociaciones en un monopolio estadounidense, el lobby pro-israelí de EEUU también logró paralizar el papel estadounidense. El monopolio de Dennis Ross sobre las negociaciones era una manifestación de este fenómeno.
Dados estos elementos y factores, las negociaciones post-Oslo se han convertido en un foro en el que Israel intenta imponer su propio punto de vista. Esto quedó confirmado después de la excavación del túnel de Al-Aqsa y los enfrentamientos posteriores. El levantamiento popular supuso una oportunidad irrepetible para la AP para reorganizar sus cartas, pero, por desgracia, no la aprovecharon. Contrariamente a las demandas palestinas, el acuerdo de Oslo reanudó las negociaciones sobre Hebrón, que acabó dividiéndose debido a la presión israelí. 20.000 ciudadanos palestinos y el 20% del área de la ciudad siguen bajo el mandato militar directo de Israel, que cumple las necesidades de los 400 colonos que residen ilegalmente en la ciudad.
El gobierno de Netanyahu siguió negociando los mínimos de los Acuerdos de Oslo cuando canceló el segundo y el tercer despliegue, la liberación de los detenidos, la apertura de un paso seguro entre Gaza y Cisjordania, etcétera.
El impasse experimentado en el proceso actual de negociación es un dilema estratégico que no puede superarse mediante maniobras tácticas o actividades con contenido simbólico, como las negociaciones sobre el aeropuerto o el puerto. Además, las ofertas del primer ministro israelí sobre el redespliegue parecen ser más que un intento de arrojar tierra a los ojos de los palestinos y evitar las reacciones causadas por su asesinato deliberado de los Acuerdos de Oslo. Las ofertas pretenden conseguirle tiempo para que siga con las actividades vigentes en el terreno, para así establecer las características de una solución final en la que Israel anexiona la mayoría del territorio de Cisjordania.
Así concluye el artículo escrito en marzo de 1998.
¡Qué similar es el ayer al hoy!
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